Favaloro. El corazón en las manos

Fernando Boullon

Fragmento

INTIMIDAD DE UN MAESTRO

por GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY*

Cuando una persona logra concitar el interés de amplios grupos sociales, todo lo relacionado con su vida tiende a idealizarse, lo que termina por convertirla en una figura mítica, distante. Luego de su muerte y con el transcurrir de los años, las características de su personalidad se van desdibujando y el ser humano que fue en vida evoca en el imaginario colectivo la imagen de un héroe paradigmático, admirado pero a la vez lejano.

Nuestro gran cardiocirujano René Favaloro no escapa a esa parábola. Extraordinariamente famoso durante su vida, reconocido no solo como un gran médico sino también como un destacado protagonista de la vida social, luego de su trágica muerte en el año 2000, ingresó definitivamente en la galería de los próceres argentinos. Pero adquirir esa trascendencia supone ir olvidando aquellos rasgos de su vida sobre los que, precisamente, se construyó el mito que hoy es. De allí la importancia que adquiere este libro en el que uno de sus discípulos, el doctor Fernando Boullon, nos presenta a un Favaloro vivo, protagonista activo de su tiempo, por medio de “historias y anécdotas del hombre que revolucionó la cirugía cardíaca de la Argentina para el mundo”, como destaca en el subtítulo.

Atrapante como siempre lo son los relatos de las vidas humanas, el libro de Boullon nos descubre un Favaloro cotidiano, en la sala de operaciones, en la consulta, en la enseñanza. También surgen de sus páginas muchos de sus aportes originales a la cirugía cardiovascular, que ubicaron a la Argentina en el mapa mundial de la especialidad. Porque el prestigio de Favaloro trascendió ampliamente nuestras fronteras, como lo demuestra la atracción que su figura despertaba en el exterior.

Recuerdo haber asistido a una conferencia en el plenario de un congreso de cardiología en los EE.UU. que se llevaba a cabo en un estadio deportivo ante más de 15 mil personas. Al término de su disertación sobre la pobreza y la desigualdad en el mundo, el auditorio compuesto por cardiólogos de los más diversos países lo aplaudió de pie. A mi lado, varios respetados especialistas no ocultaban sus lágrimas.

Pero es en la sala de operaciones donde la personalidad de Favaloro se desplegaba en su totalidad como muy bien lo señala Boullon en la introducción de su libro: “Es en las salas de operaciones donde los cirujanos mostramos muchas veces otros rasgos de nuestra personalidad. Aquí se acabaron los discursos. Es la vida o es la muerte: nuestra careta social se cae y aparece el individuo verdadero. Ese es mi intento: tratar de mostrarles al hombre que, sin dudas, cambió nuestras vidas”.

Si bien el autor aclara que no se ha propuesto escribir una biografía de Favaloro, el relato de su vínculo con el maestro, desarrollado a lo largo de muchos años, va historiando su carrera. Comienza con algunas referencias a su actuación en los EE.UU. antes de su regreso a nuestro país, a comienzos de la década de 1970, y luego se interna en la descripción de sus experiencias personales en el grupo de Favaloro, inicialmente en el Sanatorio Güemes. Desfilan entonces colegas y pacientes a propósito de la realización de complejas intervenciones así como la exposición de ambiciosos proyectos como los que, con tantas dificultades, fue concretando Favaloro durante su apasionante vida. Fue reconocido y respetado, pero también atacado y envidiado como le sucede a todos quienes mantienen sus convicciones y que se adelantan a su tiempo.

El libro de Fernando Boullon tiene la virtud de permitirnos ingresar subrepticiamente a muchos de los ámbitos privados en los que se desarrolló la vida de Favaloro brindándonos la oportunidad singular de verlo allí en acción, luchando con la enfermedad y la muerte. Sobre todo, lo sorprendemos enseñando a los jóvenes, tarea que constituyó tal vez la principal pasión de su vida. Recuerdo su interés por la educación, que se ponía de manifiesto en todas las oportunidades en las que nos encontrábamos y que culminó con la creación del Instituto Universitario de la Fundación que lleva su nombre.

Recorriendo la realidad cotidiana de una vida sembrada de logros médicos espectaculares pero también de intensas e ingratas luchas, se agiganta la figura de Favaloro quien no solo realizó aportes trascendentales a la cirugía cardiovascular mediante los que se salvaron millones de vidas, sino que logró consolidar una escuela médica diseminada en todo el mundo, en especial en América latina. Al mismo tiempo y por las características de su persona y de su vida, se fue consolidando como un indudable ídolo popular. Mediante una hábil sucesión de relatos de situaciones médicas con pinceladas de la actividad cotidiana, Fernando Boullon recrea un período esencial de la cardiología argentina del que fue importante protagonista e invita a las nuevas generaciones a descubrir la intimidad de una de las figuras más destacadas de la medicina y de la sociedad del siglo XX en nuestro país.

* Profesor y ex decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (1986-1990); ex rector de esa universidad (2002-2006).

A MODO DE PRÓLOGO

La sala de operaciones era mucho más que el lugar en el que mejor se desenvolvía René Favaloro: era su campo de batalla, su lugar de enseñanza. Yo fui su discípulo y él se preocupó por enseñarnos, por darnos un espacio.

“Vos tenés un complejo con los tumores de mediastino y yo te lo voy a quitar hoy. Anotate conmigo en la cirugía”, me dijo un día René, allá por 1972.

En mi formación como residente de cirugía general, en el Hospital Penna, primero, y luego en el Santojanni, había ayudado en cinco tumores de mediastino (espacio del tórax entre los pulmones y por delante del corazón). Siempre los abordábamos por toracotomía (entre las costillas). Generalmente, no tenían buen pronóstico y no lo extirpábamos, es decir, eran irresecables. A lo sumo, le hacíamos una biopsia. ¡Qué impotencia que sentía! Cada vez me preguntaba para qué los operábamos.

Pero, estando con René como residente, apareció un tumor de mediastino. Le dije que, según mi experiencia, esos tumores eran irresecables. Allí vino su frase. Y la clase, la enseñanza, me la dio en el quirófano.

Lo abordamos por el medio (esternotomía). Le pasé la sierra y esperé a René. No sabía hacer otra cosa: semejante tumor, cruzado por gruesas venas, por adelante, y por algunas “pequeñas cosas”, por atrás, casi nada: la aorta, la arteria pulmonar y la tráquea. Cuando llegó, me dijo, abriendo el pericardio (la bolsita que envuelve al corazón) y metiendo el índice por un agujero: “¿Ves la aor

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