Envar "Cacho" El Kadri

Alejandro C. Tarruella

Fragmento

Palabras de presentación

Envar Cacho El Kadri merecía que alguien hiciera un trabajo sobre su vida de luchas, sus padeceres y su pensamiento. Lo he intentado, y serán los lectores quienes sinteticen una opinión válida. No se trata de una biografía, sino de una investigación periodística sobre su trayectoria, las tensiones históricas que la atravesaron y las impresiones acerca del camino que emprendió con una actitud ética y humana, que es parte del legado que dejó a las nuevas generaciones.

El Kadri fue un hombre sencillo y humilde, algo que lo distingue de tanta dirigencia exultante, hija, frecuentemente, de un facilismo institucional que le da lugar a pesar de su reducido peso en la sociedad. Jamás usó su pensamiento para imponerse. Su presencia dejaba una impronta tanto en los que compartían su proyecto político como en dictadores y falsos jefazos. Si encaró en un momento dado la lucha armada, fue al frente y no obligó a nadie a seguirle los pasos. Se negó a tomar medidas que comprometieran la vida de alguno de sus compañeros. En Taco Ralo mostraría su valía ética y política; la confirmaría al desechar la lucha armada luego de hacer un análisis serio en prisión. Tiene gran importancia histórica la actitud que él asumió ante el retorno del general Perón en 1972, cuando los jerarcas de organizaciones armadas propusieron un enfrentamiento automático con el líder, con el desacuerdo de muchos de sus pares que fueron desplazados o muertos, y frente a una militancia juvenil confundida que pagó luego el precio del abandono de la política, sustituida por la violencia. Aun al precio de la crítica sin contenido, e incluso de una condena a muerte que se le impuso, aunque otros sufrieran las consecuencias de la soberbia de ciertos dirigentes y su círculo áulico, El Kadri se plantó en la defensa de una legalidad alcanzada en 18 años de lucha del movimiento obrero y el pueblo. Fue consecuente en su lucha y, acompañando los debates históricos que se produjeron en Argentina hacia 1973, supo valorar los aportes del general Perón.

Con los años, su prédica y su actitud lo convirtieron en un pensador que creaba a pesar de la adversidad, a la que supo aceptar como un reto frente a la irracionalidad de la dictadura criminal que lo tenía en la mira y frente a la soberbia de grupos políticos o jefazos que tomaron las armas como si se tratara de una biblia mentirosa, haciendo que la balanza se inclinara a favor de los intereses de quienes iban a destruir el país. Respondió con ideas y argumentos. En el exilio fue un hombre más, un trabajador del día a día, un tipo sensible y solidario que comprendió que en los pequeños actos, carentes de repercusión mediática, había un camino compartido. Cordobés de nacimiento, era un porteño de ley. Tomador de mate amargo, amigo activo de sus amigos, compañero de sus compañeros, utilizó su enorme capacidad como organizador y hombre de acción para mitigar el dolor de los que sufrían las consecuencias de lo que sucedía en Argentina.

En el exilio, El Kadri se exigió y comenzó a observar el mundo nuevo que tenía ante los ojos. Podía ser un político que trabajara en la denuncia de lo que sucedía en la Argentina de la dictadura y fojar su posición desde la cultura. Así, se convirtió en productor con ideas y perspectivas. Incursionó en el cine y organizó centenares de eventos, mientras en un libro de diálogos con Jorge Rulli analizaba y cuestionaba aspectos de la militancia política de los años 70. Quería señalar, tal vez, que los hombres de su generación no eran héroes, sino gente de carne y hueso que luchaba, sentía, tenía algunos aciertos y también se equivocaba.

En Francia reunió la voluntad de grandes artistas, figuras que habían incursionado en la denuncia de la guerra de Argelia y que se comprometían ahora con lo que sucedía en Argentina. Al mismo tiempo, el hombre solidario atendía las causas de cientos de compañeros de lucha y tenía, como durante toda su vida, un libro a mano o una puesta cultural a la que asistir. Allí se negó a sostener lo que ya era una mascarada: la continuidad de la violencia, que a esa altura beneficiaba a quienes habrían de meter el neoliberalismo a fuego y hambre.

Sus compañeros, hoy, incluso los que pertenecían a organizaciones de dirigencia exitosa y militancia demolida, lo reconocen como un pensador del peronismo, como un hombre de ideas. Aquel lector apasionado de los años juveniles, que jamás dejó de recurrir a los libros, ese hombre que conocía a pensadores políticos y filósofos, la historia de América Latina, la del África y el mundo árabe, capaz de trenzarse en una discusión y sorprender a más de uno por su solidez argumental, no cejó jamás en la idea de alcanzar una legalidad política dentro del Estado de Derecho y la democracia, que permitiera recuperar la felicidad de millones de personas pertenecientes a clases sociales de menores recursos, quienes sintieron que el peronismo los representaba en el dolor y la apertura a un tiempo de felicidad intenso e inolvidable.

Ese es el espíritu de este trabajo. Quiero dejar sentado que el periodismo trata de alcanzar verosimilitud en la reconstrucción de sucesos, en la construcción de un momento —un libro, por ejemplo— que refleje en las palabras, en la estructura, en el trabajo intenso, aspectos, circunstancias, matices de una vida en el contexto de la historia del país en su entorno regional. La verdad es un asunto de filósofos. Si uno reconstruye hechos, a lo sumo puede acercarse a lo sucedido, y sobre ellos urdir su pensamiento. En ese breve espacio están puestas las posibilidades de un texto en estas condiciones. Por eso, se trata de escribir para reescribir, con los riesgos que conlleva.

En este relato periodístico, donde los sucesos no son lineales, un retroceso en el tiempo sirve a veces —como ocurre con las mareas— para afirmarse en la indagación de los hechos que forman la trayectoria de su protagonista. Así, una valoración crítica acerca de ciertos aspectos de la vida política e institucional del país y de sus actores (personas u organizaciones) no pierde de vista jamás la responsabilidad del gobierno de facto cívico-militar que produjo los peores desastres entre 1976 y fines de 1983 y, luego, ya sin militares en el gobierno, durante la crisis de 2001. La violación de derechos humanos y la entrega, y sus consecuencias, que se extendieron hasta 2003, tienen responsables concretos y la justicia está dando cuenta de ello. Por eso, la idea, como en trabajos anteriores, es aportar para las nuevas generaciones en particular desde una observación severa que busque, en este caso, rescatar a personalidades que, por una u otra razón, tienen una presencia menor de la que merece la construcción del país que esperamos la mayoría de los argentinos.

Los agradecimientos van, en primer término, a Ester El Kadri, una personalidad destacada en las luchas sociales y políticas por su espíritu solidario y abnegado, que acompañó siempre junto con su familia, su hermana Adelma, sus hijas, Susana y Sara, sus nietos, los esfuerzos de Cacho para revertir la suerte de su país y de su pueblo. Quiero agradecer a cada uno de los entrevistados por permitirme abordar aspectos

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