Que no se vaya nadie sin devolver la guita

Enrique Pinti

Fragmento

¿PARA QUÉ QUIEREN EL AUTORITARISMO?

Hay una serie de factores de poder que quieren que el país retorne a un autoritarismo muy fuerte con el pretexto de combatir la delincuencia. La idea es que, con una fuerza represiva así, también evitarían las marchas, evitarían las protestas, evitarían los pedidos, los reclamos. Saben que el país no está en condiciones de darle trabajo a nadie, ni de darle mejoras a nadie, ni de darle aumento de sueldo a nadie, ni de darle mejores condiciones de vida a nadie. Por lo tanto, como saben que esto va a ir de mal en peor, necesitan establecer un Estado muy totalitario —no pueden volver a una dictadura militar porque estarían muy fuera de época— y necesitan que un gobierno democrático, o seudodemocrático, ponga gente autoritaria en un montón de lugares del Estado, y que los medios de comunicación estén manejados por gente de ideas autoritarias, o que labure para gente de ideas totalitarias, para que tengamos claro que si en este país te tirás un pedo, te matan. Esta campaña está hecha para amedrentar.

Si yo tuviera la misma idea que estos personajes —que no la tengo— pensaría que uno de los graves errores que tiene esta teoría, aparte de los otros que pueda tener, es la imposibilidad de ponerla en práctica, porque cuando se llegó al grado de abandono, de miseria y desesperación que hay acá, cuando se llegó a que pululen bandas totalmente desalmadas capaces de matar por un colchón mojado o por un sánguche de mortadela, la mano dura no es solución.

Eso lo podrían lograr en la época del Proceso, porque en el ’76 había un 80% de la clase media, más toda la clase media alta —y de la clase alta, ni hablar— que tenía trabajo, buenas condiciones de vida, sin problemas. Algunos hasta tenían dos laburos. Con una sociedad medianamente próspera, con la panza llena, con el trabajo seguro, el problema se centraba en los focos guerrilleros. En las universidades, en los montes de Tucumán o en algún otro lado muy específico. Era mucho más fácil establecer el terror. Porque la gente tenía terror de perder lo que poseía. Tenía terror de que le pasara algo y quedar fuera de la sociedad. Y como no le pasaba nada, porque iba del trabajo a la casa y de la casa al trabajo en horas en que no había razzias, y si las había era buscando a guerrilleros que podían estar con una bomba por ahí, frente a una detención por parte de la policía, decía: “Muchísimas gracias por revisarme el baúl del auto, agente. A ver si todavía había una bomba”. Y estos vivos sabían que si se zarpaban con alguien, lo hacían muy espaciadamente. Al pueblo, a esa gran masa de clase media, no le llegó la brutalidad.

Y la negó, sistemáticamente, porque el esquema de miedo estaba expandido en la sociedad y la gente decía: “No me voy a arriesgar”. “Sí, no se arriesgue”, le decían del otro lado, “y cuidadito con lo que habla”. Es que esta gente tenía algo que defender, como su trabajo, su bienestar, su confort, etcétera. Pero cuando no hay nada que defender, cuando estás desquiciado, no aceptás estas cosas.

Si bien hay una parte del pueblo que quiere la mano dura, la pregunta es: ¿para qué? Esa parte pide la mano dura para que castiguen, maten y asesinen al que roba. Sólo para eso quiere la mano dura. Pero, en cuanto vea la explosión de violencia de ambos lados, tampoco va a poder vivir y se va a encontrar en medio de la balacera. Eso sí, cuando ocurra, esto va a ser el far west.

Por eso digo que no es viable la mano dura en este momento de la Argentina. Dejaron crecer demasiado la miseria para que esto pueda ser viable. Las mayorías la aceptaron hace veinticinco años porque tenían un país próspero que había que defender.

Los grupos autoritarios podrán imponer sus ideas represoras sólo en tanto y en cuanto puedan meterse en las zonas de poder. Imaginemos que en la provincia de Buenos Aires el gobernador sea Rico o Patti y empiece a cortar cabezas, y ya no se pueda andar ni con un pulóver colorado o ese tipo de cosas. Y mete preso, mete preso, mete preso... Seguramente, los medios de comunicación que están a favor de estos métodos van a empezar a reportar un 30 o un 40% menos de secuestros, y lo van a decir. Incluso, algunas de las bandas, que hoy están armadas y organizadas, van a dejar de operar, pero se van a meter en otro lado para seguir teniendo trabajo. Tal vez haciendo la tarea de entrar a las casas a matar de una manera legal. Así, va a desaparecer el tipo de secuestros que hoy tenemos, y entonces la gente va a decir: “¿Viste? Era bueno esto de la mano dura”. Esto es a lo que ellos se juegan, si es que lo logran.

A mí me cabe pensar que no es posible, que es difícil que lo puedan conseguir, porque también esta situación se les fue de las manos. Dejaron crecer mucho todo, y creo que ahora no es viable.

Ahora, el asunto es que se active la producción del país, que se dejen de joder y que empiece a trabajar la gente. Y al laburar la gente, la cosa empieza a encarrilarse —en cinco, seis o siete años se puede encarrilar—. Pero si van a optar por soluciones autoritarias, éstas nos llevarán más atrás del ’76, mucho más atrás. ¡No sé a qué épocas nos podrá llevar una solución así!

Por otro lado, a mi juicio, hoy tienen menos excusas ideológicas que antes. Antes estaba Rusia, estaba China, estaba Cuba —bueno, China y Cuba siguen estando, pero totalmente aisladas y atomizadas—. Antes estaba la Unión Soviética, el enemigo común. Ahora, ¿qué van a decir? ¿Bin Laden? ¿Qué van a decir? ¿Saddam Hussein?

FUERON OTRAS ÉPOCAS

Saddam Hussein y Bin Laden no tienen características simpáticas para que alguien se encolumne detrás de ellos. Quiero decir, simpáticas y carismáticas para Occidente.

Hitler y Mussolini tampoco eran carismáticos, pero tenían cierto grado de penetrabilidad en la cultura occidental porque eran emergentes de la cultura germánica y la cultura latina, hermanadas. Y el toque español de Franco venía fenomenal. Además, en la década del ’30 fueron exitosos sus gobiernos —un “éxito” que después produjo la Segunda Guerra Mundial—, porque tanto Hitler como Mussolini, en esa década, hicieron lo que tenían que hacer. El otro día veía la película “La marcha sobre Roma”, realizada por Dino Risi en el año 1962 —una película fundamentalmente cómica—, que trataba el ascenso del fascismo al poder. En 1918, terminada la Primera Guerra Mundial, Italia estaba destruida por completo, hambreada y asolada por bandas de anarquistas, de comunistas y de fachos. Los fachos eran muy inferiores en nivel intelectual, en poder y en número, pero eran mucho más despiadados en su manera de ser. ¿Qué hacen, entonces, los fascist

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