Las Ciencias Sociales en discusion

Fragmento

PREFACIO

Este libro aborda controversias que dividen a los estudiosos de la sociedad, los diseñadores de políticas sociales y los filósofos de los estudios sociales. En efecto, estos estudiosos discrepan en torno de cuestiones filosóficas acerca de la naturaleza de la sociedad y la mejor manera de conocerla, así como sobre el modo más justo de resolver los problemas sociales. Así, por ejemplo, si suponemos que la gente sigue exclusivamente las leyes de la naturaleza, podemos llegar a descubrir el orden social pero no nos corresponderá cuestionarlo ni mucho menos tratar de modificarlo. Además, si los hechos sociales no pueden entenderse de la misma manera que cualquier otro hecho, a saber, por la observación, la conjetura y la argumentación, entonces el estudio de la sociedad nunca podrá llegar a ser científico y, por lo tanto, tampoco una guía confiable para la política social y la acción política. Y si la racionalidad no es nada más que interés en sí mismo y las únicas teorías sociales serias son las del tipo de la elección racional, entonces, habida cuenta de las trampas a las que nos puede llevar el comportamiento egoísta, debemos abandonar toda esperanza de manejar nuestros asuntos a la luz de los estudios sociales o, tal vez, incluso de la razón. ¿Estamos realmente tan mal, o hay una salida?

Un segundo ejemplo revelador, entre muchos, es el siguiente. ¿A quién seguiremos al estudiar los hechos sociales: a Marx, que sostenía que siempre tenemos que comenzar por el todo social, porque éste modela al individuo en todos los aspectos, o a Weber, quien pregonaba que explicar un hecho social equivale a “interpretar” acciones individuales? ¿O a ninguno de los dos, aunque sólo sea porque el holismo de Marx explica el conformismo pero no la originalidad, la iniciativa o la rebelión, mientras que el individualismo de Weber pasa por alto el hecho de que todos los individuos nacen en un sistema social preexistente? (De paso, este ejemplo demuestra que, si estos eruditos hubieran sido coherentes, el primero tendría que haber sido un conservador y el seguno un revolucionario.) ¿Hay alguna alternativa tanto al holismo como al individualismo, vale decir, un enfoque que considere la acción individual en un contexto social y la sociedad como un sistema de individuos que, a través de sus interacciones, se modifican a sí mismos y construyen, sostienen, reforman o desmantelan sistemas sociales tales como las familias, las escuelas, las orquestas, los equipos de fútbol, los pools de transporte, los clubes, las empresas comerciales, los gobiernos y hasta naciones enteras?

Estas y muchas otras cuestiones que preocupan y dividen a los estudiosos de la sociedad son filosóficas. Una vez admitido esto, se deduce que el supuesto, el análisis y la argumentación filosóficos son pertinentes para importantes problemas de las ciencias sociales y la política social. Ésta, entonces, es una justificación práctica para hacer filosofía de las ciencias y tecnologías sociales: a saber, que, para bien o para mal, las ideas filosóficas preceden, acompañan y siguen a cualquier estudio social profundo y cualquier política social radical. Las ciencias y tecnologías sociales difieren ciertamente de la filosofía, pero no pueden liberarse de ella. La filosofía puede ser reprimida pero no suprimida. Como los niños victorianos, a los filósofos rara vez se los ve y nunca se los oye en los estudios sociales, pero siempre están por ahí —para bien o para mal—.

El filósofo curioso e industrioso es un comodín de todos los comercios conceptuales. Como tal, se espera que traspase todas las cercas interdisciplinarias. (De paso, el autor es culpable de múltiples transgresiones: es un físico convertido en filósofo y ha hecho incursiones en la sociología, la política científica, la psicología y la biología.) El filósofo aguza herramientas, desentierra supuestos tácitos y critica conceptos confusos; localiza, arregla o desecha razonamientos inválidos; examina marcos y cuestiona viejas respuestas; hace preguntas inquietantes y patrulla las fronteras de la ciencia. La suya es una tarea necesaria, divertida pero ingrata que debe llevarse a cabo en interés de la claridad, la eficacia y un sólido (esto es, constructivo) escepticismo, así como para proteger la búsqueda honesta de la verdad objetiva y su justa utilización.

