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Massa. El salto del Tigre

Pablo de León
Pablo de León

Fragmento

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PRÓLOGO
Massa y la teoría de la oposición blanda

Continuidad y ruptura. Sobre una contradicción —un oxímoron, en retórica—, Sergio Massa construyó en unas pocas semanas un proyecto que ha puesto en riesgo por primera vez la hegemonía de una década de kirchnerismo. Para este desafío le alcanzó apenas con plantear una incerteza en una época de absolutos. Suena simple, pero no lo es.

Sergio Massa tiene a esta altura más pasado que el que se podría adjudicar a un dirigente de su edad y es una figura a la que se identifica con los gobiernos peronistas desde hace más de diez años. Con 41 apenas cumplidos, es el nombre más representativo de la nueva generación de intendentes del Conurbano bonaerense, con proyección hacia la política nacional, y al mismo tiempo, resulta un viejo conocido.

Massa ha sido un paciente constructor de su imagen ligada a la gestión. Controló la caja de la seguridad social en la ANSES con los presidentes Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner; se lo asocia a una activa administración en el municipio de Tigre desde mediados de la década pasada y desempeñó el más alto cargo ejecutivo por debajo del de presidente de la Nación en un período en 2009, durante el primer gobierno de Cristina Fernández y en un contexto de crisis en el kirchnerismo, luego del conflicto con los productores del campo. Massa es el más joven de todos, sin duda, pero conoce como pocos el monstruo desde adentro.

Sergio Massa no parece, sin embargo, hoy fácilmente asimilable al oficialismo, con el que parece mantener diferencias irreconciliables desde su salida intempestiva del gobierno, ni tampoco enteramente a la oposición, un espacio donde se lo recela y ataca hasta con fiereza y al que no parece en modo alguno integrado. En un escenario político sin lugar para los matices, Massa podría ser así una figura inclasificable, pero tampoco lo es.

¿Alejan todas estas imprecisiones a Massa de la figura del político “de convicciones” con la que Kirchner encarnó el último liderazgo en el peronismo? ¿Lo emparentan, en cambio, a la imagen del político de discurso hueco y evasivo?

Este libro de Pablo de León es el primer intento desde el periodismo por despejar las incógnitas del fenómeno Sergio Massa, el peronista que, liderando una oposición blanda y con una retórica conciliadora, se trepó al escenario político para disputarle el poder a Cristina Kirchner.

No es un elemento menor que Massa provenga de una intendencia, bonaerense. Kirchner consolidó su conducción en el peronismo privilegiando la relación con los intendentes del Conurbano por encima de la relación con los gobernadores, incluido Daniel Scioli. El proyecto de Massa y el surgimiento de intendentes, como el kirchnerista Martín Insaurralde, son un resultado de esa estrategia de Kirchner y, al mismo tiempo, una muestra de la capacidad de anticipación del ex presidente.

Scioli, un hombre que conserva el favor popular, es —hasta la salida de este libro— uno de los dirigentes más afectados por la irrupción de Massa. El gobernador bonaerense tantas veces denostado por el cristinismo se convirtió en el principal aliado táctico de la Presidenta para esta elección. Scioli debió reconsiderar su estrategia de diferenciación dentro del espacio kirchnerista para girar hacia un discurso de defensa plana del gobierno de Cristina, a quien aspira a suceder. Si hasta hace poco la Presidenta se presentaba como el principal obstáculo para las ambiciones presidenciales de Scioli, ese lugar lo ha venido a ocupar ahora Massa.

Pero no ha sido Scioli el único que debió adaptar su discurso a la aparición de Massa. Aún peor que el Gobernador, la consigna de campaña con la que el kirchnerismo va a la elección —“En la vida hay que elegir”— reconoce como principal destinatario las indefiniciones del Intendente de Tigre. Tal vez fue un descuido de los creativos del oficialismo, pero han hecho del discurso de un opositor el centro de su mensaje.

Hasta ahora, la falta de una embestida frontal contra el cristinismo asemeja a Massa al luchador que busca la energía del oponente para fortalecerse. Expresado de manera simple, Massa busca votos kirchneristas para derrotar al kirchnerismo. Las primeras encuestas parecían darle la razón: según un sondeo de M&F de finales de julio, un 62% de los que votaron a Cristina Kirchner en 2011 en la provincia dijo que votaría a Massa en la elección legislativa. Detrás del fenómeno Massa, los números alientan el mito del salto masivo de dirigentes desde una facción en retirada hacia un nuevo polo hegemónico en el peronismo. Quienes primero dieron cuenta de esto fueron los gremios, siempre sensibles al péndulo del poder.

