PRÓLOGO
¿Qué es un aparato?
El Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, lo describe así: “Conjunto de piezas construido para funcionar unitariamente con finalidad práctica determinada”.
Trasladada al lenguaje de la política, donde se ha popularizado, la palabra suena decididamente mal: alude a una maquinaria voraz que tiene como único objetivo ganar elecciones. La finalidad práctica del aparato de un partido resulta evidente, pero con las partes que lo componen sucede lo contrario: se pierden en el conjunto, se vuelven invisibles. El efecto es perfectamente funcional a una estructura que se alimenta de un combustible que es el dinero de origen misterioso.
Este libro intenta mostrar algunas de las piezas que componen el aparato político más poderoso del país, el de la provincia de Buenos Aires, contando pequeñas historias de la vida cotidiana en los municipios del conurbano.
Los protagonistas pueden ser personajes menores o tal vez pasajeros, pero la crónica de sus estilos y costumbres muestra una continuidad forzosa de los métodos cuando un conjunto de piezas sólo funciona unitariamente con la finalidad práctica de perpetuarse en el poder. La estructura política, cuyo sentido proclamado la convierte en un medio para alcanzar el bienestar comunitario, se pervierte hasta transformar su propia supervivencia en el fin que persigue.
La acción transcurre en seis municipios representativos de la diversidad del conurbano, un cordón de varias capas que rodea la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y se expande como un pulpo por las rutas con sus tentáculos orientados hacia el interior de la provincia. Ocupa apenas el dos por ciento del territorio de la provincia, concentra casi el setenta por ciento de su población y abarca en la geografía actual veinticuatro municipios: Lomas de Zamora, Quilmes, Lanús, General San Martín, Tres de Febrero, Avellaneda, Morón, San Isidro, Malvinas Argentinas, Vicente López, San Miguel, José C. Paz, Hurlingham, Ituzaingó, La Matanza, Almirante Brown, Merlo, Moreno, Florencio Varela, Tigre, Berazategui, Esteban Echeverría, San Fernando y Ezeiza.1
Los escenarios del libro van en todas las direcciones —hacia el sur, el oeste y el norte— y recorren paisajes pobres y ricos, pero elegí estos seis distritos porque cada uno expresa concretamente una problemática común a toda la geografía del cordón. Por ejemplo, narro la corrupción en los Consejos Escolares (que manejan las compras de alimentos para los chicos de las escuelas públicas) a través de una experiencia reciente en Quilmes, pero el sistema de controles sobre su accionar es igualmente deficiente en todo el conurbano.
Estos problemas no son rasgos exclusivos de un partido político en particular. Aunque una abrumadora mayoría de los intendentes de los veinticuatro municipios pertenece al Partido Justicialista (PJ), también existen expresiones aisladas de otros colores que no necesariamente se distinguen del resto. Uno de los capítulos de este libro trascurre en Vicente López, donde un radical está por cumplir veinte años de permanencia ininterrumpida en el poder. Además del aparato del PJ, sobreviven en la provincia de Buenos Aires otros más pequeños pero igualmente aceitados.
La matriz es la misma: se repiten en diferente grado los modales de una dirigencia acostumbrada a hacer trampa y que nadie se entere. Uno de los dramas de esta historia es la impunidad de la que gozan personajes tan locales que pasan inadvertidos para los medios de comunicación nacionales: durante las campañas los mencionan como un nombre más en el epígrafe que acompaña la foto de un palco en un acto, pero en la gestión del día a día los consideran erróneamente irrelevantes.
De manera silenciosa, acumulan cada vez más poder. Los intendentes de esta región con 9.000.000 de habitantes (sobre un total de 13.800.000 de toda la provincia) resultaron muy beneficiados por la nueva Constitución aprobada en 1994, que incorporó entre otras novedades el voto directo con ballottage para las elecciones presidenciales. El sistema indirecto, que rigió desde 1853 hasta esa reforma constitucional, buscaba apuntalar el federalismo y compensar las asimetrías entre las provincias con la intermediación del Colegio Electoral: su composición aumentaba la importancia electoral de las zonas menos densamente pobladas y atenuaba el peso de las más pobladas. Con la introducción del voto directo, la provincia de Buenos Aires pasó de enviar el veinticinco por ciento de los delegados al Colegio Electoral a concentrar casi el cuarenta por ciento del electorado nacional. A partir de ese momento, ciertos municipios pasaron a tener mayor incidencia que algunas provincias en el recuento de votos.
La primera vuelta electoral de abril de 2003, que consagró a Néstor Kirchner tras la deserción de Carlos Menem, es un ejemplo acabado de los efectos de este cambio. El actual Presidente perdió la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quedó cuarto en Mendoza, cuarto en Santa Fe y quinto en Córdoba. Se impuso en pocas provincias, y ninguna de ellas densamente poblada. Casi la mitad de sus votos salieron del conurbano bonaerense, donde gracias al apoyo de Eduardo Duhalde le sacó cuatrocientos mil boletas de ventaja a Menem y obtuvo el caudal necesario para tomar distancia de los otros candidatos que pujaban por un lugar en el ballottage.
Los gobernadores preservan una cuota de poder institucional dada por la necesidad de los presidentes de alcanzar mayorías para la sanción de leyes en el Congreso: todas las provincias envían tres representantes al Senado y eligen por lo menos cinco diputados. Pero los intendentes del conurbano son cada vez más relevantes para alcanzar la gobernabilidad, y no sólo por su peso territorial: la caída de Fernando de la Rúa —por citar el ejemplo cercano— demostró que en ellos recae en gran medida la capacidad (o la voluntad) de contener la violencia y garantizar la estabilidad del país.
De esa evaluación surge un lugar común de la jerga política: el que dice que “la madre de todas las batallas” se juega en los cordones más poblados del conurbano. Aunque no es infalible, el aparato bonaerense ejerce un poder de seducción tan grande (porque encierra la promesa de un triunfo más o menos seguro) que hasta ahora nadie se propuso seriamente transformarlo. Más bien todo lo contrario: la práctica más corriente consiste en perseguir la conversión del mayor número posible de piezas para hacerlo funcionar en beneficio propio.
Los hábitos, mientras tanto, perduran y se consolidan. De ellos trata este libro. Sus capítulos, si bien pueden ser leídos de manera independiente, funcionan como una unidad. Igual que un aparato; pero éste tiene nombres, apellidos y circunstancias.
1 Originalmente, el conurbano comprendía diecinueve municipios, que se convirtieron en veinticuatro por efecto de las particiones de 1995. Ahora, cuando se alude al Gran Buenos Aires como un conglomerado se incluye en la definición, además de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a otros seis municipios de la provincia cuya superficie y población lo integran parcialmente, pero que no forman parte del GBA e