Alma y vida

Diego Borinsky

Fragmento

PRÓLOGO (II)

—Dale, está bueno, pero tiene que ser un libro distinto, un libro fuera del sistema.

La frase quedó rebotando dos años dentro de mi cabeza como la pelotita de un flipper. Matías la soltó, con entusiasmo, en noviembre del 2009, sentados ambos en las escalinatas de su complejo de Benavídez aún en obra, ya finalizadas las 100 preguntas de El Gráfico. No imaginé en ese momento que su mirada fuera tan revolucionaria: hacer una biografía en la que el protagonista relate sus vivencias y pensamientos, sin el protagonista relatando sus vivencias y pensamientos, era realmente un libro fuera del sistema. Una pileta sin agua. Una bicicleta sin ruedas. Más o menos así.

Después del puntapié inicial, en dos años (2010 y 2011) nos encontramos sólo cuatro veces. De veinte llamadas, lo enganchaba en una. De diez mensajes de texto, me devolvía dos. Llegué al extremo de hablar con él una mañana, combinar para vernos esa misma noche, llegar hasta la guardia de su barrio cerrado y chocarme con la respuesta del encargado de seguridad: “Almeyda no está”. ¡¿Cómo no está?! ¡No puede ser!

Puede. Más de una vez volví a mi casa entre ofuscado y dolido, pateando piedritas e impotencia, y me descargué con Verónica, mi mujer: “Se terminó el libro, no va, con este pibe es imposible”. Lo que más me apenaba es que tenía la convicción de que Matías no lo hacía de agrandado, sino de colgado. Un libro distinto, fuera del sistema, ¿pero cómo?

La llave maestra para destrabar el cerrojo fue Luciana, la primera dama. Es la misma notera de TV que con 21 años le gritaba a Matías, desde abajo del micro que transportaba a la Selección Nacional en Francia 98, que estaba enamorada de él. Si detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, hasta puede ocurrir que además de gran mujer exista una secretaria súper eficiente. Fue el caso. Gracias a Luciana, el promedio de 4 reuniones en 2 años subió a 9 en 4 meses del 2012.

Las charlas comenzaron en casete de cinta y terminaron en grabador digital. Empezaron con un jugador y concluyeron con un director técnico. De River ambos, por supuesto. Arrancaron en su complejo y siguieron en su casa. Me recibió en cueros y descalzo, con un short de River apenas, también en piyama de abuelo con botones, y con jean y pulóver.

Nos encontramos en el quincho de su casa para que Matías pudiera fumarse sus 4 o 5 puchos durante las dos horas de entrevista, vigilados por apellidos ilustres del fútbol que saludaban desde las camisetas encuadradas: Ronaldo (Inter), Baggio (Brescia), Weah (Milan), Roberto Carlos (Real Madrid) y Vieri (Inter), entre otros, además de los amigos: Chamot, Ortega, el Kily, Sensini, Simeone, Maradona.

Las reuniones siguieron siempre más o menos la misma rutina, los miércoles a la noche, después de que durmiera a sus hijas. Infaltable el mate con dos cucharadas de azúcar por ronda para entrar en calor, la crítica de los últimos partidos de River —no ya de periodista a DT sino de hincha a DT, con la ilusión de sentirse por un momento ayudante de campo—, las dudas pendientes de la cita anterior y luego los temas del día. Cerrábamos, pasada la medianoche, mientras se fumaba, parado, el último cigarro al lado de la ventana abierta, imaginando qué podía ocurrir el fin de semana. Más de una vez, hablando del hipotético ascenso, lo vi morderse el labio inferior, cerrar los ojos y murmurar: “Por Dios, por Dios”. Daba la vida por este ascenso.

Nuestra mesa de trabajo resultó ser una mesa de ping pong. No había modo de esquivar el desafío. Su empeño, concentración para ir cantando el resultado pelota a pelota, y su fervor para festejar los puntos me sirvieron para corroborar su espíritu competitivo. El deportista tiene ese gen incorporado. El resultado es lo de menos. No le gané ninguno.

Este libro superó mil barreras e incertidumbres. Las propias, nacidas en la volatilidad del personaje, las que generó River en la A y más tarde River en la B. No es un libro convencional. No sigue un desarrollo estrictamente cronológico de sus vivencias. Es un muestrario de temas, personajes y circunstancias que intentan pintar las mil facetas que tiene el mundo del fútbol. “No soy un fanático de las biografías, pero me pareció buenísimo lo que me pasaste, tratá de que vaya y vuelva con los tiempos”, me sugirió Eduardo Sacheri, nuestro Fontanarrosa futbolero del siglo XXI, y me sentí más o menos como se debe haber sentido un jugador de la Selección después de haber escuchado una charla técnica del Flaco Menotti.

Un libro distinto, fuera del sistema. Parido y desarrollado en el período más oscuro de la existencia de River, justo con el hombre que fue bandera, capitán y timonel en estos años. Un libro nacido de sus entrañas, elaborado con testimonios valientes y emotivos. Para entender mejor la vida de los dos: de Almeyda y de River.

DIEGO BORINSKY

1
INTRODUCCIÓN
Sin corazón no hay historia

Matías Jesús Almeyda es uno de los tantísimos habitantes de este país que se crió corriendo detrás de una pelota de fútbol y un afortunado que logró transformar el sueño de millones en realidad: ser futbolista profesional.

A modo de introducción, como una hoja de ruta —o un GPS, para estar a tono con los tiempos actuales—, sintetizaremos en estas líneas la vida de Matías con la mayor cantidad de datos posibles en el menor espacio posible, para que luego, sí, con el mapa de grandes trazos ya en la cabeza, el lector pueda salir por los caminos laterales e internarse en todos los temas que nuestro protagonista aborda con emoción y franqueza, con visión crítica y coraje inusual. Pensiones, representantes, liderazgos positivos y negativos, acomodos, entrenadores, dirigentes, compañeros, concentraciones, falsedades, negocios, apretadas, adicciones, transferencias; en síntesis, dolores y alegrías con los que convivió, gozó y tropezó durante su carrera. A partir de sus vivencias personales, la intención de este libro es decodificar y entender un poquito mejor la amplia gama de personajes y facetas que cruzan el peculiar mundo del fútbol. Viajar de lo particular a lo general.

Matías Jesús Almeyda nació el 21 de diciembre de 1973 en la ciudad bonaerense de Azul, 300 kilómetros al sudoeste de la Capital Federal. Hijo de Oscar y Silvia, hermano menor de Silvina y Carolina, está casado con Luciana García Pena, ex modelo y notera de televisión, que además de ser hincha de River practicaba deportes en el club cuando ni soñaba ser la esposa de Matías y tener tres hijas con él: Sofía (11 años), Azul (9) y Serena (6).

Matías se crió en el Barrio Obrero General San Martín de su ciudad y además de estudiar hasta segundo año del secundario aprendió folklore durante 8 años en la Peña Frontera Sur, con la que viajó, compitió, y hasta se presentó en el viejo Canal 7.

Empezó en el fútbol organizado a los 6 años en Boca de Azul —vaya paradoja— aunque allí sólo se entrenó y no disputó ningún partido oficial, según aclara con celeridad. Luego, con Alumni fue subcampeón provincial en 1986. Jugaba como volante por derecha y también de de

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