Este libro no es una descripción imparcial ni un análisis desapasionado del estado actual de las ciencias y las tecnologías sociales. Lejos de regocijarse triunfalmente por los logros, se concentra en los defectos susceptibles de enraizarse en filosofías erróneas o dogmas ideológicos. Esta selección reconocidamente desequilibrada no debería dar la impresión de que las ciencias sociales contemporáneas son pura imperfección. En efecto, creo que han avanzado y pueden seguir haciéndolo, con tal de que resistan la topadora del irracionalismo “posmoderno”. Pero he decidido destacar algunos de los obstáculos filosóficos a un progreso ulterior. Es probable que otros estudiosos detecten defectos de otro tipo, como el descuido de las teorías de los cambios y mecanismos sociales (por ejemplo Sørensen, 1997) y la insuficiencia de los datos longitudinales para someterlas a prueba (por ejemplo Smith y Boyle Torrey, 1996).

La mayoría de los científicos, deseosos de seguir adelante con su trabajo, se impacientan con las controversias y la filosofía. Pero ¿qué pasa si, inadvertidamente, uno ha adoptado un enfoque erróneo del problema en cuestión? Y ¿qué sucede si lo que indujo dicho enfoque es una filosofía no comprobada que pone trabas a la exploración de la realidad, al sostener, por ejemplo, que ésta es una construcción o bien que es autoexistente pero impermeable al método científico? En tales casos es indispensable un debate filosófico, no sólo para sacar a la luz y examinar los supuestos, aclarar las ideas y controlar las inferencias, sino incluso para hacer posible la investigación.

Adopto una postura filosófica y metodológica determinada: a favor de una búsqueda objetiva y pertinente de hechos, una rigurosa teorización y pruebas empíricas, así como de la elaboración de una política moralmente sensible y socialmente responsable. Por consiguiente, me opongo al irracionalismo y el subjetivismo —en particular el constructivismo relativismo—, así como a la opaca retórica que pasa por teoría y las consignas partidarias disfrazadas de planificación de políticas sociales serias. (Esta postura distingue mi crítica de los ataques “radicales”, “retóricos”, “feministas” y “ambientalistas” a las ciencias sociales, todos los cuales son oscurantistas y contraproducentes.) Sostengo en especial que, si se pretende abordar eficaz y equitativamente los candentes problemas sociales de nuestro tiempo, hay que hacerlo a la luz de una investigación social seria, aunada a principios morales que combinen el interés propio con el bien público. No puede haber una reforma social efectiva y duradera sin una seria investigación social. El conocimiento guía la acción racional.

También afirmo que la investigación en ciencias sociales debería recibir la orientación de ideas filosóficas lúcidas y realistas. Entre éstas se cuenta la hipótesis de que los problemas, ya sean conceptuales o prácticos, no pueden aislarse sino que se presentan en paquetes y hay que abordarlos como tales si se pretende resolverlos. La razón de ello es que el mundo mismo, en particular el mundo social, es un sistema más que un agregado de elementos independientes entre sí; pero, por supuesto, se trata de un sistema modificable y no rígido y, por otra parte, susceptible de análisis. Sin lugar a dudas, y a diferencia de las ciencias sociales básicas, la tecnología social muy rara vez —o nunca— es imparcial: es inevitable que esté a favor o en contra de ciertos intereses. Sin embargo, para ser eficaz debe ser tan objetiva como aquéllas. Una vez más, esta distinción entre objetividad (una categoría filosófica) e imparcialidad (una categoría moral y política) es de naturaleza filosófica.

Gran parte de lo que sigue será crítico de ciertos aspectos que hacen furor en los estudios sociales y filosóficos contemporáneos. Lo cual no debería sorprender a quienes creen que hay alguna verdad en la afirmación de que, si bien la sociedad moderna habría sido imposible sin las ciencias naturales y la ingeniería, poca hubiese sido la diferencia si las ciencias sociales nunca hubieran nacido (Lindblom, 1990, p. 136). Mis críticas de ciertas modas filosóficas tampoco deberían conmover a quienes temen que la filosofía esté atravesando un período de depresión, a punto tal que algunos filósofos han anunciado prematuramente su muerte.

Entre los blancos de mis críticas se destacan ciertas concepciones radicales: el holismo (o colectivismo) y el individualismo (o atomismo); el espiritualismo (idealismo) y el fisicismo; el irracionalismo y el hiperracionalismo (apriorismo); el positivismo y el antipositivismo oscurantista; el constructivismo y el relativismo sociales; el fanatismo y la insensibilidad al aspecto moral de los problemas sociales; el falso rigor y el culto de los datos; las teorías e ideologías grandilocuentes; la moralización desdeñosa de las ciencias sociales; y la compartimentación de los estudios sociales. Escatimemos los azotes y mimaremos al que carece de rigor.