¿Representa Massa un cambio de época? ¿Es, como ya se ha dicho, neokirchnerismo o poskirchnerismo? Nacido en la centroderecha del espectro político, pero de incuestionable identidad peronista, el pragmatismo acercará probablemente a Massa al primer kirchnerismo, un momento extrañamente olvidado en esta elección. En este libro se podrán encontrar algunas buenas pistas sobre cómo seguirá su camino.

WALTER CURIA

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CAPÍTULO I
La señal de Bergoglio

El 13 de marzo de 2013 cambió la historia política de Sergio Tomás Massa. O “STM”, como también lo denominaremos en este libro. En la ciudad de Roma —concretamente en el estado del Vaticano—, ciento quince cardenales electores participaron de un cónclave que se extendió veinticinco horas y media, donde se decidió el nombre del papa número 266 de la historia.

Los canales de noticias de todo el mundo estaban pendientes del suceso y muy atentos a las elucubraciones de cada instante: el cardenal italiano Angelo Scola era el favorito para suceder a Joseph Ratzinger. También se hablaba del ghanés Peter Turkson, del brasileño Odilio Pedro Scherer e incluso del turinés Tarcisio Bertone. Lejos sonaban los nombres de los argentinos Leonardo Sandri y Jorge Bergoglio. Sin embargo, esa elección trocaría la historia de muchos, y sobre todo en la Argentina.

Jorge Mario Bergoglio, hasta entonces arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, devino en el papa Francisco. Así, el cardenal argentino se transformó en el primer pontífice de la Iglesia de origen latinoamericano y jesuita, para suceder a Benedicto XVI.

A las 19.06 de Roma, ese miércoles —en el segundo día del cónclave— la decisión fue tomada en la quinta ronda de votaciones. La sorpresa invadió a todos en la Argentina y desató el júbilo.

Sergio Massa se encontraba en su oficina, en una jornada más de trabajo. Ese 13 de marzo tenía agendada la visita a la Municipalidad de Tigre de un grupo de jóvenes de la localidad de Rafaela, de la provincia de Santa Fe. El Intendente había recibido un correo y —como él mismo es quien revisa los mails— les había respondido que con gusto los recibiría.

En el hall de entrada de la Municipalidad aguardaba también el gerente de noticias de Radio Mitre, Jorge Porta. Massa recibió allí a los jóvenes y conversaba animadamente con ellos e incluyó en la charla al periodista radial. Sin embargo, la atención enseguida se dirigió hacia un aparato de televisión, ya que ese momento había aparecido el tan anhelado “humo blanco”. Todos quedaron pendientes de la transmisión televisiva y la noticia los sorprendió: el nuevo papa era argentino.

El “Habemus papam” surgió de la temblorosa voz del cardenal protodiácono francés, Jean Louis Tauran, y el nombre de Jorge Mario Bergoglio fue consagrado ante una Plaza de San Pedro pletórica de alegría. Esa misma emoción brotó en la oficina del Intendente de Tigre.

Sergio Tomás sintió que el cuerpo se le desarmaba y comenzó a lagrimear sin poder contenerse. Ante la mirada de los jóvenes rafaelinos, sintió que algo había cambiado, como si ésa fuera una señal que le indicaba que era tiempo de asumir responsabilidades. “Tomar decisiones”, se dijo Massa, en voz baja, sin reparar en que estaba rodeado aún de visitantes. Se sobrepuso a la emoción que lo embargaba y observó a los concejales santafesinos, junto a sus militantes.

—Esto es una señal, chicos. Y hay que saber interpretarla —razonó con la vista todavía empañada.

En ese momento le llegó un chat. Era el festejo de uno de sus hombres de confianza, que lo celebraba deportivamente. “Gooooooooooooooool”, fue el mensaje del platense Juan José Amondarain.

