¿Por qué los jóvenes están volviendo a la política?

José Natanson

Fragmento

Introducción

La juventud se inicia con la capacidad del individuo

para reproducir a la especie humana y termina

cuando adquiere la capacidad

para reproducir el orden social.

ROBERTO BRITO LEMUS1

La activación política de los jóvenes es una de las grandes novedades del siglo XXI.

Aunque incipiente, el fenómeno ya es perfectamente visible y, lo más interesante de todo, verificable en lugares tan diferentes como Medio Oriente, Europa Occidental y América Latina: fueron los jóvenes de Egipto y Túnez quienes, cansados del deterioro de las condiciones de vida y la represión política, iniciaron una serie de protestas inéditas en la historia de sus países, que se propagaron por todo el mundo árabe y generaron un terremoto geopolítico solo comparable al que en su momento produjo la caída del Muro del Berlín. En Chile, los estudiantes universitarios comenzaron a movilizarse alrededor de algunos temas educativos y con el paso de los días fueron articulando un cuestionamiento más general al orden económico y social heredado de Pinochet, el primero realmente serio desde el fin de la dictadura. En España, en un contexto de crisis económica y deterioro social, los “indignados”, un movimiento espontáneo mayoritariamente integrado por jóvenes, luchan contra las políticas económicas implementadas tras el estallido de la burbuja. En Argentina, cada día más y más jóvenes se suman a los círculos militantes kirchneristas, con un entusiasmo inédito desde los primeros años de la recuperación de la democracia.

Este libro es un intento por definir esta nueva “revolución de los jóvenes” y un análisis preliminar de sus potencialidades y sus límites. Y como siempre hay que comenzar por el principio, el primer capítulo está centrado en el surgimiento de lo que hoy llamamos juventud, que no es, como a veces se piensa, una creación de la naturaleza, sino el saldo de un momento histórico preciso: en este caso, de los “años dorados” de la posguerra; esas tres décadas de prosperidad que llevaron a una ampliación de las clases medias, una democratización del consumo y una masificación de las universidades. Casi todas las cosas que hoy identificamos instintivamente con la idea de juventud, del rock a la cultura mochilera, del héroe que vive intensamente y muere pronto a la utopía guevarista, surgen en ese período, cuyo punto más alto fue la seguidilla de rebeliones juveniles que estallaron hacia el 68: el Mayo Francés, el Cordobazo argentino, la movilización de los estudiantes en México. Como si se hubieran puesto de acuerdo, en el breve lapso de un par de años jóvenes de diferentes países sorprendieron al mundo con una potencia de cambio hasta entonces desconocida. Por primera vez, la juventud se convertía en un actor político.

El segundo capítulo es tan actual como provisorio. Allí analizo las protestas juveniles que estallaron en los últimos tiempos en distintos lugares del planeta e intento identificar sus causas. Un ejercicio tentativo, en la medida en que estamos ante sucesos recientes o incluso todavía abiertos, pero que ya permite inferir algunas conclusiones: la primera y más básica es la brecha entre, por un lado, jóvenes más educados (como consecuencia de los avances en los sistemas educativos), informados y conectados (resultado de la expansión de las nuevas tecnologías), que sin embargo no pueden insertarse satisfactoriamente en mercados laborales cerrados y precarizados. Es decir, la distancia entre los conocimientos de los jóvenes y las chances reales de aplicarlos, entre posibilidades y oportunidades, que a menudo deriva en frustración y bronca. Porque se trata además de jóvenes que gozan de márgenes amplios de libertad, por la redemocratización de países como el nuestro y por la tan posmoderna disolución de tabúes y tradiciones que parecían inamovibles. Son —somos— los hijos de los hippies, como Ben Stiller, que en su genial película Los Fockers viaja a Miami junto a su conservadora familia política para visitar a sus padres (Dustin Hoffman y Barbra Streisand), cultores ambos de la vida sana, el amor libre y el aire puro, que establecieron un código para que sus hijos no entren a su habitación en momentos inoportunos: el sombrero colgado en el picaporte significa sexo. En Los Fockers, Ben Stiller no solo no discute con sus padres, sino que se avergüenza de ellos.

El tercer capítulo se enfoca en la Argentina. En primer lugar, para elaborar un retrato de esos casi 10 millones de personas2 que conforman la juventud de nuestro país. Y en particular para analizar cómo, bajo el mismo amplio concepto de juventud, conviven realidades completamente diferentes: los jóvenes de clase media, que como en el primer mundo retrasan cada vez más el salto a la adultez (postergan el casamiento y la paternidad, estudian muchos años antes de insertarse en el mercado laboral), y los jóvenes de los sectores populares, con un ciclo de vida acelerado, de paternidad temprana, menos años de escolaridad e ingreso prematuro al primer empleo. Esta acumulación de desventajas demuestra que la desigualdad no es solo estática sino también dinámica y de paso desmiente, como señala Susana Torrado3, la leyenda que proclama que todos somos iguales ante la muerte: aquellos que tuvieron la desgracia de nacer en una familia pobre están condenados a vivir rápido y morir antes.

Pese a estas diferencias, todos los jóvenes argentinos, pobres o ricos, varones o mujeres, porteños o santiagueños, comparten la pertenencia a una misma generación, no por una simple coincidencia en cuanto a una fecha de nacimiento sino en el sentido de haberse socializado en un mismo entorno histórico. En palabras de Mario Margulis4, cada generación constituye una especie de hermandad frente a los estímulos de una época; en cierto modo, vive en un mundo totalmente diferente al que viven las demás.

Y como de política se trata, señalemos que la generación de la que se ocupa este libro tiene poco que ver con la “generación del 70”, sesentones que cargan con sus derrotas, sus siglas misteriosas (FAP, FAR, ERP) y su tecnojerga (“bufoso”, “Taco Ralo”, “orga”). Tampoco nos referimos a la “generación del 83”, la que vivió la primavera alfonsinista pero antes atravesó parte de su adolescencia en dictadura, los cuarentones y cincuentones estilo Andrés Calamaro:

Me parece que soy de la quinta que vio el mundial 78

Me tocó crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor5

Hablamos aquí de otra cosa. Arbitrariamente, podría definirse a la juventud actual como compuesta por todos aquellos que tienen menos de 36 años, simplemente porque yo tengo esa edad al momento de escribir estas líneas y conservo buena parte del pelo (mientras hay pelo hay esperanza). Más simbólicamente, es la edad aproximada de los nietos recuperados, la mayoría de ellos nacidos alrededor del 76, que constituyen el corazón de los reclamos de justicia y un puente, actual en su dolorosa persistencia, entre pasado y presente. Se trata de una generación que conserva de la dictadura recuerdos directos muy vagos, o ningu

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