Cristina Fernández

Laura Di Marco

Fragmento

Prólogo

La idea de un libro sobre la historia de vida de Cristina Fernández —una biografía no autorizada, en clave político-intimista— nació una tarde de otoño, en un bar de La Plata.

Fue en 2008, mientras hacía entrevistas en la misma ciudad donde la presidenta argentina había pasado parte de su juventud. Conversaba con un abogado y dirigente kirchnerista sin cargo formal en el gobierno (a partir de 2011 sí obtuvo uno) que había sido compañero de facultad de los Kirchner cuando ambos estudiaban abogacía en la Universidad de La Plata. Mi objetivo era construir un perfil periodístico de Ofelia Cédola,1 funcionaria K y compañera de estudios de Cristina Fernández, quien por entonces recién había asumido su primer período como presidenta. Cédola había sido su amiga desde la secundaria y en los setenta había oficiado de celestina de la pareja presidencial.

—¿Sabés cuál es el verdadero drama de Cristina? —preguntó, de repente, el hombre con quien hablaba—. Que el padre verdadero nunca la reconoció. El padre biológico no es Eduardo Fernández, el colectivero. Yo conozco a la familia del padre biológico; son de acá, de La Plata. El hombre murió hace años. Trabajaba en Rentas junto con Ofelia [Wilhelm], la madre de Cristina. Eran compañeros de trabajo y Cristina fue fruto de esa relación pasajera. Fue bastante después, con los años, que Fernández reconoció a la hija.

El hombre calló de golpe, como si en aquel instante hubiera registrado la importancia de lo que estaba diciendo.

Recuerdo haber pensando que la herida de origen de Evita era la misma: que el padre biológico tampoco la había reconocido, tal como reconstruye la historiadora española Marysa Navarro, una de sus más importantes biógrafas. Incluso, mientras lo escuchaba, llegué a pensar en esa tendencia que tiene la historia a repetirse.

Pese a todos aquellos pensamientos encadenados, en aquel momento decidí que no tomaría en cuenta lo que aquel hombre me estaba diciendo. Y no porque desconfiara de él, al contrario.

Ocurre que en el periodismo político abundan los momentos así: de pronto, una fuente en la que confiamos se hace eco de una historia extraordinaria, cuando no de una operación de prensa lisa y llana, que persigue fines políticos antes que informativos. Por esta razón, para quienes llevamos años en este oficio el primer reflejo siempre es descreer.

Claro que algunas veces lo que parece inverosímil termina resultando real, como cuando los santacruceños contaban que en la casa de los Kirchner había bóvedas con dinero negro derivado del cruce ilegal entre política y negocios. Pero, en todo caso, éstas son las excepciones a una regla probada: el imperio de los rumores sin confirmación.

Además, en este caso en particular tenía una segunda razón para desechar aquella pista: no era la primera vez que me topaba con esa hipótesis, y lo que había leído al respecto me parecía francamente descabellado. Circulaba por internet una historia sobre la falsa paternidad de Eduardo Fernández que era tan malintencionada que no merecía ser explorada.

Pero el tiempo pasó —transcurrieron años— y una sucesión encadenada de hechos hizo que el tema volviera a mí y que, esta vez, cobrara fuerza. Indagué entonces en las biografías autorizadas y allí surgían con claridad baches, incongruencias y fechas que no encajaban. Omisiones. Mentiras.

Definitivamente, la infancia de Cristina estaba plagada de misterios. Misterios e interrogantes abiertos que, como si fueran una marca de origen, se replicaban a lo largo de su vida personal y política.

Tal vez consciente de ello, y ante la necesidad de aportar alguna información a la confusión de sus primeros años, Cristina admitió ante su biógrafa favorita, Sandra Russo, un suceso revelador: “Yo fui hija de madre soltera —confirmó en La Presidenta—. Me enteré después, con el tiempo, viendo mi partida de nacimiento y comparando fechas. Mis padres se casaron después, poco antes de que mi hermana naciera”.

La médica Gisele Fernández, su hermana menor, nació seis años después que la presidenta.

Pero, ¿de qué servía saber si Fernández era o no el verdadero padre o si su padre biológico no la reconoció al nacer?

¿Cuál es el aporte histórico o periodístico, en el caso de que, efectivamente, Cristina fuera fruto de una relación pasajera y no del matrimonio Wilhelm-Fernández? ¿Es ético que el periodismo investigue sobre la vida personal de un presidente?

Más allá del debate que pueda surgir en torno a este tema —que se abre y continúa en el primer capítulo (ver capítulo “Hija natural”)—, el punto que hay que dilucidar es si aquello de la vida personal que se va a relatar tiene traducción política. Es decir, si las cuestiones de la vida privada tienen o tuvieron consecuencias políticas. Y en el caso de Cristina Fernández, la respuesta es sí.

Las páginas que siguen no sólo muestran que existen claves de su personalidad política que fueron alumbradas por acontecimientos de su vida personal sino, también, cómo y de qué manera, cuándo la presidenta habla, en muchas ocasiones lo hace desde Tolosa, el suburbio obrero donde nació y se crió.

Más aún, parada una tarde sobre la esquina de las calles 4 y 32, a metros de la casa de inquilinato en la que la presidenta llegó a este mundo, tuve la exacta sensación de que es imposible descifrar a Cristina Fernández sin conocer su infancia. Y sin conocer Tolosa.

Paralelamente, si tomamos como cierta la hipótesis de que la historia tiende a la repetición, sus secretos de origen la pondrían en línea con Eva Perón y la pareja mítica del peronismo clásico.

Dicho sea de paso, la infancia de Evita también está plagada de ocultamientos y reescrituras para tapar la historia real. Tal como revela Navarro, cuando Evita se casó con Perón se fraguó su acta de nacimiento para evitar que saliera a la luz su condición de hija natural.

La decisión de emprender esta línea de investigación entrañaba sus riesgos y una enorme apuesta. Sin embargo, el éxito editorial de La Cámpora, que en 2011 se convirtió en un best-seller político, generó las condiciones para que Penguin Random House apoyara este nuevo proyecto editorial, junto con todos sus desafíos.

Sucede que la investigación periodística, si se la encara con seriedad, es cara y costosa. Y no sólo se trata de dinero sino también de la inversión de tiempo. Requiere, además, un compromiso de largo aliento que involucra a muchas personas trabajando juntas. Todo ese combo, complejo de lograr, hace que hoy en la Argentina prácticamente no existan libros que sean fruto de un trabajo de investigación de casi dos años.

Para llevar adelante una investigación de esta envergadura contamos con el aporte de un equipo periodístico especializado, viajes a los lugares donde vivió la presidenta durante sus distintas etapas y la realización de más de sesenta entrevistas con personas que la trataron y conocieron en diversos momentos de su vida.

Por mencionar sólo un ejemplo: el blindaje informativo que el gobierno instrumentó en torno a la intimidad presiden

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