Después llegaron las primeras palabras del flamante pontífice: “Hermanos y hermanas, buenas tardes. Sabéis que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo; pero aquí estamos. Os agradezco la acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su obispo. Gracias. Y ante todo, quisiera rezar por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja. (Padre nuestro. Ave María. Gloria al Padre). Y ahora, comenzamos este camino: obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. Deseo que este camino de iglesia, que hoy comenzamos y en el cual me ayudará mi cardenal vicario, aquí presente, sea fructífero para la evangelización de esta ciudad tan hermosa. Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes, antes, os pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí...

”Ahora daré la bendición a vosotros y a todo el mundo, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

”Hermanos y hermanas, os dejo. Muchas gracias por vuestra acogida. Rezad por mí y hasta pronto. Nos veremos pronto. Mañana quisiera ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda Roma. Buenas noches y que descanséis”.

Massa sintió que era una bendición, que su cuerpo recibió de lleno.

—Me pegó fuerte, fue una trompada al medio del mentón —dijo al llegar a su casa.

La elección de Bergoglio cambió la ecuación de muchos. Incluso la de la Presidenta de la Nación.

Cristina, al igual que su antecesor Néstor Kirchner, habían sido duros críticos de Bergoglio, a quien “ningunearon” en las celebraciones que se acostumbran hacer en la Catedral Metropolitana. Las festividades fueron mudadas a Luján o a Tucumán con tal de no escuchar el sermón del cardenal.

Esa nominación cambió la actitud de Cristina, que modificó en un tris su actitud: ordenó armar una comitiva y partió a Roma para estar en la entronización de Francisco.

Sergio Massa comprendió entonces que era tiempo de definiciones. Que esa señal de Bergoglio le había llegado. Sin intermediaciones, sino con un mensaje directo y claro. En un año electoral, Sergio Tomás entendió que era su turno.

Había que “jugar”, sabiendo que, sin miedos contenidos en la mochila, se podía ir por más. Su mujer, Malena Galmarini, dice siempre ante los suyos que “Sergio toma una decisión y después busca los argumentos y va construyendo los caminos que lo llevan a lo que quiere”.

—Pero nunca lo dice, tiene que ser así —sugiere entre sonrisas quien más conoce al hoy candidato a diputado nacional por el Frente Renovador.

Tal vez sea una voluntad divina. Tal vez no. Pero la señal de largada para Sergio Tomás Massa tuvo lugar en el momento en que Jorge Mario Bergoglio se transformó en el argentino más importante de la historia.

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CAPÍTULO II
La charla en calzoncillos con Cristina

Cristina Fernández de Kirchner era presidenta de la Nación y no estaba del mejor humor en esos meses de 2008.

El conflicto desatado por el intento de aplicar retenciones móviles al trigo, el maíz y las oleaginosas —que enfrentó al Poder Ejecutivo con los productores agropecuarios— terminó con la relación de la mandataria con quien había sido el principal colaborador de su marido. Alberto Ángel Fernández había comenzado junto a Néstor Carlos Kirchner la experiencia política presidencial en el año 2003, con el padrinazgo de Eduardo Alberto Duhalde.

Tras su primer mandato, consciente de que los números de aprobación de la gestión eran excelentes y de que el triunfo electoral estaba garantizado, Néstor dejó el poder en manos de su esposa. La experiencia presidencial del matrimonio debía seguir así durante cuatro mandatos, en el transcurso de los cuales ellos se alternarían en el sillón más importante del país.

Cuando el santacruceño dejó paso a su mujer, ella ratificó a Alberto Fernández en la Jefatura de Gabinete, pero el conflicto con “el campo” precipitó su salida. El peronista porteño se mostró crítico respecto de muchos puntos de la Resolución 125, y también por el manejo de esa situación de crisis, que culminó con la derrota del gobierno y el distanciamiento total con el vicepresidente de la Nación, Julio Cleto Cobos.

Algunas versiones que circularon durante esos meses de mediados de 2008, tras el voto “no positivo” del vicepresidente, señalaban que Néstor quería abandonar el gobierno. La derrota parlamentaria habría llevado al esposo de Cristina a decir ante los más íntimos que se tenían que ir debido al tropiezo. No se trataba de infundados rumores desparramados por el periodismo; los propios ministros manejaban esa versión: Kirchner estaba furioso y no toleraba la idea de que les hubieran torcido el brazo.

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