Rupturas

Esther Feldman

Fragmento

El momento más temido

Lo primero que me dediqué a preguntar fue: ¿cuál era tu miedo mayor luego de la separación? La respuesta resultó unánime: encontrármelo/la junto a otra persona. Con variaciones, la escena es la misma. El dejado va por la calle, posiblemente hacia o desde lo de su analista. Sin pintura y con el pelo atado si es mujer. Con una remera sucia y sin afeitar si es hombre. Y de repente, por la misma vereda, impecablemente vestido y perfumado, con una sonrisa de oreja a oreja y tomado del brazo de una persona del sexo opuesto, avanza él/ella. Los separan escasos veinte metros. Cualquier huida es imposible. Hay que enfrentar la impiadosa realidad: no queda otra que saludar. En tres segundos están frente a frente. Tres segundos que no alcanzan para pensar la frase ingeniosa o la réplica exacta. Tres segundos que son tres siglos sólo para recordar que no te teñiste el pelo o no te cambiaste los calzoncillos.

En cuanto se detienen, el otro, el que está del brazo de una persona del sexo opuesto, te abraza efusivamente, te dice lo feliz que es de volver a verte, te presenta como al descuido a su acompañante y, como si se hubiera olvidado de las veces que te tuvo desnudo/a entre sus brazos, te hace una pregunta tan personal como: “¿Y qué tal el trabajo?”. O una muchísimo más devastadora: “Ayer me acordé de vos cuando miraba las fotos de la maratón de Niké… ¿Seguís corriendo?”.

Nadie supo decirme qué se contesta en ese caso. Todos acuerdan en que la situación es tan perversa que cualquier respuesta es un ticket al infierno. Veamos las posibilidades:

I. Lo/la puteás y le recordás cuando rogaba que le hicieras el amor de la manera más exótica, salvaje o vergonzante.

• Resultado: quedás como un/a resentido/a que nunca pudo olvidar y que aprovecha cualquier excusa para pasar una factura.

• Saldo: días y días sin dormir pensando en lo que le responderías si la situación volviera a repetirse.

II. Le respondés con una sonrisa y sos amable y correcto/a con su partenaire.

• Resultado: quedás como un frívolo y liberado al que no le importa la historia pasada.

• Saldo: días y días sin dormir pensando en lo que le responderías si la situación volviera a repetirse.

III. Lo saludás con sequedad, casi como si te debiera plata. Aparentemente no registrás su flamante sonrisa; mucho menos a su nueva pareja.

• Resultado: quedás como un negador que no puede ver la realidad.

• Saldo: días y días sin dormir pensando en lo que le responderías si la situación volviera a repetirse.

Como hagas lo que hagas la condena al insomnio no será levantada, respondés lo primero que se te ocurre. Luego de un momento de silencio incómodo, el dejado intenta lucir casual y larga alguna de estas preguntas:

–¿Qué hacés por acá? –e inmediatamente piensa: “Va a creer que lo estoy controlando”.

–¿Tus cosas? –e inmediatamente piensa: “Va a creer que me sigue interesando”.

–¿Todo bien? –e inmediatamente piensa: “Va a creer que soy un/a idiota”.

• Resultado: efectivamente, días y días sin dormir.

Sólo quedan unos segundos más y viene la despedida. ¿Hasta dentro de un rato? ¿Hasta la próxima vez que la vida nos cruce? ¿Hasta nunca? La réplica a esta pregunta no formulada es una respuesta no confirmada. Una nebulosa capaz de hacerte quedar las próximas 48 horas pendiente de un llamado o la semana completa esperando un mail.

La escena más deseada

Además de indagar en las peores pesadillas, intenté saber algo sobre las mayores fantasías. ¿Con qué sueñan hombres y mujeres cuando necesitan sonreír para paliar los desamores? Escuché cientos de relatos sobre ese momento. Los reuní y extraje de ellos sus coincidencias y similitudes. Y con ellas armé este Frankenstein, que no es más que una versión estandarizada de la que vos soñaste al mes que ella te dejó, o se parece a la que ella les contó entre copas a sus amigas:

“Entro a un restaurante enamoradísima de mi pareja. Estamos alegres y hambrientos, exactamente como una pareja que viene de hacer el amor durante muchas e intensas horas. Para mí no existe nada más en el mundo, pero al sentarme, lo veo. Está en una mesa contra la pared, con alguna antigua novia de la juventud rescatada del Facebook. No se lo ve muy divertido, ni muy apasionado, ni pasado de sexo. Me mira. Yo no lo dudo, me levanto y voy hacia su mesa. Como a ella la conozco, la situación es más tensa para él. Luego de los saludos de rigor, y con un dejo de picardía, digo:

–Disculpen, voy a pedir, estoy famélica…

El comentario no tiene nada de especial para la antigua novia, pero para él es una bomba nuclear. Ésa, textual, literal y sideral, era la frase que siempre le decía luego de horas eternas de sexo. Sin mirarlo me doy vuelta y regreso a mi mesa.

El resto de la noche pasa con cruces furtivos de miradas, y con una repetición casi patológica de mi parte de todo lo que hacía con él en esa misma situación: beber de más, reír de más, hacerme amiga de los mozos y recibir un piropo extra de mi compañero de mesa. Me voy del restaurante con la certeza absoluta de que esa noche, para esa rata inmunda que me abandonó un lunes a la tarde, será una verdadera pesadilla.

Pero la fantasía no termina ahí. Eso es sólo el principio. Lo mejor viene al otro día. Una de las peores cosas que tienen las rupturas es tener que imaginarte lo que le está pasando al otro en simultáneo, en ese mismo momento, careciendo de cualquier posibilidad de constatarlo. En cambio, en la escena más deseada, en la escena pensada y repensada para devolvernos la felicidad absoluta, al día siguiente él manda un mensaje de texto y pregunta si puede llamar. Se la hago un poco difícil pero no tanto como para que desista. Finalmente hablamos. Como si nunca hubiera pasado el tiempo, volvemos a discutir como una pareja. Y ahí él reconoce que todavía me ama, que nunca dejó de pensar en mí, que recuerda todas las cosas que yo le decía, que ninguna otra mujer lo había mirado como yo y, como si todo esto fuera poco, deja entrever que nuestra historia no está cerrada para él y que todo depende de mí. Cortamos. Estoy transpirada como si hubiera terminado de correr una maratón por Río de Janeiro en enero. No importa qué decido yo… Lo que me deja dormir es saber que mi herida narcisista empieza a dejar de sangrar.”

Los varones tienen una tan leve modificación que es sólo de tono, no de contenido. Las mujeres no solemos decirle a un ex que fue el amor de nuestras vidas; en su lugar, podemos llamar para contar lo mal que la estamos pasando ahora. Entonces, en estas fantasías masculinas, ellas les cuentan con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada el mal sexo que tienen con su actual pareja y lo solas que se sienten.

Señores, asuman que cuando sueñan con la venganza se despierta vuestro lado más femenino.

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