Fin de semana en el paraíso 2

María Inés Falconi

Fragmento

Capítulo 1

—¡Ay!!! ¡Ay!!! ¡Ay!!! ¡Ay!!! ¡Ay!!!!!

Cinco fueron los “¡Ay!” que pegó Carla: uno por cada cachorro que se fue asomando de la caja que Diego acababa de abrir. Todos chiquitos, peluditos y hermosos. Todos parecidos a… ¡a nadie! Eran una mezcla complicadísima entre Penélope, la cocker de los abuelos de Diego, y Patán, el perro sin cola de Carla. Gonzalo y Agustina no gritaron, pero también los miraban emocionados.

—¡Mirá éste! —dijo Carla levantando a uno que no hacía más que estornudar—. Tiene las orejas de Penélope pero… ¡no tiene cola!

—Éste es “ésta” —aclaró Diego.

Carla le miró la panza para ver si lograba darse cuenta de si era un “éste” o una “ésta”, pero no logró descubrirlo.

—¿Cómo sabés? —preguntó todavía examinando al perro… perra.

—Bueno —se metió Gonzalo mientras jugueteaba con los otros—, los varoncitos tienen una cosita que hace justamente que sean varoncitos…

—Ya lo sé, tonto. Lo que quiero decir es que mirándolo, “la cosita” ni se ve.

—Las tetitas tampoco —apoyó Agustina, que también había levantado uno. Éste al revés: con cola, como Penélope, y las orejas y el pelo como Patán—. ¿Éste qué es? —preguntó.

Gonzalo se lo sacó de la mano y lo dio vuelta.

—Perra —dijo muy seguro.

—¡No! Ése es perro, animal —corrigió Diego.

—Animal perro. Lo que yo decía. No, la verdad es que no se nota. Carla tiene razón —dijo Gonza devolviéndole el cachorro a Agustina y agarrando otro más para examinarlo.

—Ustedes no saben nada de perros —se agrandó Diego—. Miren, el que tiene Carla, sin cola y con orejas “penelopianas”, es perra. Esta otra, muy parecida a su mamá, también es perra. Los otros tres, el que es igualito a Patán, el que tiene las orejas de Patán pero la cola de Penélope, y este otro que es como un rompecabezas mal armado, estos tres son machos.

Todos se rieron. Era cierto. Había uno que parecía un rompecabezas: no tenía cola, tenía las orejas de Patán pero el hocico de Penélope y el pelo era una mezcla de los dos, cuerpo marroncito y patas negras con las puntas blancas. Un verdadero desastre.

—Pero vos no me vas a decir que te diste cuenta solo ¿no? —lo desafió Carla.

—Bueno… —dudó Diego—. No. Ni ahí. El que se dio cuenta fue mi abuelo, pero tampoco estaba seguro. Lo confirmó la veterinaria.

Los perritos gritaban y se revolvían adentro de la caja y los cuatro chicos no paraban de levantarlos, acariciarlos y volverlos a dejar. Penélope seguía de cerca todos sus movimientos, bastante desconfiada del cuidado que estas cuatro bestias podían darle a sus indefensos bebés.

—¡Quién hubiera dicho que gracias a que el estúpido del rottweiler de Marita se robó las cortinas de mi mamá, íbamos a ser padres de cinco cachorritos! —dijo Carla refregando la nariz contra una de las hembras.

—¿Padres? —dijo Gonzalo—. Yo no soy padre de nadie. Mucho menos de cinco perros.

—En todo caso seríamos los abuelos —agregó Diego.

—Como sea —dijo Carla—, pero ahora somos como de la familia.

Parte de razón tenía. Ellos cuatro, aquel fin de semana en que se habían conocido, habían sido los responsables de que Patán y Penélope se encontraran en el jardín de la casa de Carla.

Aquella vez, Carla había invitado a Agustina a pasar el fin de semana a su casa del country El Paraíso, y Diego había invitado a Gonzalo, también a pasar el fin de semana en el country, pero en la casa de sus abuelos. Carla y Diego se conocían… de lejos; Agustina y Gonzalo se conocían… también de lejos porque iban a la misma escuela, pero en distinto turno; pero los cuatro juntos se habían encontrado aquel fin de semana por primera vez. Lo que debió haber sido dos días para disfrutar se transformó en una pesadilla. El rottweiler de la vecina se había robado una bolsa con cortinas nuevas de la mamá de Carla; su papá estaba convencido de que le faltaba la cámara de fotos, y la sospecha de que había entrado un ladrón en la casa enloqueció a todo el mundo. Tanto, que Diego y Gonzalo habían terminado en la comisaría. Por suerte, todo se había aclarado y los dos días de sobresaltos dieron como resultado que los cuatro se hicieran amigos inseparables y que el amor de Patán por Penélope estuviera ahí, tan a la vista, con los cinco cachorritos recién nacidos.

Desde entonces, no habían logrado encontrarse nunca más. Eso sí, chateaban casi todos los días, Carla y Agustina seguían yendo juntas a sus clases de teatro, Gonzalo y Agustina se cruzaban alguna vez en el colegio y Diego y Gonzalo andaban siempre juntos. Pero los cuatro no se habían vuelto a encontrar. Por eso, cuando Diego les dijo que el sábado sus abuelos pensaban llevar los cachorros al country, tuvieron la excusa perfecta para volver a estar juntos.

—Tenemos que ponerles nombre —propuso Carla—. ¿No tienen, no? —preguntó temiendo que Diego ya lo hubiera hecho

—No, no tienen —resopló Diego. Hacía un mes que Carla le venía diciendo que ni se le ocurriera elegir los nombres a él solo, que para eso tenían que estar todos.

—Agustina, Carla, Diego y Gonzalo —dijo Gonza, como para resolver rápido la situación. Todos lo miraron—. Bueno… ¿no somos los abuelos? Los nietos muchas veces llevan los nombres de sus abuelos.

—¡Es horrible! ¡Son nombres de personas!

—¿Y qué tiene? Hay muchas perras que se llaman “Diana”, por ejemplo.

Lo miraron otra vez. El argumento era imposible.

—Está bien. Descartemos los nombres de personas —aceptó Gonzalo—. Pero era una buena idea.

—Antes de que nadie diga nada, aviso —dijo Carla—: ni se les ocurra proponer esas tonteras perrunas como “Manchita” o “Colita” o algo así.

—Muy adecuado para un perro sin cola —se rió Gonzalo.

Los cuatro se quedaron pensando.

—Hay que mirarlos bien —sugirió Agustina—. Muchas veces la cara del perro te sugiere el nombre.

—El único nombre que me sugiere la cara del perro, es perro —dijo Diego.

—Eso porque no sabés mirar —le contestó Agustina, con lo cual Diego acercó su nariz al hocico de uno de los cachorros y se quedó mirándolo fijo.

—Perro, definitivamente —repitió.

—Sos un tarado —se rió Agustina.

—¡Paren! —gritó de repente Gonzalo—. Ustedes dicen que no quieren que lleven nombre de persona, pero… ¿Penélope qué es? ¿No es un nombre de persona, acaso?

—No, es de dibujo animado. Ahí tenés —dijo Diego.

—Claro, como Patán.

—¡Lo tengo! —gritó ahora Agustina—. Si los padres se llaman como los dibujitos, los hijos podrían llamarse así, como personajes de los dibujitos.

No era tan mala idea. Los volvieron a mirar. De pronto Diego levantó al perrito que era igual a Patán.

—Bob —dijo—. Por Bob esponja. Es medio cuadrado.

To

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