Las vueltas de Perón

Osvaldo Tcherkaski

Fragmento

PRÓLOGO

Una geometría de dimensiones hasta entonces desconocidas en la Argentina hizo que un lapso de cinco años transcurriera como si fueran siglos. Entre 1971 y 1976 se produjeron sucesos inconmensurables sobre los que aún hoy se siguen dando testimonios verdaderos o falsos, reales o inventados. El escenario de este fenómeno une Madrid con Buenos Aires, pero es más dilatado. Se extiende a Roma, París, La Habana, Moscú y Londres. Sus protagonistas principales, un general exiliado y un general en actividad, entraron en la dinámica de un duelo que aún no ha concluido aunque los dos estén muertos.

Un año antes del inicio de esta tragedia que pudo haber sido inspirada por un loco, como sucede en ciertas obras de Shakespeare, cuatro autores de teatro1 escribieron un episodio cada uno de los cuatro que componen El avión negro, una obra estrenada en el teatro Regina de Buenos Aires en julio de 1970. Parecía una premonición —“Hoy son muy pocos los peronistas que creen que Perón va a volver de su exilio de Madrid”, anunciaba el prólogo—, y terminó en un fiasco: dos años después Perón desembarcaba en Ezeiza, dando pábulo a la leyenda, precisamente, del avión negro, una creencia mítica que condensaba las esperanzas del pueblo peronista en el regreso heroico del General.

Algo parecido al desaliento que afectó a esa obra golpeó el ánimo del general en actividad, Alejandro Lanusse, quien —como cualquier general del ejército de la época anterior a la que decidieran tirar la dignidad y el honor al basural de la historia con el golpe del 76 para terminar de hundirlos en la guerra de Malvinas— quería llegar a presidente de la República con el apoyo del pueblo y del líder que acababa de desembarcar, pero conservado a la prudente distancia de los 10.000 km que separan Madrid de Buenos Aires.

El periodismo argentino y extranjero produjo una variada y abundante colección de textos, imágenes y audios sobre estos sucesos, entre los cuales me animo a decir que conservo recuerdos personales y notas publicadas con la firma de quien era entonces cronista político de un diario.

¿Sirve de algo haber sido testigo de ciertos acontecimientos? Los testimonios sobre un mismo hecho suelen ser divergentes. A veces corresponden a diferentes maneras de pensar y de sentir. En otras provienen de las fragilidades de la memoria. Al mismo tiempo, no poder olvidar equivale al insomnio, como le sucede a Ireneo Funes, el personaje de Borges que dio la vuelta al mundo y se hizo tan célebre como la Biblioteca de Babel, la que se incendió y la que da título a ese otro cuento, el de la biblioteca infinita donde lo almacenado se olvida.

De esos temores proviene este libro. Y también la demora en escribirlo.

Siempre hay una buena razón para que un libro no llegue a existir: es más fácil no hacerlo. Sucede algo parecido con la experiencia: solo se llega a ella con el trabajo de minero; cavar en profundidad y alrededor hasta encontrar el sentido.

El trabajo de campo se iniciaba para mí en los vuelos entre Buenos Aires y Madrid que realizaba con la misma frecuencia que los delegados de Perón, los dirigentes sindicales convocados por él, y los políticos que iban a hacerse recibir en la residencia de Puerta de Hierro.

Las historias que esperan al lector fueron contadas en la intimidad de  los amigos, en las sobremesas con Christine y nuestros hijos; escuchas que contribuyeron a que la memoria se acercara a una confesión y volviera imposible demorar este libro por más tiempo.

La investigación realizada para actualizar un cuadro desteñido por el tiempo y las entrevistas concedidas por protagonistas de los acontecimientos narrados contribuyeron a esclarecer una experiencia que lleva cuarenta y cinco años sin ocultarse en situaciones ni personajes inventados.

Quiero expresar mi agradecimiento a la generosidad y la trasparencia de los entrevistados para este libro; a Ricardo Cámara por su lectura minuciosa del original; a Horacio Tarcus por la ayuda brindada desde El Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina, que fundó y dirige, para reconstruir la relación entre Isaac Libenson y Andrés Framini; a Isidoro Gilbert por sus informaciones sobre el Cholo Peco; a Sebastián Abad por las discusiones sobre Nietzsche y sus metáforas en torno al triunfo tiránico de pretensiones de poder; a Ivana Costa por posibilitarlas.

Osvaldo Tcherkaski

Buenos Aires, setiembre de 2016

1 Germán Rozenmacher, Tito Cossa, Carlos Somigliana y Ricardo Talesnik.

Uno
De memoria

Hacía más de una hora que había amanecido. Una llovizna persistente que envolvía como una humareda el aire y la tierra atenuaba la luz. Las hondonadas, los terraplenes y las ondulaciones donde la lluvia convertía en lagunas los campos que rodean la autopista que conduce al Aeropuerto Internacional de Ezeiza se veían atravesadas por sombras. Nubes bajas en un amanecer destemplado, con breves ráfagas de lluvia torrencial, se desplazaban en la semipenumbra. No eran nubes. O eran nubes de otra densidad, compuestas por grupos de caminantes que andaban en silencio, a campo traviesa, arrastrándose entre matorrales y árboles dispersos, más bien por las zanjas, para eludir un dispositivo de treinta y cinco mil hombres, entre militares y policías, pertrechados con armas de guerra y apoyo de tanques, vehículos blindados y camiones de asalto. Un muro de metal en movimiento en esa madrugada extraña, un cerrojo a campo abierto, como si el inminente aterrizaje del avión de Alitalia que traía a Juan Domingo Perón a Buenos Aires señalara el inicio de una invasión extranjera o el estallido de una guerra civil.

El auto del diario avanzaba lentamente por la autopista Riccheri, encolumnado en una fila que debía detenerse ante los retenes de control. La voz de un locutor en la radio del auto anunciaba una temperatura de diez grados y ocho décimas. “Frescacho”, según Luis, para una mañana de mediados de noviembre. Lo había dicho cuando nos encontramos para subir al auto en una madrugada oscura. Y a

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