Los héroes malditos

Pacho O'Donnell

Fragmento

Prólogo

Es frecuente que me pregunten, más allá de las argumentaciones teóricas, cuáles son en la práctica las diferencias entre la corriente histórica liberal, la que siempre nos enseñaron y contaron, y la versión nacional, popular, federal e iberoamericana, es decir, el revisionismo histórico. Este libro pretende dar testimonios de ello: hablar de aquello que la historiografía oficial falsea, disimula o calla.

El primer capítulo es un ejemplo de lo que vendrá después. En escuelas y colegios nos enseñaron el desembarco del primer avanzado de la invasión europea a nuestras tierras —que así es como debe llamarse el supuesto “descubrimiento de América”— con claras simpatías por los intrusos. No podía ser de otra manera, pues nuestros historiadores fundacionales, luego de Caseros y de Pavón, imaginaron y concibieron a nuestra Argentina como un apéndice de la potencia de entonces, Gran Bretaña. Para las oligarquías vernáculas se trataba de tener una historia europea y no americana a fin de paliar el “infortunio” de haber nacido de este lado del océano. Por eso, para hablarnos de la América previa a la llegada de Colón, nos hacen estudiar las dinastías y guerras europeas de entonces, y poco o nada nos cuentan de lo que sucedía en nuestra América.

Hemos dibujado y calcado a Juan de Solís como un hombre blanco, de buen porte, brillantes su yelmo y su armadura, al amparo de una cruz portada por un sacerdote. Y nos conmovemos cuando unos seres bestiales con forma humana se arrojan sobre él y sus colaboradores y los matan y supuestamente los descuartizan y se los comen. Así es como hacen su aparición en nuestras mentes dóciles los pueblos originarios, los lúcidos y valientes habitantes de nuestra tierra que se anticiparon a las bárbaras intenciones de los invasores.

En estas páginas, que recorren hechos desde la resistencia de los querandíes hasta la traición de Urquiza y el derrocamiento de Rosas, nos enteramos de que el fraile Las Casas, publicitado por España para contradecir la leyenda negra de la Conquista, defendía a los indígenas pero en cambio favorecía la importación y la explotación de africanos. Que la rebelión contra el colonizador hispánico no comenzó en 1810 al amparo de las ideas de la Revolución francesa, sino como continuación de las sublevaciones indígenas que dieron grandes jefes en nuestro territorio, como Tupac Katari, Juan Calchaquí o Juan Viltipoco. Que si Belgrano hubiese debido escribir su profesión sobre una línea de puntos habría vacilado entre educador o economista, nunca militar. Que muchas damas ricas de Buenos Aires intimaron con los invasores ingleses en 1806. Que los más importantes protagonistas de Mayo poco tiempo antes habían alentado a Carlota, la hermana del rey cautivo de España y esposa del emperador portugués, a gobernar en Buenos Aires. Que hubo corrupción en la Junta de Mayo. Que la primera pueblada, un antecedente casi calcado del 17 de octubre de muchos años después, fue la revolución de los orilleros del 5 abril de 1811. Que se perdían batallas por internas políticas.

Es tarea fundamental del revisionismo histórico recuperar personas y circunstancias devaluadas, como es el caso del gran José Gervasio Artigas, pionero y mártir del federalismo rioplatense. También los caudillos altoperuanos. Asimismo, completar la versión mutilada que nos brindan de algunos, como es el caso de Martín Güemes, de quien sólo se reivindica el coraje y no se cuenta que fue un jefe popular adorado por los humildes y que pagó por ello con su vida.

Es preciso poner en superficie aquello que nos choca y que parece insostenible en un relato histórico pacato y almidonado: en las reuniones de julio de 1816 en Tucumán, no sólo se debatía sobre la independencia sino que, además, ante la invasión brasileño-portuguesa a la Banda Oriental, se negociaba con la corona de Portugal la posibilidad de pasar a depender de ella. O que en Guayaquil nada hubo de misterioso sino que la historia escrita en Buenos Aires debió ocultar que se había dejado en el mayor desamparo a nuestro héroe máximo obligándolo a buscar ayuda en el otro libertador americano. Que hoy Uruguay es un país separado del nuestro por una sucesión de contingencias deplorables y no casuales que terminó en la traición de quien, obedeciendo intereses británicos, hoy da su nombre a la que suponemos la avenida más larga del mundo.

La versión nacional, popular, federal e iberoamericana de nuestra historia nos propone dudar de lo que nos imponen como certezas: ¿Rosas fue derrocado por tirano que se oponía a dictar una constitución o porque se negaba a arrodillarse ante la “religión” del libre mercado que propagaba Gran Bretaña y que tenía poderosos acólitos en nuestro territorio? He aquí una de las claves revisionistas: volver a hacernos preguntas cuyas respuestas de la historia oficial liberal deben ser revisadas.

1
Nuestros valientes antepasados

Sin duda los primeros malditos en nuestro territorio han sido y continúan siendo los indígenas. En tiempos de la conquista española sufrieron el inhumano despotismo de la codicia; hoy son víctimas de la miseria y de la discriminación en un país latinoamericano en el que el setenta por ciento de los niños que aparecen en las campañas publicitarias son rubios y de ojos claros.

Las noticias que el extremeño Núñez de Balboa hizo llegar del descubrimiento, el 25 de septiembre de 1513, del “Mar del Sur” (océano Pacífico), se difundieron por toda España y se supieron también en Portugal. Los portugueses no dudaron entonces de la existencia de un paso interoceánico a partir de las revelaciones del viaje de Vespucio en 1502 y de Coelho en 1503.

Decididos a no dejarse ganar de mano otra vez por su vecina ibérica despacharon clandestinamente una expedición a cargo de Nuño Manuel y Cristóbal de Haro, que debía recorrer la costa del actual Brasil hasta hallar la comunicación entre los océanos. Se internaron en nuestro río de la Plata y exploraron el Paraná Guazú, sin avanzar más allá por el calado de sus naves, aunque quedaron convencidos de que se trataba del paso buscado.

La noticia se difundió pronto por Europa y el geógrafo alemán Schöner dibujó en 1515 un globo terráqueo en el cual se ve a Sudamérica dividida a la altura del río de la Plata por un estrecho que comunica el Atlántico con el Pacífico.

En España las novedades del descubrimiento del “Mar de Sur” en 1513, primero, y el viaje clandestino de Nuño Manuel y Cristóbal de Haro al año siguiente, urgieron a sus reyes a enviar una armada para adueñarse de ese supuesto canal interoceánico y, luego de franquearlo, extender sus dominios por el oeste de las Indias Occidentales.

“Habéis d

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