Noticias de los montoneros

Gabriela Esquivada

Fragmento

En un cuaderno de apuntes, Martín Caparrós dibuja el edificio donde existió el diario Noticias y ahora funciona, con la construcción completamente cambiada, el Anexo Piedras II de la Universidad Abierta Interamericana:

—Acá estaba la calle. Había una vidriera y acá había una puerta angosta, de metro y medio de ancho, el número 735 de Piedras, y una escalera que llevaba a los dos pisos.

¿Qué había en el primero?

—La oficina del director, Miguel Bonasso; la sección Fotografía, el archivo y la administración.

Traza los escalones; con una flecha indica el primer piso y todas las dependencias que acaba de enumerar. Dibuja más escalones, llega al segundo piso:

—Acá, en el final de la escalera, había un guardia con una escopeta, no sé si una Itaka o una Remington… Era un militante, estaba siempre con la escopeta y un mate. Nadie podía entrar sin ponerse en la mira. El jefe de seguridad era Julio Troxler.

Troxler es hoy una calle de Villa Soldati en el límite de la ciudad de Buenos Aires con el partido de Lanús; una calle modesta, de apenas una cuadra, paralela a la que lleva el nombre de otra figura peronista, John William Cooke. Pero en aquel momento el jefe de seguridad de Noticias era una leyenda andante: un sobreviviente de los fusilamientos ilegales que la Revolución Libertadora cometió en 1956.

Primero había sucedido la matanza de 308 personas —según se reveló en junio de 2009; en su momento se calcularon 350 pero ni el presidente Juan Domingo Perón se preocupó por esclarecerlo— por los bombardeos de la aviación de la Marina. Era el segundo levantamiento contra el gobierno; el primero había sucedido el 28 de septiembre de 1951, poco antes de las elecciones presidenciales de ese año. El general retirado Benjamín Menéndez1 había fracasado con su llamado a retornar “a una vida digna, libre y de verdadera democracia”.

—Seguimos sobrevolando —ordenó el capitán de fragata Néstor Noriega, al mando de la escuadrilla que desde las diez de la mañana del 16 de junio de 1955 daba vueltas esperando que la bruma despejase en el Río de la Plata.

—Caramba, señor. La meteorología también está con Perón —le comentó uno de sus subalternos.

Pero a las 12:40 las condiciones de visibilidad mejoraron.

“Ese día sucede en Buenos Aires algo espantoso y absolutamente inconcebible: una formación de aviones navales bombardea Plaza de Mayo”, escribió Salvador Ferla, el investigador de las ejecuciones por venir al año siguiente. “El pretexto es matar a Perón, a quien suponen en la Casa de Gobierno, para lo cual se bombardea la plaza, se ametralla la avenida de Mayo y hasta hay un avión que regresa de su fuga para lanzar una bomba olvidada2.”

El 16 de septiembre de 1955 se produjo otro levantamiento contra el gobierno, uno que triunfó. Perón se refugió en la embajada del Paraguay y las fuerzas armadas sentaron en el sillón presidencial al general Eduardo Lonardi.

Sus pares se sorprendieron, con disgusto, cuando en su primer discurso público Lonardi proclamó: “Ni vencedores ni vencidos”. Sus medidas económicas de transición empeoraron el humor de los golpistas de la Marina, que no habían derrocado a Perón para dejar en pie su modelo. Tan heterogénea era la coalición de la llamada Revolución Libertadora que rápidamente entró en crisis: el 13 de noviembre de 1955 el ala liberal de las fuerzas armadas —no en el sentido filosófico, sino en oposición al ala nacionalista— reemplazó a Lonardi por el general Pedro Eugenio Aramburu, quien intervino los sindicatos e ilegalizó al peronismo.

Por entonces, cuando los montoneros que lo matarían en 1970 estaban en la escuela primaria, Aramburu tenía cincuenta y dos años y una enorme ambición. No se alineaba con nacionalistas o liberales: obedecía con astucia el acuerdo entre armas que le había dado el poder. Ordenó y puso en práctica unas Directivas básicas del gobierno revolucionario, publicadas oficialmente a comienzos de diciembre de 1955, entre las cuales se destacaba: “Suprimir todos los vestigios de totalitarismo para restablecer el imperio de la moral, de la justicia, del derecho, de la libertad y de la democracia”.

Intentaba, en realidad, suprimir todo vestigio del país transformado desde 1946: en noviembre declaró intervenida la Confederación General del Trabajo (CGT) y arrestó a sus autoridades, disolvió el partido de Perón y la Confederación General Económica (CGE), y comenzó un tiempo de detenciones políticas. Por medio del conocido decreto N.º 4161 del 5 de marzo de 1956 prohibió “las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas” peronistas y hasta “el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones ‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, ‘justicialista’, ‘tercera posición’”.

Los apoyos del gobierno expulsado se dispusieron a organizarse, aprendiendo de la generosidad de los anarquistas —gente que había sido perseguida durante el peronismo— los primeros pasos en la clandestinidad. “En cada lugar se emprendía la realización de panfletos, de pintadas y también de acciones violentas, todo acorde con la característica de cada compañero, dispuesto a encarar una u otra tarea. Era una forma de resistir a los usurpadores”, explicó Troxler en 1973 a la publicación Peronismo y socialismo. “Lo que define a la resistencia es su espontaneidad. Fue algo instintivo, de defensa.”

Habituados a ir de golpe en golpe, los generales peronistas Juan José Valle y Raúl Tanco se propusieron echar abajo la Revolución Libertadora. La acción del Movimiento de Recuperación Nacional comenzó y terminó el 9 de junio de 1956 y Valle fue fusilado, al igual que otros veintiséis detenidos en todo el país.

Ferla enumeró: seis ejecutados en Lanús; cinco en José León Suárez; seis en Campo de Mayo; cuatro en la Escuela de Mecánica del Ejército; cuatro en la Penitenciaría Nacional; dos en La Plata. Su relato se detiene en la historia de Susana de Ibazeta, esposa de un coronel, para llegar a la frase que posiblemente sintetice la actitud de la Libertadora ante la ley. Ella creía que su marido estaba libre de cargos, tal como había sentenciado el tribunal militar; sin embargo, apenas comenzado el 11 de junio la citaron con sus cinco hijos para que se despidiera de él. A las 2 de la mañana salió de Campo de Mayo rumbo a la Quinta Presidencial de Olivos. Allí la rechazaron: “El presidente duerme”.

La de aquel 9 de junio fue noche sin luna. El coronel Desiderio Fernández Suárez ingresó a la casa de Juan Carlos Torres, en Hipólito Yrigoyen 4519, suburbio bonaerense de Florida. En un colectivo tomado en préstamo forzoso a la línea 19 cargó a Torres, Juan Carlos Livraga, Norberto Gavino, Miguel Ángel Giunta, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Horacio di Chiano, Rogelio Díaz, Carlos Lizaso, Mario Brion y Vicente Damián Rodríguez. Al mismo tiempo y en compañ

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