Las hijas del sol

Mariana Guarinoni

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

A Lucas, alma gemela

en nuestro amor por las letras.

A Bruno, mi motor

de nuevas ideas.

Prólogo
Maytanchi

Cusco, 1524.

—Maytanchi, ha llegado el momento.

La niña interrumpió el juego de alinear pequeñas piedras para formar dibujos en el piso del patio.

—¿De verdad, madre? ¿No podemos esperar unos días más?

—Sabes que no, hija. Ya tienes ocho años, es lo indicado.

—Pero no quiero alejarme de ti —pronunció con tristeza.

—Yo también te extrañaré, pero esa nueva vida es parte de tus deberes como princesa, y yo como madre debo aceptarlo —respondió abrazándola.

—¿Mi padre no puede indicar que se cambien esos deberes de las princesas? Así yo podría quedarme aquí, contigo.

—Tu padre no es el Inca. Sólo es gobernador de Cusco, el Inca es tu abuelo Huayna Capac.

—No recuerdo la cara de mi abuelo, aunque dices que lo conocí.

—Pasó una vez por Cusco durante una de sus campañas. Tu abuelo es un gran militar. Gracias a sus batallas y estrategias amplió este magnífico imperio conquistando a otros pueblos.

—¿Y él puede cambiar esa ley para que yo me quede aquí? —preguntó ilusionada.

—Podría si quisiera, él es el hombre más poderoso en esta tierra, por designio de su padre, el dios Inti. Pero no lo hará, tiene otras cosas más importantes de las que ocuparse.

—Quizás yo pueda enviar un mensajero a Quito para preguntarle —insistió la niña.

—¡Maytanchi! ¡Quita esas ideas de tu cabeza! No puedes molestar al poderoso Inca con una tontería semejante, aunque él sea tu abuelo. Además, no entiendo por qué dices que no quieres ser una aclla. Sabes desde hace mucho que ese es tu destino y es un enorme orgullo ser elegida para servir a Inti.

—Es que una de las criadas me dijo que las acllas son destinadas a sacrificios, que me van a cortar las tripas como a las llamas para ofrecer lo que tengo adentro a los dioses —respondió llorando.

—¡Azotaré en persona a quien te haya dicho eso! —exclamó enojada.

—¿Entonces es verdad?

—Algunas veces se eligen acllas para homenajear a los dioses, pero nadie recibe el mismo tratamiento que las llamas. Los sacrificios humanos son diferentes. Pero a ti no te tocará, puedes estar segura de ello, aunque seas una aclla, tu padre no aceptaría entregarte.

—¿Estás segura?

—Te lo prometo, hija —la tranquilizó mientras le secaba las lágrimas de las mejillas.

—Además me dijeron que no se reciben visitas.

—Las personas comunes no pueden entrar al templo, al acllahuasi, pero tu padre sí, y me ha dicho que me llevará con él. Así que pronto volveremos a vernos.

—¡Te extrañaré mucho!

—Yo también, pero no estarás sola. Habrá muchas niñas, tus primas Chimpu y Palla, y conocerás a otras más. ¿No te alegra eso?

—Sí, puede ser más divertido que estar aquí, sólo rodeada por criadas —asintió con una mueca—. Dicen que en ese lugar pasan cosas especiales, y yo quiero una vida especial.

—La tendrás, hija mía, como sierva del dios Sol sin duda la tendrás —dijo mientras se fundían en un abrazo.

Nadia

1

Cueva subterránea en Neuquén,

diciembre de 2005.

Había avanzado en la oscuridad hasta llegar a un pasadizo tapado por el agua. Estimó la posibilidad de continuar, pero no había llevado el tubo de oxígeno manual. No era seguro meterse en un túnel del que desconocía el largo sin saber cuándo iba a poder volver a respirar. También estaba la posibilidad de que el pasadizo se estrechara y su cuerpo quedara atascado sin chances de regresar marcha atrás y quedase sumergida. Arriesgarse a eso sin aire extr

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