Buenos muchachos

Diego Gualda

Fragmento

Capítulo 1
El tiburón y la rémora

El peje guerrero va pasando

recorriendo el reino que domina

pobre del que caiga prisionero

hoy no habrá perdón para su vida.

VICENTICO

“La rémora es un pececito de lo más interesante.” Con esa frase comienza la nota de tapa de la revista Noticias del 10 de mayo de 2014 (la misma que comparte autor con este libro). La rémora es un bicho fascinante, sobre todo para ser usado como metáfora. Una de sus grandes curiosidades es que tiene ventosas en la cabeza, con las que suele adherirse al abdomen de un tiburón. ¿Qué gana la rémora? Movilidad (el tiburón nada mucho más rápido), protección —ningún depredador se va a atrever a meterse con una rémora que vaya prendida a una máquina de matar— y, además, sustento. Porque la rémora se alimenta de dos cosas: los parásitos en la piel del tiburón y los restos de comida que caen de la boca del animal más grande. ¿Qué gana el tiburón? Higiene. La rémora lo mantiene desparasitado, le saca la mugre de encima.

Esta simbiosis tendría más ventajas para la rémora que para el tiburón. Pero al tiburón no parece molestarle. Al fin y al cabo, si la rémora fuera un problema, se la almorzaría en el primer descuido.

La relación personal y profesional entre Jorge Rial y Luis Ventura podría equipararse, acaso de modo antojadizo, con la del tiburón y la rémora. Son mutuamente funcionales, pero cumplen roles muy distintos que, con el paso del tiempo, parecen haber tomado aún más distancia, al punto de que la distancia actual parece definitoria. Aunque nunca se sabe.

Rial es un tiburón hecho y derecho. Se mueve en silencio, puede oler la sangre y, ante todo, es despiadado a la hora de la cacería.

Los expertos aseguran que el tiburón data de hace millones de años, que es uno de los animales vivos que menos modificaciones ha sufrido durante la evolución y que más ha perdurado. Una similitud y una diferencia. Porque, aunque aún es un tipo joven —y aunque hace menos de dos décadas era apenas un lacayo de Lucho Avilés, su primer gran irrupción en la pantalla—, Jorge Rial parece ancestral, mitológico. Da la impresión de haber estado ahí siempre. Sin embargo, la mutación del chico humilde de Munro al magnate multimediático actual habla a las claras de una evolución. De un crecimiento que hizo a esta máquina de matar más y más poderosa con el tiempo. Y que Luis Ventura se haya convertido en su “segundo” es, como poco, curioso. Al fin y al cabo, Ventura es mayor —le lleva cuatro años—, viene de una tradicional familia de periodistas y se inició mucho antes en el gremio. En la prehistoria de esta relación, de esta sociedad, todas las condiciones estaban dadas para que Luis Ventura fuera el líder. Y, sin embargo, no.

Aun cuando una máxima como “la información es poder” pueda sonar trillada, nadie la hace más cierta que la dupla Rial-Ventura. A lo largo de tantos años han logrado crear una red de fuentes y contactos envidiable, que hace que cuenten con mucha información. Sobre todo información personal y escandalosa sobre celebridades del espectáculo, los medios, el deporte e incluso de la política. Muchos les temen por lo que saben. Y valoran el silencio del tiburón, aunque la rémora de tanto en tanto se vaya de boca.

Porque también de eso se trataría durante años la simbiosis Rial-Ventura: el segundo era el que muchas veces parecía estar haciendo el trabajo sucio del primero.

“En cada una de las peleas a lo largo del ciclo Intrusos, Ventura fue su lugarteniente. De hecho, llevó la bandera tan lejos que quedó más expuesto que el propio Rial”, afirmaba la revista Pronto en su edición del 27 de agosto de 2014. “Lo que pasa es que para Luis tener códigos es poner el pecho a la balas que iban para su amigo” [la ausencia de comas en la aposición y los problemitas de concordancia verbal corresponden al texto original de la revista].

En gran medida, de eso se trata la historia de esta dupla: de códigos —cumplidos y violados—, de funciones y de una relación de poder que fue alterándose hasta que, finalmente, el tiburón acabara desayunándose a la rémora.

Ahora, si de compararlos para poder entenderlos se trata, el duo de periodistas más temidos por la farándula local también podría equipararse con cierta famosa dupla literaria: Don Quijote y Sancho Panza. Aun cuando es enorme la tentación de construir la imagen mental de un Rial con una armadura maltrecha y de Ventura a lomo de burro, la comparación es aún más profunda.

En la novela de Miguel de Cervantes, Quijote está loco. Sancho, en cambio, desde esa posición en la frontera con la vulgaridad, es el personaje con los pies en la tierra. El que entiende más allá de la locura de su jefe. El camino del héroe de Quijote es el de encontrar su propia cordura. Su travesía es un viaje interior para convertirse, en su lecho de muerte, en un hombre sabio y, ante todo, cuerdo. Sancho, en cambio, acaba por contagiarse la locura de Quijote y, en el final, los roles se han invertido: Quijote es el cuerdo; Sancho es el loco.

El camino de Rial y Ventura tiene sus similitudes con la literaria gesta contra molinos de viento. Porque Rial —aunque sería un poco audaz decir que alguna vez estuvo chiflado— evolucionó hacia una posición más madura, más sensata; hacia una versión más pacífica de sí mismo. Su incursión en la radio lo llevó a buscar posicionarse como un periodista “serio”, de esos que llaman a los funcionarios a la mañana para sacarlos al aire y son atendidos. El “viaje” de Rial, su esfuerzo por reinventarse, fue el de buscar, sin desmerecer sus orígenes en el periodismo de corte popular, un cierto prestigio. Rial tiene su propia línea de ropa. Rial es el padre amoroso y compasivo que todos hubiéramos querido tener. Rial habla con ministros. Rial es amigo de Scioli desde que era motonauta (y su padre, accionista de Canal 9), de Macri desde que solo era el hijo del otro Macri, de Massa desde que solo era el muchachito que habían puesto en la Anses (según su propia versión, los políticos se le acercan porque lo ven más cercano a los intereses populares que los acartonados periodistas de política).

Todo el tiempo crece hacia una versión corregida y aumentada de su propio personaje.

Luis Ventura, en cambio, parece recorrer el camino de Sancho hacia la locura: de trabajador incansable del fútbol y de la prensa, de hombre remador, de forjador de su propia historia; a un tipo superado por las circunstancias. Sus propios escándalos personales lo llevaron, en los últimos tiempos, a perderlo casi todo. Su familia quedó al borde del abismo —aunque tanto él como su esposa se esfuercen en minimizar el impacto de la crisis— cuando se le descubrió un hijo extramatrimonial que solo sería la punta de un iceberg de excesos. Perdió su posición de privilegio en América TV, co-conduciendo con su Quijote favorito, y acabó internado con problemas de salud. Pasó del exabrupto en las pantallas (la de la tele y la de la computadora, porque la red social Twitter fue uno de sus terrenos favoritos para el papelón) a quedar al borde del os

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