Sin embargo, mis críticas no deberían confundirse con las temerarias opiniones de que los estudios sociales son necesariamente no científicos y toda filosofía un disparate. Menos aún con los paralizantes dogmas que sostienen que no puede haber ciencia de la sociedad porque el hombre es errático y misterioso, porque las creencias y las intenciones no pueden estudiarse objetivamente o porque la realidad es una construcción, y por ello inalcanzable una verdad objetiva transcultural. Estas objeciones planteadas por el campo literario o “humanístico” (de café), particularmente en su fase “posmoderna”, se enfrentarán desenterrando y refutando sus supuestos filosóficos, que se remontan a Vico, Kant, los románticos alemanes (principalmente Hegel), Nietzsche, Dilthey y Husserl. Es sencillo falsarlos con la mera enumeración de algunos de los genuinos logros de las ciencias sociales diseminados a lo largo de la literatura académica.

Mi propia opinión es que el estudio de la sociedad, aunque aún atrasado, puede y debe convertirse en plenamente científico, en particular si se pretende que oriente una acción social eficaz y responsable. Esto no implica que la sociedad humana sea una porción de la naturaleza, por lo que los científicos sociales deberían remedar en todos los aspectos a sus pares de las ciencias naturales. Al contrario, haré hincapié en que los seres humanos son extremadamente artificiales; que sus sentimientos y pensamientos guían su conducta social; que las convenciones sociales actúan junto con las leyes; y que todos los sistemas sociales tienen propiedades no naturales. (Recuérdese el bon mot de Maurice Ravel: “Soy artificial por naturaleza”.) Como diferentes objetos de investigación exigen diferentes hipótesis y técnicas investigativas, las ciencias sociales no son parte de las ciencias naturales aun cuando utilicen elementos de éstas.

No obstante, e independientemente de sus diferencias, los electrones y las sociedades, aunque invisibles, son cosas concretas. Y los cerebros humanos, por diferentes que sean entre sí, perciben y razonan de manera similar y pueden comunicar sus pensamientos y discutirlos — al menos cuando son mínimamente claros—. Por lo tanto, todas las ciencias, ya sean naturales, sociales o biosociales, comparten un núcleo común: la lógica, la matemática y ciertas hipótesis filosóficas acerca de la naturaleza del mundo y su estudio científico. Este meollo común permite que hablemos de ciencia en general, en contraste con la ideología o el arte, y que la discutamos racionalmente.

De manera semejante, todas las tecnologías, de la ingeniería civil y la biotecnología a las ciencias de la administración y la jurisprudencia, comparten dos características: se espera que sean racionales y que utilicen la mejor ciencia básica disponible; y son herramientas que contribuyen a modificar la realidad de un modo eficiente (aunque no necesariamente beneficioso). Sin embargo, las tecnologías sociales se examinarán en la Parte B de este libro. La Parte A está dedicada a las ciencias, semiciencias y pseudociencias sociales (y socionaturales). La mayoría de los tecnicismos sanguinolentos, ya sean genuinos o espurios, se dejaron para los apéndices.

Los conceptos filosóficos generales presentes en la investigación social, por ejemplo los de sistema, proceso, emergencia, teoría, explicación, verificabilidad y verdad, no se abordan en detalle en este volumen. Lo mismo vale para las problemáticas filosóficas comunes a todas las ciencias sociales, como los trilemas holismo-individualismo-sistemismo y racionalismo-empirismo-realismo. Todo esto, y más, se examina en mi Finding Philosophy in Social Science (Bunge, 1996a).

Por último, una palabra de aliento al posible lector que tal vez se vea disuadido por la gran cantidad de disciplinas revisadas en este libro. Esta diversidad ha resultado manejable gracias a que se la unificó con la ayuda de apenas una docena de ideas centrales, que son las siguientes. 1/ El mundo real contiene sólo cosas concretas (materiales): las ideas, creencias, intenciones, decisiones y cosas por el estilo son procesos cerebrales. 2/ Todas las cosas están en mudanza continua en uno u otro aspecto. 3/ Todas las cosas, y sus cambios, se ajustan a pautas, naturales o construidas. 4/ Las cosas concretas pertenecen a cinco clases básicas: física, química, biológica, social y técnica. 5/ Todas las cosas son o bien un sistema (un haz de cosas unidas por algún tipo de vínculos) o bien componentes de uno. 6/ Algunas de las propiedades de un sistema son emergentes: se originan con el sistema y desaparecen si y cuando éste se deshace. 7/ Aunque los seres humanos están compuestos de partes físicas y químicas, tienen propiedades irreductiblemente biológicas y sociales. 8/ Toda sociedad es un supersistema compuesto de subsistemas con propiedades de las que carecen sus componentes individuales. 9/ Aunque parcial y gradualmente, la realidad puede conocerse a través de la experiencia y la ideación. 10/ La investigación científica produce el conocimiento más profundo, general y preciso, aunque rara vez definitivo. 11/ Las acciones y políticas y planes sociales más responsables y eficaces se elaboran a la luz de los descubrimientos científicos. 12/ La ciencia y la tecnología progresan no sólo gracias a la investigación teórica y empírica sino también mediante la elucidación, el análisis y la sistematización de sus propios presupuestos, construcciones genéricas y métodos —una tarea típicamente filosófica—. Nec timeas, recte philosophando.

