El secreto de Sibila

Mirta Pérez Rey

Fragmento

Prólogo

Diciembre de 2006

Milagros ingresó al palco. El tercero de la derecha. Desde hacía varios días trabajaba en ese lugar y no podía quitarse la sensación de ser observada mientras permanecía en él. Se dijo a sí misma que era una tontería, pero la impresión persistía.

Había estado retirando las alfombras que iban a ser cambiadas, poco a poco se iba desvistiendo al “gigante”, eran procedimientos que se registraban rigurosamente. Cada mueble o tela que se quitaba daba lugar a una medición de sonido. La idea era volver a armarlo exactamente igual, para que las excelentes condiciones acústicas que postulaban al Teatro Colón como uno de los mejores del mundo no se vieran alteradas cuando la obra estuviera concluida.

Antes de comenzar con la tarea del día, se tomó unos momentos para asomarse al balcón del palco y estudiar el entorno. Ya se habían retirado las sillas de todos los niveles, hacía pocos días también se habían removido las butacas de las plateas, por eso en ese momento Milagros observaba la gran sala prácticamente vacía. En realidad solo libre de muebles porque había trabajadores por todas partes. Distintos grupos se diseminaban por el teatro y podía surgir gente hasta de los zócalos, que por supuesto también se estaban restaurando. El vacío de la sala amplificaba las voces de los operarios y artesanos generando miles de ecos que impedían saber de dónde provenían exactamente. Esto y la medialuz en algunos de los espacios en refacción contribuían a generar una atmósfera de irrealidad, casi espectral.

Tras esos pocos minutos de recreo, Milagros volvió al interior del palco. Debía retirar el entelado de las paredes, los paneles de seda y la pasamanería para cambiarlo por otra tela exactamente igual que se había mandado a confeccionar a Italia con procesos ignífugos.

Comenzó a desmontar el último de los paneles. Al retirar una de las pasamanerías detectó una línea de corte en la tela. Era muy extraño. Con mucho cuidado terminó de separar la seda y comprobó que continuaba por todo el perímetro del panel.

Una vez eliminada la tela, pudo observar que la línea de corte se correspondía con otra finísima en la pared, ahora desvestida.

Dudó unos momentos, efectivamente la casi imperceptible ranura dibujaba un rectángulo perfecto. Su curiosidad se activó, se dirigió hacia donde estaban sus herramientas buscando algo lo suficientemente fino como para encajar en la rendija y tomó una que parecía adecuada. La introdujo suavemente en la ranura de la derecha y comenzó a presionar con mucho cuidado para adentro y para afuera pero no consiguió moverlo. Al hacer lo mismo sobre la línea izquierda, el panel giró sobre unas bisagras pequeñísimas del lado derecho, que no había observado antes.

Con mucho cuidado lo abrió totalmente, con la convicción de que eso no era habitual: allí no debería haber más que un borde decorativo. Sin embargo, la ingeniosa puerta daba paso a un nicho oculto, al parecer poco profundo.

Estaba oscuro.

Inmediatamente percibió una presencia, era como si alguien la estuviera observando. Sin tener en claro el porqué de su actitud, cerró rápidamente el panel ocultándolo a la vista de quien se hubiera acercado. Hecho esto, giró para ver quién había entrado al palco, pero no vio a nadie.

—¡Es extraño! —se dijo a sí misma, no sin cierta inquietud—. Estaba segura de que había alguien. ¡Deben haber sido los ecos de las voces, que me confundieron!

Una vez que comprobó que estaba sola en el lugar, tomó su caja de herramientas y buscó una linterna. Siempre tenía una a mano porque algunos trabajos se realizaban en lugares poco iluminados o rincones a los que las luces ambiente no llegaban con nitidez. Se dirigió nuevamente al pequeño gabinete y volvió a abrirlo. Encendió la linterna para iluminar el interior y estudiarlo detalladamente.

Lo que encontró dentro la llenó de asombro.

—¡No puedo creerlo! ¿Qué hace esto acá? —se dijo momentáneamente paralizada.

Tomó el objeto con mucha delicadeza para observarlo mejor a la luz del palco y no tuvo dudas. Conocía perfectamente lo que tenía en sus manos.

¡No podía ser una coincidencia!

No sabía qué hacer, luchaba con sus instintos. Sabía que tenía que denunciar inmediatamente el hallazgo a los coordinadores de la obra, pero por otra parte tenía la convicción —aunque no podía explicarlo racionalmente— de que no debía hacerlo. Algo le decía que debía esperar. Sabía que era ridículo pero podía sentir una energía, casi una presencia que le impedía actuar, hacer lo correcto.

Quedó inmovilizada durante unos momentos mientras se debatía entre obedecer a su razón o a sus presentimientos.

Se sobresaltó al escuchar pasos en el pasillo fuera del palco. Esto la urgió a tomar una decisión. Por el momento investigaría y mantendría en secreto el hallazgo.

Con mucho cuidado y asegurándose de que nadie hubiera visto la situación, volvió a colocar el objeto en su lugar, cerró la puerta e intentó ocultar la ranura con la pasamanería.

Cuando quedó conforme con su trabajo, sacó el celular, marcó el número de contacto y cuando la atendieron dijo:

—Nonna, tenemos que hablar...

CLARA

1

Abril de 1907

Clara y el Teatro Colón habían nacido juntos en 1890, y quizá por eso ella siempre había sentido una especial atracción por ese edificio monumental. Cada vez que su padre visitaba las obras, ella insistía tanto en que la llevara que él no podía negarse, aun con la desaprobación de su madre, que consideraba que un lugar en construcción no era adecuado para que concurriera una niña

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