La montonera

Gabriela Saidon

Fragmento

La Montonera

Prólogo a la tercera edición

La primera edición de La montonera. Biografía de Norma Arrostito data de 2005. Se publicó en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, cuando las causas por delitos de lesa humanidad se reabrían y el periodismo tomaba el guante para contar la historia reciente. La imprescriptibilidad de las causas vinculadas a la última dictadura cívico militar contradecía el concepto de cosa juzgada para siempre en la Argentina. Un salto cualitativo que años después permitiría juzgar también los delitos sexuales, dentro y fuera de los campos de concentración, y a futuro. O de hablar, como lo hace Rita Segato, de “femigenocidio”.

El libro se reeditó en 2011, cuando la Argentina acababa de estrenar la ley de Matrimonio Igualitario, pero todavía sin ley de Identidad de Género, ni reforma del Código Penal que incorpora el concepto de violencia de género, y por supuesto, sin ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Era un país sin #NiUnaMenos. Era, en cuanto a género, otro País de Nomeacuerdo de María Elena Walsh. Pero era el país del Nunca Más.

En 2007 comenzaron los juicios por la Megacausa ESMA, el enjuiciamiento grupal de represores que actuaron en ese centro clandestino de detención, tortura y desaparición de la Armada, durante 1976 y 1983, a cargo del Tribunal Oral número 5. Norma Arrostito es una de las víctimas que figuran en la Megacausa ESMA, en el tercer y cuarto juicio (2017 y 2021), junto con quien fue su cuñado y compañero de militancia, Carlos Maguid, también detenido y desaparecido en ese centro, más otros y otras víctimas, incluidas sobrevivientes que con sus testimonios permitieron seguir reconstruyendo los hechos y generando condenas.

El juicio no ha determinado aún quién le aplicó la inyección de pentotal que la mató, aunque su cuerpo continúe desaparecido. Sí confirma que en ese acto participó un “Tommy”, el alias para varios de los médicos que actuaron en la Escuela de Mecánica de la Armada y fueron juzgados, como Carlos Capdevilla, quien fue condenado a quince años de prisión en el tercer juicio. Los alias comunes de represores y torturadores en el centro clandestino funcionaron como escudos, una protección para futuras acusaciones, una estrategia para burlar a la Justicia y a la memoria histórica, desdibujando identidades.

Entonces, además de las condenas judiciales. Del avance implacable de las conquistas en favor de la igualdad y la equidad. Y de los retrocesos. ¿Qué cambió? Cambió la mirada. La mirada social, y también mi forma de ver.

“Era una dura”, me dice una militante. Y yo me pregunto: ¿alcanzaba con la dureza?

Entrevisté para Infobae a Miriam Lewin y a Olga Wornat por la reedición de su libro Putas y guerrilleras (2020). Leo los párrafos referidos a Norma Arrostito, la Gaby, y vuelvo a confirmar algo que se mantiene, sin variaciones, en el tiempo: la convicción sobre su integridad en la situación de detenida desaparecida en la ESMA. El haberse puesto siempre a la altura de las circunstancias, su responsabilidad como líder, aun en ese espacio de terror donde ya no había nada que liderar, donde no había armas ni disputas de poder, solo humillación, dolor y muerte.

Cito un fragmento de esa entrevista, que también se refiere a otra militante idealizada (Sara Osatinsky, Quica, mujer de Marcos Osatinsky, uno de los líderes montoneros):

MIRIAM L.: Cuando la Quica denunció que había sido violada, provocó un terremoto en el colectivo de las sobrevivientes. Porque la reacción era como si te dijeran que la Virgen María se hubiera prostituido. La Quica para nosotros era un modelo, era mayor, había perdido a su marido de una manera terrible, sus dos hijos adolescentes, el dolor de la Quica nos tocaba el corazón a todos y a todas y era un modelo de comportamiento. La reacción de algunos de los sobrevivientes era: con qué necesidad ella había venido a destruir el ideal que teníamos de ella. Sin entender la situación en la que estaba. En cambio, la gente que fue testigo de la relación de Norma Arrostito con el Delfín Chamorro, que la visitaba en su camarote en la ESMA, decía que era una relación de admiración de general a general de ejércitos enemigos, salvando las distancias porque no fue una guerra. Pero a mí no me sorprendería que el día de mañana la verdad que damos por sentada ahora tuviera pliegues a los que nosotros no accedimos.

OLGA W.: Tal vez no fue Chamorro, fue otro, no lo sé, pero la realidad es que es cierto que está en un pedestal de la santa canonizada.

MIRIAM L.: También, tenemos que pensar que ellos sabían que ella no iba a sobrevivir. Que la tenían a los efectos de mostrársela a los otros secuestrados y secuestradas. Mientras que en el caso de Quica, iba a sobrevivir, de manera que esa indicación del Tigre Acosta de que tener relaciones con los represores, con los miembros del grupo de tareas, era un indicativo de “recuperación”, funcionaba. En el de Arrostito no tenía un objetivo.

Mientras en la ESMA los marinos violentaban y oprimían a sus cautivos, la Gaby corrió con otro destino. Se hizo temida, leía las cartas del tarot, tenía el poder de la bruja.

Santa y bruja metalizada. Las palabras bronce, trofeo, que suelen asociarse a su figura, refieren a metales, como lo refieren los “fierros” en la lucha armada de la que ella participó, las prácticas de tiro, el entrenamiento en Cuba, el revólver en su cartera en la escena del secuestro de Aramburu o los que se dedicaba a “armar y desarmar”. No solo las armas, también los autos, como el Renault 4 de su propiedad. La dureza del metal: una especie de humana robotizada. Protegida por la memoria del deseo de preservarla pura y dura. Impenetrable.

Para conservar su pura dureza, es imprescindible que Norma Arrostito no haya sido violada ni haya delatado a nadie, siguiendo, en palabras de Ana Longoni (2007), “la lógica sacrificial de la militancia”. Era mejor morir que dar información.

“No cantábamos porque queríamos: nos violaban”, me dijo una sobreviviente de la ESMA “acusada” de marcar militantes. Del mismo modo, ya no se habla hoy de síndrome de Estocolmo: no hay deseo, hay represión por la fuerza y el terror, hay involuntarización.

Pero Gaby no canta. No colabora. Solo pronuncia el cargo en la organización. Nombre de guerra y cargo.

Y es necesario que así sea, que se erija, tanto por la responsabilidad en los hechos como por ese cargo jerárquico inicial que, de todos modos, no pudo conservar en la cúpula montonera (tal vez, si la hubieran dejado, la historia habría sido distinta), por ser la viuda del líder original, por ser mujer.

No se trata de probar ni de contradecir la memoria ni los testimonios, ni de hacer historia contrafáctica: se trata de pensar hoy, que la memoria ha cambiado, que no es necesario que Norma Arrostito siga sosteniendo la moral. Ninguna moral. Necesitamos humanizarla, a ella también. No hay cuerpo. No sabemos nada más que lo que

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