Los años peronistas (1943-1955)

Juan Carlos Torre

Fragmento

I

Introducción a los años peronistas

por JUAN CARLOS TORRE

Manifestantes durante el 17 de octubre de 1945

La historia política de la Argentina en el siglo XX se divide en dos: antes y después del surgimiento del peronismo. Al constituirse como fuerza política en 1945 desplazó hacia el pasado la tradicional oposición entre radicales y conservadores sobre la que habían girado las luchas políticas desde la cruzada por la libertad del sufragio. En el lugar de esa oposición se levantó otra, más cargada de contenidos de clase y tributaria de los conflictos que acompañaron la expansión de los derechos sociales y la integración política y social de vastos sectores del mundo del trabajo. En 1945 se modificaron tanto los términos como las fuentes de la principal oposición en torno de la que estaba organizada la vida política. Sin embargo, no cambió demasiado la intensidad con la que vivieron sus contrastes los bandos situados a ambos lados de esa fractura política.

La hostilidad que enfrentó a radicales y conservadores en tiempos de Yrigoyen se prolongó en la hostilidad existente entre peronistas y antiperonistas durante el ascenso y la consolidación de Perón en el poder. Dos momentos clave en la formación de la Argentina moderna —la apertura del sistema político y la institucionalización de las realidades propias de una sociedad industrial— estuvieron, así, atravesados por profundos desgarramientos del consenso nacional. La extrema facciosidad que caracterizó las luchas políticas tuvo un desenlace previsible: la gestación de una recurrente crisis de legitimidad que incidió negativamente sobre la perduración de cada avance hecho en la construcción de una comunidad política más democrática y más igualitaria.

Este libro se ocupa de un capítulo central de esa trayectoria del país, los años peronistas. Su comienzo se ubica en 1943, cuando se inició la secuencia histórica que llevó al encuentro de Perón y las masas obreras y a la conquista del poder político. Su terminación se produjo en 1955 por un golpe militar con un fuerte respaldo civil. Siguiendo la organización de los volúmenes de la Nueva Historia Argentina, los aspectos más significativos del período son abordados en diferentes capítulos. Este formato, si bien permite un tratamiento más pormenorizado, tiene el inconveniente de diluir la trama compacta de esa historia. Para subsanarlo, hemos incluido una introducción donde se ofrece un relato unificado para que sirva como guía de lectura de los capítulos de varios autores que contribuyen a este libro.

LA REVOLUCIÓN DEL 4 DE JUNIO Y EL ASCENSO POLÍTICO DE PERÓN

En 1943 el ciclo de la restauración conservadora abierto en septiembre de 1930 con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen terminó abruptamente también por obra de un golpe militar. El 4 de junio el gobierno de Ramón Castillo fue desplazado sin ofrecer resistencia. Comenzó, entonces, un nuevo ciclo político destinado a producir transformaciones de amplio y duradero impacto en los equilibrios políticos y sociales del país. Sin embargo, la dirección de los cambios futuros fue difícil de discernir en medio de la confusión política que rodeó los primeros momentos del alzamiento militar. Un episodio revelador fue la renuncia antes de asumir de quien encabezara inicialmente el golpe, el general Arturo Rawson, y su reemplazo por el general Pedro Ramírez, ministro de Guerra del depuesto gobierno constitucional.

La Revolución de Junio fue la obra de unas Fuerzas Armadas atravesadas también ellas por los principales contrastes que dividían a la vida política nacional. El primero de ellos era la actitud frente a los bandos en pugna en la Segunda Guerra Mundial. En sintonía con la tradición del país, el presidente Castillo había optado por la política de neutralidad, pero decidió persistir en ella aun después que los Estados Unidos la abandonaran, al entrar en el conflicto bélico a fines de 1941. En estas condiciones, la neutralidad cambió de significado para ser la expresión de toda una definición ideológica, la resistencia a incorporarse a la cruzada mundial de las democracias contra el fascismo. La posición oficial se convirtió así en objeto de ásperas controversias y fuertes presiones. Sectores crecientes de la opinión pública levantaron tribunas, y desde ellas figuras políticas e intelectuales del conservadurismo liberal, del radicalismo y del socialismo hicieron escuchar su voz reclamando el alineamiento argentino con la causa de los países aliados. Por su parte, Washington respondió al recalcitrante neutralismo de Castillo suspendiendo la venta de armamentos. Estas divergencias se trasladaron dentro de la corporación militar: la política de ruptura con las potencias del Eje era compartida por altos oficiales del Ejército; no obstante, la opinión mayoritaria de los cuadros intermedios se inclinaba por el mantenimiento de la neutralidad.

Un segundo e importante contraste estaba planteado en torno del funcionamiento de las instituciones políticas. Tres años antes de la Revolución de Junio, durante la presidencia de Roberto Ortiz, había comenzado un proceso destinado a depurar las prácticas políticas de la restauración conservadora. Electo por medio del fraude y al frente de una coalición fragmentada por disputas internas, Ortiz buscó un acercamiento con los radicales. Con ese fin, a principios de 1940, anuló elecciones fraudulentas en las provincias e intervino el bastión conservador más importante, la provincia de Buenos Aires. Ese mismo año los radicales triunfaron en las elecciones legislativas y consolidaron su predominio en el Congreso. El programa de regeneración democrática iniciado por Ortiz fue, empero, de corta duración. En julio de 1940, enfermo, debió delegar el gobierno en su vicepresidente, Ramón Castillo, quien pronto desandó el camino recorrido: tomó distancia de los radicales e incluso de su propio partido y recurrió otra vez al fraude para asegurar las victorias electorales de sus contados aliados políticos. En el deslizamiento hacia una gestión cada vez más autoritaria, Castillo se replegó sobre el respaldo que le brindaban sus apoyos en las Fuerzas Armadas. En ellas la evolución de la situación política suscitaba también reacciones divergentes. Había quienes, por sus contactos con el partido radical, seguían con inquietud el retorno del fraude, pero éste era un sector minoritario; en el grueso de la oficialidad el rechazo era más amplio y se extendía hasta abarcar a los partidos y a las instituciones de la democracia liberal.

En el contexto definido por estos contrastes, a principios de 1943 Castillo tomó una decisión que sería fatal para su suerte política. En el mes de septiembre debían realizarse las elecciones convocadas para elegir a un nuevo presidente. A ellas los partidos de la oposición se aprestaron a concurrir reuniendo fuerzas en una coalición, la Unión Democrática, constituida en diciembre de 1942 a partir de la confluencia de la Unión Cívica Radical con el Partido Soc

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