Fue ahí que comprobé que siempre puede haber algo peor.
Fue así que comprobé que la angustia
es prima de la desesperación
y que a veces, tal vez, estar solo es mejor
y que al cielo no se llega nunca de a dos.
“Algo mejor, algo peor”, Callejeros
“No hubo intención de provocar la muerte”. Así lo consideró la Cámara de Casación cuando analizó la calificación del delito en la tragedia de Cromañón, donde murieron 194 personas, en su mayoría seguidores de la banda Callejeros, y la cambió de incendio “doloso” a “culposo”.
El tribunal oral que tuvo a su cargo el caso sentenció al ex gerente del boliche, Omar Chabán, a ocho años de prisión, mientras que al líder de Callejeros, Pato Fontanet, le tocaron cinco. Eduardo Vázquez, el baterista del grupo, fue condenado a cuatro años por su antigüedad en la banda y por haber dicho en varias entrevistas que el uso de bengalas era un elemento valioso para el show. Su propia madre había muerto ese 30 de diciembre de 2004 en el local del Once.
Eduardo escuchó la sentencia de Cromañón en la cárcel, donde estaba detenido por el asesinato de su mujer, Wanda. El método elegido para quitarle la vida fue quemarla, o “prenderle fuego”, como le había advertido que haría, según testigos.
Jorge Taddei, el padre de la víctima, es un hombrón expansivo, nacido y criado en Mataderos. Desde su carpintería, poco a poco, con trabajo, fue construyendo un bienestar familiar sacudido por lo que intuyó inevitable desde que su hija regresó con Eduardo, su novio de la adolescencia. Y, sin embargo, se resistió en un principio a creer en la culpabilidad de Vázquez y confió en la versión del accidente. “Ella se volcó alcohol encima, se encendió con un pucho y yo la quise ayudar”, había dicho su yerno, enarbolando sus propias manos quemadas como coartada.
“No puedo afirmar que haya responsabilidad, confío en la Justicia, y hay que darle pruebas para afirmar si Eduardo es culpable”, repetía Jorge. Su silencio cauteloso tenía que ver con su resistencia a creer que el final de su hija fuera la muerte. “Me callé mientras mi hija estaba viva... pero ahora ya no. Nadie puede negar que se trató de un caso de violencia doméstica. Quien no quiera creer, que mire los dibujos de mis nietos, con mordazas en la boca”.
“Si Wanda hubiera sobrevivido, nunca habría acusado a Eduardo; lo habría protegido, estaba ciega por él”, se lamenta Taddei. Y es la verdad. Una médica del Hospital del Quemado afirma que Wanda, al llegar, repetía que había sido un accidente. Un residente dijo más tarde que, ya semiinconsciente, hablaba de un ataque de su marido.
* * *
Beatriz y Jorge Taddei pensaron que ya no iban a poder tener más hijos. El tiempo corría y se agotaba. Ya tenían a Rubén, de 12 años, y venían haciendo tratamientos de fertilidad que tuvieron que suspender porque la obra social no los cubría. Cuando Wanda llegó, en 1980, fue adorada no solo por sus padres sino también por su familia, por sus vecinos, por todos aquellos que sabían el esfuerzo que Beatriz y Jorge habían hecho para tenerla. Luego de Wanda, fue una sorpresa el nacimiento de Nadia. Las dos nenas crecieron inseparables. Una infancia feliz. La carpintería de su padre en Mataderos empezó a dar buenos frutos, y así llegaría la primera casa propia de los Taddei, producto del esfuerzo de toda una vida de trabajo en ese barrio que también lo había visto a Jorge hacerse hombre, mantener sus valores.
A los 16 años Wanda conoció a Eduardo Vázquez, y se enamoró profundamente. Sus padres nunca aprobaron la relación, porque las adicciones de Eduardo les despertaban desconfianza. Eduardo era baterista y estaba comenzando su carrera en la música. Era hijo único, y su madre lo había criado sola; fue ella quien le regaló su primera batería. Wanda estaba encandilada, y no pensaba en otra cosa. Un día su padre la enfrentó y le habló duramente: “Si vos te enamorás de un hombre de bien y formás una familia como se debe, nosotros vamos a estar de tu lado. Pero, si seguís con Eduardo, significa que te cruzaste de vereda, ¿entendés?”. Wanda cortó la relación con el muchacho, pero el dolor de esa pérdida la acompañó mucho tiempo. Su familia empezó a preocuparse por su tristeza. Incluso Jorge llegó a dudar de si había hecho lo correcto, si ese amor trunco por una orden suya no le impediría a su hija ser feliz. Sin embargo, era muy joven, y el tiempo pasó, como todo. Un día Wanda conoció a Jorge, un joven con el que tuvo dos hijos. Los padres de Wanda respiraron aliviados, y llegaron a desarrollar una evidente debilidad por su yerno, al que llamaban Jorgito. Pero en 2006 la pareja sufrió una crisis que terminó en la separación. Sin embargo, las relaciones de Jorgito con la familia siguieron siendo excelentes.
Dos años después, Wanda llegó agitada y nerviosa a la casa de sus padres. Ella tenía una noticia, pero sentía miedo por la reacción de su familia: intuía que no iban a sentirse muy a gusto con las novedades. Tardó en hablarles, pero se decidió a hacerlo porque tarde o temprano se enterarían, y prefería que fuera por su boca y no por los chismes de algún vecino. Después de todo, ya no tenía 16 años, era una mujer. Ahora nadie podría separarla de Eduardo. Además, él ya era un hombre, había madurado con los golpes, quería una familia. Y ella, una pareja. Finalmente, se animó a hablar con los suyos: poco tiempo antes se había encontrado con Eduardo y habían retomado aquella relación interrumpida en la adolescencia.
La noticia preocupó a los Taddei por varios motivos: Eduardo era el ex baterista de la banda Callejeros, acusada de ser uno de los responsables de las muertes en la discoteca Cromañón en 2004. Los músicos estaban siendo juzgados y sobre la banda pendía un embargo por millones de pesos. Pero el asunto era mucho más delicado. En ese incendio, Vázquez perdió a su madre, que había ido a escucharlo tocar. Es decir que no solo cargaba con la muerte de las casi doscientas personas que se habían asfixiado, sino que, para colmo, una de ellas era su propia madre. El estado psicológico de Vázquez preocupaba a los Taddei. Procesado, solo, sin un peso, atravesando un duelo complejo, entre la culpa y el desconsuelo, Eduardo no aparecía como una buena influencia para Wanda. Pero ella creía y sentía otra cosa. Amaba a Eduardo y quería ayudarlo, darle contención, calma... Wanda creía que ella podía traer paz al mundo de Eduardo. Y esa convicción la guiaba a pesar de que todos a su alrededor se negaban a aceptar la pareja.
Beatriz consideraba que su hija siempre tomaba decisiones incorrectas. Aunque, al parecer, no todas: un tiempo antes Wanda había abierto un negocio en el barrio de Flores, un salón para fiestas infantiles que ella misma regenteaba junto con su hermana. El negocio marchaba cada vez mejor. Wanda tenía una vida organizada, Jorge la ayudaba mucho con los chicos y ella podía dedicarse a atender el negocio. Pero las cosas iban a cambiar muy pronto. A los pocos días de volver con Eduardo, la pareja decidió convivir. Los Taddei estaban desesperados, pero Wanda no quiso escucharlos.
—Lo de tu herm