Veggie Kids

Maria Manera

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

A modo teórico, entendemos que una alimentación es saludable cuando cumple con las siguientes características: es suficiente (en energía y nutrientes), equilibrada (aporta los nutrientes en las proporciones recomendadas), variada (siempre que se trate de una variedad de alimentos saludables, es útil para asegurar tanto los aportes de macro como de micronutrientes), segura (alimentos libres de contaminantes biológicos, físicos o químicos que pudieran dañar al organismo) y adaptada a las características sociales y culturales de cada persona o grupo, y también a las necesidades individuales de cada etapa y circunstancia de la vida, así como a la producción del entorno y la temporada. Por supuesto, una alimentación saludable debería ser agradable y sensorialmente satisfactoria. A la vez, y por el hecho de que somos seres racionales y empáticos, debemos tener en cuenta la sostenibilidad ambiental, el respeto al entorno y a los otros seres vivos, así como la dinamización del tejido productivo y social. Por último, la alimentación saludable debería ser asequible desde el punto de vista económico para todas las personas.

En la actualidad las entidades y los organismos sanitarios dedicados a la promoción de la salud, la pediatría, la dietética y la nutrición comunitaria coinciden en las características globales que deberían tener las pautas alimentarias a fin de proteger y promocionar la salud y prevenir trastornos causados por excesos, déficits y desequilibrios en la dieta. En general, los patrones alimentarios más saludables se caracterizan por un consumo mayoritario de alimentos de origen vegetal frescos y mínimamente procesados —en nuestro entorno: frutas, hortalizas, legumbres, farináceos integrales (pan, arroz, pasta, maíz, mijo, avena, etc.), frutos secos, aceite de oliva virgen—, que se pueden acompañar, en menor cantidad y frecuencia, de pescado, carnes magras y blancas, huevos y lácteos, así como de agua para beber. En los últimos años, alrededor del concepto de alimentación saludable como medio para proteger la salud de las personas, han aparecido ideas como las de «salud planetaria» o «una salud». Con algunas diferencias, estas y otras nociones parecidas intentan traspasar el concepto de que la salud de las personas es algo aislado y estanco, para llegar a ideas, programas, políticas, leyes, investigaciones, etc., que impliquen a múltiples sectores y se comuniquen y colaboren para que los resultados en salud pública sean superiores. Y unos resultados en salud pública mejores implican, sin duda, un cuidado del medio ambiente y del entorno donde vivimos. Una ganancia en salud para las personas va de la mano, nos guste admitirlo o no, de una mejor salud planetaria. Los informes y estudios que exigen cambios fundamentales en los sistemas alimentarios para hacerlos más saludables, sostenibles y equitativos crecen sin cesar. Nuestro sistema alimentario requiere de cambios radicales y urgentes, porque los efectos del tipo y la cantidad de alimentos consumidos, la forma en que se producen y todo aquello que se desperdicia constituyen un determinante fundamental de la salud humana y de la sostenibilidad ambiental. En este marco, en el que la salud planetaria está gravemente amenazada por la emergencia climática y un modelo productivo depredador, cada vez son más las personas que optan por patrones alimentarios y formas de consumo alternativos, teóricamente más respetuosos con el medio natural y, sin lugar a dudas, más considerados con los otros seres vivos sintientes.

Existen diferentes propuestas alimentarias que cumplen con las características que permite denominarlas saludables y sostenibles. En las guías dietéticas de Estados Unidos, por ejemplo, se nombran como modelos de dietas que cumplen con estas premisas la dieta mediterránea, el patrón de dieta saludable estadounidense y la dieta vegetariana. Estos tres patrones alimentarios, así como muchos otros típicos de otras culturas alimentarias, son dietas basadas en alimentos de origen vegetal (plant-based diets), que pueden restringir en mayor o menor grado la presencia de productos de origen animal, y son las recomendadas por entidades como la OMS, la Escuela de Salud Pública de Harvard, el Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer (WCRF, por sus siglas en inglés) y la ASPCAT, entre otros. En este contexto, las dietas vegetarianas son también dietas basadas en alimentos vegetales, con la particularidad de que pueden llegar a restringir absolutamente cualquier tipo de producto de origen animal. Dichas restricciones, con poca tradición en nuestro entorno, pero con un creciente interés y popularidad, generan un mar de dudas sobre las implicaciones que tiene la eliminación total o parcial de uno o más grupos de alimentos sobre la salud en general, pero, por encima de todo, sobre el crecimiento, el desarrollo y el estado nutricional de la población infantil.

Este texto no pretende ser un sustituto de un buen consejo alimentario emitido por parte de profesionales de la salud y la nutrición conocedores de la alimentación vegetariana. Hay un sinfín de situaciones en las que es necesario individualizar las recomendaciones y donde las pautas generales dirigidas a la población no pueden aplicarse a casos concretos con particularidades especiales. Sin embargo, en un mundo en el que hay tanta (des)información, tantos personajes «expertos en», tan pocos profesionales sanitarios formados en nutrición, tal y como recoge una publicación de 2019 del Journal of the American Medical Association, y aún menos en alimentación vegetariana, esta guía, rigurosa y amena, pretende contribuir a aportar información práctica que genere ideas, estrategias y recursos, y, asimismo, que conduzca a llevar a cabo una alimentación vegetariana, también en la infancia, saludable y placentera.

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