Índice
Portada
Dedicatoria
Prólogo
Introducción
CAPÍTULO 1. "La violencia de género es cosa de pobres"
No todo lo que reluce es oro
La máscara de la felicidad
CAPÍTULO 2. "No hay que meterse en los problemas de pareja"
Después de la denuncia
Un grito desesperado
¿Cuándo denunciar?
CAPÍTULO 3. “No importa cómo, lo importante es denunciar”
La víctima no miente
El falso "sentido común"
El testimonio como prueba suficiente
CAPÍTULO 4. “Solo las mujeres ignorantes y sumisas son maltratadas”
Una lista aterradora
Una lógica perversa
CAPÍTULO 5. “Si no hay golpes, no es violencia”
La amenaza, un delito
Decir basta
CAPÍTULO 6. “Si se queda es porque le gusta que le peguen”
¿Una historia de amor?
De la humillación a los golpes
Salvarse de milagro
La mirada de la justicia sobre la violencia de género
Intento de femicidio
La vida después de la muerte
CAPÍTULO 7. “Los hombres son violentos por naturaleza”
No se nace violento
¿Los hombres pueden cambiar su conducta?
La ley de protección integral a las mujeres y su cumplimiento
CAPÍTULO 8. “Al informar sobre femicidios, los medios de comunicación siempre contribuyen a prevenir la violencia de género”
Una réplica macabra
Por un periodismo responsable
La violencia mediática
CAPÍTULO 9. “El amor en la adolescencia no es violento, es apasionado”
Siempre vuelve a pasar
Educar para prevenir
Todos podemos y debemos denunciar
CAPÍTULO 10. Epílogo
Agradecimientos
Bibliografía
Dónde pedir ayuda
Biografía
Créditos
Grupo Santillana
A mi mamá, Marisú.
A mis hijos, Fede y Cami.
Prólogo
Eva Giberti*
La autora de este volumen podría haber escrito un libro a partir de la recopilación de datos propios de la violencia de género en relaciones de pareja, ya que no solo abundan, también aparecen agrupaciones sensibles al tema con proyectos diversos. Un panorama tentador para quien desde el periodismo dispone de accesos privilegiados a la información.
Sin embargo, Mariana Carbajal eligió producir un documento, es decir, una muestra ejemplar capaz de advertir y de trascender.
En el comienzo de la obra ella se acerca despacito a sus lectores, como si fuera a contarles algo en la intimidad del oído antes de ingresar en el sacudidor y doliente mundo de la violencia de género. Luego, selecciona testimonios rigurosamente compaginados en el circuito de los mitos con los que el imaginario social nutre e ilustra las prácticas del machismo y del patriarcado. Los mitos son fundantes de las culturas que se desarrollan inspirándose en ellos. Diferentes de las creencias y de los prejuicios, que pueden transformarse cuando las épocas así lo exigen, los contenidos de los mitos persisten. Por ese motivo ha sido prudente enunciarlos en el texto, para que sean leídos como aquello que aparece para afirmar algo que carece de soportes lógicos y certeros. “Solo las mujeres ignorantes y sumisas son maltratadas”, “Si no hay golpes no es violencia”, “Si se queda es porque le gusta que le peguen”, “Los hombres son violentos por naturaleza”, “Al informar sobre femicidios los medios de comunicación siempre contribuyen a prevenir la violencia de género”, “El amor en la adolescencia no es violento, es apasionado”, a los que podrían sumarse otros semejantes con la interesada intención de facilitar las distintas formas de violencia contra las mujeres. Mariana no puede menos que interesarse en el nuevo mito que remite a los medios de comunicación, donde ella transita como presencia incanjeable, apunta a la peligrosidad de los varones que tienen a su cargo la información de los femicidios y avanza en el reclamo de prudencia para sus colegas.
En las páginas de este libro sistematizó los mundos de las vidas y de las muertes con las voces de las sobrevivientes, con las frases de los homicidas y con la memoria de los testigos. Nombre tras nombre, no escatimó ninguna de las identidades convocadas en sus páginas. Lo cual no es un dato menor: víctimas, homicidas, jueces y fiscales llevan su nombre porque los hechos que protagonizaron son porciones de sus historias.
Mariana espera que lo escrito pueda “ser útil” como alerta a las mujeres que lo lean. Sin duda lo será. Pero bien sabe la autora que un horizonte de iletradas, de las que no pueden comprar un libro o se avergonzarían por tenerlo o intentarían esconderlo, todas ellas forman parte de los párrafos que sugieren sus existencias ajenas a las noticias y a la confidencia con Mariana en una mesa de café; ocupan un lugar en el destierro de una ausencia social que solo se muestra de entrecasa, donde rige la ley de la violencia patriarcal que la vida en pareja consagra.
En esa tradición se potencian las figuras masculinas. Son hombres, parejas y ex parejas, y allí es donde la autora acota su texto, en masculinidades que precisan del género mujer para satisfacer el goce del varón, aquel que la humillación de la víctima le provoca. Se trata del goce, de la satisfacción, de la expansión del yo masculino que se siente todopoderoso cuando humilla o golpea, cuando alivia su tensión en el golpe o la acumula para descargarla según su deseo.
Mariana Carbajal describe con la meticulosidad del investigador o de la investigadora que rastrea las escenas donde se fraguaron las violencias en el interior del vínculo. Escenas donde se reconoce el desgarro psíquico de la víctima ante el insulto y el grito, el temblor que sobreviene al cuerpo avasallado. Todo a cargo de él. Que fue el hombre elegido por ella, pareja o ex pareja, padre de sus hijos y a quien le resulta muy difícil registrarlo como delincuente, aun después de sus ataques. Tampoco podría imaginarlo como futuro homicida