A menos que se indique lo contrario, todas las traducciones me pertenecen. A lo largo del libro, los pronombres masculinos se emplean para denotar todos los sexos. El antisexismo, al que adhiero, debería ser un asunto de ideas y actos y no sólo de palabras.

AGRADECIMIENTOS

Agradezco al Social Sciences and Humanities Research of Canada el apoyo a algunas de mis investigaciones a lo largo de muchos años. La McGill University, mi hogar universitario durante tres décadas, me concedió la libertad académica necesaria para la exploración y la heterodoxia intelectuales. Y el Istituto di Economia de la Università degli Studi di Genova me hospedó durante una etapa decisiva en la escritura de este libro.

Estoy agradecido a Joseph Agassi, Amedeo Amato, Alfons Barceló, Raymond Boudon, Charles Tilly, Camilo Dagum, Ernesto Garzón Valdés, Ernest Gellner, John A. Hall, Erwin Klein, Martin Mahner, Edmond Malinvaud, Andreas Pickel, Anatol Rapoport, Bruce G. Trigger, Axel van den Berg y Ron Weber por sus valiosos comentarios sobre determinadas partes de este libro. Estoy igualmente agradecido a mis ex alumnos David Blitz, Moish Bronet, Marta C. Bunge, Martin Cloutier, Mike Dillinger, Martha Foschi, Andrés J. Kálnay, Joseph y Michael Kary, Jean-Pierre Marquis, Karim Rajani y Dan A. Seni por más de una discusión estimulante.

Richard N. Adams, Sidney Afriat, Evandro Agazzi, Hans Albert, Maurice Allais, Carlos Alurralde, Athanasios (Tom) Asimakopulos, Luca Beltrametti, Dalbir Bindra, Alberto Birlotta, Judith Buber Agassi, James S. Coleman, A. Claudio Cuello, Alberto Cupani, Georg Dorn, Torcuato S. Di Tella, Tito Drago, Bernard Dubrovsky, José M. Ferrater Mora, Frank Forman, Johan Galtung, Lucía Gálvez-Tiscornia, Máximo García-Sucre, Gino Germani, Johann Götschl, Jacques Herman, Irving Louis Horowitz, A. Pablo Iannone, Ian C. Jarvie, Raymond Klibansky, Jim Lambek, Werner Leinfellner, Richard C. Lewontin, Larissa Lomnitz, Michael Mackey, Antonio Martino, Alex Michalos, Hortense Michaud-Lalanne, Pierre Moessinger, Bertrand Munier, Jorge Niosi, Lillian O’Connell, Mario H. Otero, Sebastián Ovejero Sagarzazu, José Luis Pardos, Francisco Parra-Luna, Jean Piaget, Karl R. Popper, Raúl Prebisch, Miguel A. Quintanilla, Nicholas Rescher, Hernán Rodríguez-Campoamor, Gerhard Rosegger, J. C. (Robin) Rowley, Jorge A. Sábato, Manuel Sadosky, Fernando Salmerón, Viktor Sarris, Gerald Seniuk, William R. Shea, Georg Siebeck, David Sobrevilla, Herbert Spengler, Richard Swedberg, Bartolomé Tiscornia, Laurent-Michel Vacher, Paul Weingartner, Herman Wold y René Zayan contribuyeron a lo largo de los años valiosas informaciones o críticas, aliento o amistad, consejos o apoyo. Por último, pero no por eso menos importante, me siento particularmente en deuda con Bob Merton por su sostenido estímulo.

Varias generaciones de curiosos y críticos estudiantes plantearon interesantes interrogantes y me llamaron la atención sobre las publicaciones correspondientes. Una multitud de lectores diseminados por el mundo entero brindaron informaciones, hicieron preguntas y propusieron críticas. Finalmente, una serie de universidades y sociedades eruditas de dos docenas de países me

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