Partidos al medio

Marcos Mayer

Fragmento

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Indignados mal

Este libro nace de varios hartazgos. El primero, la permanente sensación de que nos hallamos en medio de un fuego cruzado que no conoce descanso y que nos interpela constantemente para tomar partido, la mayoría de las veces entre opciones que no terminan de convencernos. El mundo exterior —el de la política, los medios, las redes sociales— nos exige definiciones instantáneas, funcionando como un tozudo telemarketer o un vendedor de seguros o tarjetas de crédito. Para responder a semejante premura —cuya necesidad se me escapa, pero que, sin dudas, forma parte de un clima de época— hay que tener en claro de antemano por dónde pasan la verdad y la justicia. Hay que estar parado definitivamente en uno de los lados en que ha decidido dividirse la realidad.

No se deja de escuchar que estamos viviendo tiempos históricos, positivos, si se los mira desde el oficialismo, o catastróficos, si se lo hace desde la oposición. Es cansador, porque lo que resulta evidente es que esos momentos destinados a dividir aguas se disuelven luego para dar paso a otras realidades. Como las famosas disputas en torno a las retenciones fijadas por la resolución 125, durante las cuales parecía que el país quedaría para siempre inmerso en una división insalvable y un destino de permanente enfrentamiento. Cada tanto hay un amago de protesta por parte de los sectores agropecuarios, y las presiones que surgen de que los productores de granos retrasan el momento de cambiar sus divisas seguirían ocurriendo sin la 125. La derrota del kirchnerismo en las elecciones posteriores al conflicto parecía irreversible hasta que Cristina se impuso con el cincuenta y cuatro por ciento de los votos. Cada cacerolazo es vivido por quienes participan de ellos y por quienes los desprecian como un momento de quiebre, como el momento del derrumbe definitivo de la oposición o como el nacimiento de algo nuevo que habría de cambiar el rumbo de la política en la Argentina. Nada de eso parece haber sucedido.

La dramática de estos tiempos poco se condice con la realidad. Hay cosas en las que se ha avanzado, otras tantas que siguen sin solucionarse y muchas que ni siquiera forman parte de la agenda pública. Eso se llama democracia: un objeto a construir que sufre avances y retrocesos, pero que no se juega a cada instante, como tampoco están en riesgo la patria y el destino de los argentinos en cada decisión del gobierno y cada acto de la oposición. Resulta agotadora esa propensión a hacer de cada momento una instancia clave de la historia de la patria, lo que lleva a una permanente apelación a palabras altisonantes: recuperar la fragata Libertad es un acto de dignidad nacional; un cacerolazo es el preludio de un cambio imprescindible.

Una urgencia fogoneada desde los medios que hacen de este clima un buen negocio: poco antes de que se definieran las fórmulas para las internas partidarias, Luis Majul desplegó en La Nación, bajo el título catástrofe “Si no acuerdan, pierden todos”, su camaleónica capacidad para el Apocalipsis. Escribió, entre otros párrafos del mismo tenor: “Si Mauricio Macri, Francisco de Narváez y Sergio Massa no terminan estableciendo un mínimo acuerdo que les permita poner un límite a Cristina Fernández es probable que la Presidenta se salga con la suya y quede muy bien parada después de las próximas elecciones de octubre. Y también es probable que Ella se sienta con el ‘derecho’ político de plantear una reforma constitucional que incluya su propia reelección. El que aparezcan peleados, egoístas, especulativos, tirando para un solo lado y sin la grandeza necesaria como para deponer cuestiones personales mientras el gobierno trabaja con el objetivo inamovible de perpetuarse en el poder, les hará pagar, a ellos tres, entre otros, un costo político enorme, mucho mayor del que ahora pueden imaginar, inmersos como están en una fuerte puja por los lugares en las listas” (el destacado es de Majul, entre alarmista y didáctico).

Dejemos de lado las amenazas, ¿por qué sería imprescindible un acuerdo electoral entre fuerzas que tienen distintas perspectivas y ambiciones disímiles y en muchos casos contradictorias? ¿Para una elección legislativa? Llegado el caso, y cada uno por su lado, podrían alcanzar en el Congreso ciertos acuerdos frente a la malevolencia de Ella. Por otro lado, ¿por qué se supone que todos juntos sacarían más votos que presentándose cada uno por su lado? Este periodismo en estado de urgencia, cuando es contrario al gobierno, considera que la oposición debe ser un frente único, una barrera en el sentido más futbolero del término. Como si se tratara de un momento decisivo y terminal después del cual lo único esperable del mundo es que comience una nueva era o que nos hundamos para siempre. Lo que termina por ser una posición que no comprende la dinámica del poder, del cual tiene una imagen estática basada en la ilusión de que la realidad nace cada vez que se imprime un nuevo ejemplar de un diario.

Para estos apóstoles del Apocalipsis cotidiano, una estrategia de construcción como la que desarrolló el PT de “Lula” da Silva, que perdió tres elecciones antes de llegar a la presidencia del Brasil en 2003, es incomprensible. Hay una dinámica del mundo mediático (del que se muestra presa nuestra clase política, aunque de modo diferente según sean oficialistas u opositores) que exige la producción inmediata de nuevas realidades. Hasta un político tan inteligente como el “Chacho” Álvarez sucumbió a estas urgencias con resultados desastrosos para el país. Antes de integrarse a la Alianza, el FREPASO constituía una fuerza importante, con buena llegada a la gente y que, de no ser por la urgencia por evitar la continuidad del menemismo, pudo haber sido una alternativa a largo plazo. De hecho, las elecciones de las que había participado antes de conformar la Alianza resultaron promisorias en ese sentido. Por una de esas raras burlas que reserva la historia, el adversario en 1999, el que no debía ganar en ninguna circunstancia, Eduardo Duhalde, terminó como el presidente que completó el mandato de la Alianza, la misma fuerza que lo había supuestamente derrotado.

Desde el lado del oficialismo, la urgencia de que se voten leyes, que se expidan dictámenes (toda demora es vivida y transmitida como un boicot), se explica también por la necesidad mediática de velocidad. Puesta en esa vorágine, la política argentina hace acordar mucho a esos boxeadores mexicanos —conocidos como “fajadores”— que se cruzan piñas sin pausa hasta que uno cae a la lona. No hay estrategia, se trata simplemente de desgastar al enemigo a fuerza de golpes y lo más pronto posible.

El gobierno mantiene un permanente diálogo (no es la palabra exacta) con lo que ha llamado la “corporación mediática” encabezada por el Grupo Clarín y completada por sus presuntos aliados, La Nación y Perfil. Durante la primera presentación tras operarse de un cáncer de tiroides que finalmente no fue tal, cuando se hubiera esperado un reconocimiento a las personas que la habían acompañado, a los médicos que la habían tratado, a los buenos deseos recibidos, y alusiones a la alegría que le producía estar de regreso en la presidenc

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