El día que se inventó el Peronismo

Mariano Ben Plotkin

Fragmento

¿Cómo entender el 17 de Octubre?

A más de sesenta años de su nacimiento, el fenómeno de masas conocido como peronismo sigue intrigando por igual a analistas y observadores en general, tanto locales como extranjeros. La pregunta acerca de la “verdadera naturaleza” de este movimiento popular, que ha ocupado un lugar central en la política del país desde su mismo nacimiento, continúa estando tan vigente hoy como lo estaba en 1945. Sin embargo, esta pregunta no es de fácil respuesta, ya que, como señala el sociólogo Emilio de Ípola, el peronismo se trataría de un fenómeno “mediado” por una diversidad de discursos, incluyendo los que el propio movimiento peronista ha construido sobre sí mismo. Peronistas, antiperonistas y científicos sociales han venido, desde 1945, diciendo cosas sobre el peronismo, y por lo tanto cada nueva interpretación tiene que hacerse cargo no solamente de volver sobre los hechos históricos en sí, sino también tener en cuenta todos estos discursos e interpretaciones previas que de alguna manera se interponen entre el analista (historiador, o científico social) y su objeto de estudio.

Aunque a lo largo de las décadas el peronismo (como cualquier otro proceso histórico) ha sufrido cambios y mutaciones que en muchos aspectos lo han tornado irreconocible, la referencia al “peronismo clásico”: es decir, al que estuvo en el gobierno durante la década comprendida entre 1945 y 1955, sigue siendo central, ya sea para asociarse simbólicamente a él, para recusarlo más o menos discretamente como un pasado obsoleto que hay que dejar atrás (los que “se quedaron en el 45”) o, en el mejor de los casos, para comprenderlo mejor y con ello a la historia argentina reciente. Y dentro de ese pasado problemático, hay un “momento” que ocupa un lugar central porque condensaría no solamente las condiciones de nacimiento del movimiento liderado por Perón, sino además su naturaleza misma: se trata del 17 de Octubre de 1945, considerado por amigos y enemigos como la fecha oficial de “nacimiento” del movimiento peronista.

Cómo todo hecho histórico, el 17 de Octubre es una construcción. La historia es una narración sobre hechos pasados construida por especialistas llamados historiadores. Pero ese pasado no es de acceso inmediato, no está al alcance de la mano, sino que debe ser reconstruido a través de los vestigios que el mismo dejó: documentos, imágenes, testimonios, memorias de todo tipo. Pero esta reconstrucción es también una construcción, puesto que para adquirir sentido todos estos vestigios deben ser ordenados y sobre todo interpretados por alguien (el historiador), que por definición no estuvo en el lugar de los hechos, puesto que si hubiera estado, estaría hablando como testigo o memorialista y no como historiador. El testimonio se diferencia de la historia en que el testigo “estuvo allí” y el historiador (como el juez) no. Por definición ni el juez ni el historiador —aquellos encargados de dirimir el contenido de “verdad” de un relato, es decir de determinar qué es cierto y qué no lo es de versiones contrapuestas sobre los mismos episodios—, presenciaron los hechos: el testigo no puede ser juez ni tampoco historiador. Claro que cuando se trata de historia reciente es posible que el historiador haya sido además testigo e incluso participante de los hechos como, por ejemplo, marginalmente lo fue Félix Luna, autor de El 45, uno de los mejores, sino el mejor libro escrito sobre los orígenes del peronismo hasta la fecha, respecto de los hechos del 17 de Octubre. Luna era por esos años un joven militante de la Unión Cívica Radical y por lo tanto opositor al peronismo. Sin embargo, en esos casos el historiador honesto debe tratar a su propia memoria como un documento más y someterla, dentro de lo posible, a las mismas exigencias críticas a las que somete a otro tipo de evidencia, incluyendo la memoria de otros. Cuando el historiador se confronta con los documentos recién comienza su tarea de crítica y reconstrucción. En este sentido, su memoria constituiría solamente un documento más, un vestigio más de ese pasado que se desea reconstruir; y así como ningún historiador honesto simplemente creería en un testimonio basado en la memoria de otra persona, sino que lo sometería a un trabajo crítico, cruzándolo con otras fuentes y otros testimonios, lo mismo debería hacer con su propia memoria.

Por lo tanto, se puede decir que el historiador, al utilizar sus capacidades interpretativas y al armar una narración coherente a partir de vestigios, también está “construyendo” los hechos históricos que narra puesto que éstos solo adquieren el carácter de tal de la mano del historiador. No tendríamos acceso al pasado sin la intervención de alguien que lo (re)construya para nosotros; a lo sumo nos enfrentaríamos a un conjunto de documentos, textos, imágenes, y memorias, pero no a una narración coherente del pasado.

Cuando los hechos que se pretenden reconstruir son, como el 17 de Octubre, objeto de fuertes controversias, esta tarea se complica aun más porque entre los hechos y la labor de reconstrucción se interponen además densas capas de memoria, discursos e interpretaciones originadas en las distintas lecturas interesadas no solo en un conocimiento de los hechos ocurridos, sino en su utilización para justificar posiciones políticas determinadas; es esa mediación de los discursos a la que se refiere De Ípola y a la que mencioné más arriba. Pero esta complicación adicional puede tornarse enriquecedora cuando estas diferentes lecturas y memorias se convierten a su vez en objeto de estudio y análisis histórico. De esta manera un hecho como el 17 de Octubre (y el hecho que nos refiramos “al” 17 de Octubre, usando las mayúsculas y sin más aclaración, de la misma manera en que decimos Revolución Francesa, 25 de Mayo, o Segunda Guerra Mundial, muestra la densidad histórica y la posición en el imaginario colectivo de aquello a lo que nos estamos refiriendo) se (re)construye a partir del análisis de los episodios concretos que ocurrieron en ese día de 1945, del de sus sucesivas transformaciones y del de las memorias e interpretaciones que se fueron superponiendo a lo largo del tiempo.

El 17 de Octubre, como señala el antropólogo Federico Neiburg, y como se dijo anteriormente, es una fecha particular porque pareciera marcar no solamente el origen del movimiento liderado por Perón, sino además condensar su naturaleza. En efecto, a partir mismo de ese día de 1945 y durante décadas, se produjo un combate simbólico (que en oportunidades tuvo consecuencias que trascendieron largamente lo simbólico) sobre puntos cruciales tales como quién (o quiénes) fueron los motores reales detrás de los episodios del 17, sobre la naturaleza del sujeto colectivo que se materializó en la Plaza de Mayo: ¿se trató del “pueblo trabajador”, de un grupo de marginales; de los trabajadores organizados en sindicatos, o del “pueblo” en general? o sobre el papel jugado por Perón y por Eva Perón en los hechos. Como se verá, este combate se desarrolló no solamente entre los seguidores y los detractores de Peró

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