Bartlett: el impune

Martín Moreno-Durán

Fragmento

Título

Nota del autor

Cuando mi editor y amigo, César Ramos, me propuso hacer un libro sobre Manuel Bartlett, me estremecí. Esa fue mi primera reacción.

¿Por qué?

Porque en erupción, como si estallaran fuegos artificiales, comenzaron a llegar a mi mente imágenes que han cincelado al México contemporáneo, al México de las últimas cuatro décadas. Momentos históricos sin los cuales no se explicaría el México que hoy estamos viviendo. Para mala fortuna, bajo la intervención del factor Bartlett, son escenarios tan negativos como dolorosos.

Allí reverberaban, frescas, como si las hubiera visto apenas ayer. Vivas. Ardientes. Impunes. Indignantes. Políticas. Las imágenes que se tropiezan desbocadas, desordenadas, ante el espejo de nuestros días, con la imagen del rostro autoritario y severo de Bartlett. La vida reporteril en unos trazos:

La salida matinal de mi casa rumbo al periódico Ovaciones —frisaba los veinte años de edad— y ante mí, la cabeza de un diario, mazazo en la nuca, el abatimiento absoluto: “Asesinaron a Manuel Buendía.” ¿Por qué?

Meses después, la tortura y ejecución del agente de la DEA, Kiki Camarena, en Guadalajara. La narcopolítica que despuntaba. Estados Unidos furioso. La complicidad entre narcos y funcionarios. La sombra de Gobernación.

Vivir de cerca mi primera sucesión presidencial como reportero —1988—, del entonces invencible PRI. Aquella vibrante elección. El fraude desnudo, abierto. La vergonzante operación política de Bartlett.

Ojeo las páginas del diario político de México:

El autoritarismo gubernamental.

El fraude patriótico en Chihuahua.

La caída del sistema electoral.

Nuestros días con López Obrador.

Y en todos estos episodios lúgubres de la historia reciente aparece, indeleble, un nombre y un hombre: Manuel Bartlett Díaz.

Poderoso ayer, poderoso hoy, Bartlett ha sido, durante más de 51 años, el impune hombre-sistema del engranaje político en México. El intocable. No hay forma más fiel de definirlo.

Hijo de exgobernador; secretario de Estado en dos ocasiones; aspirante a la presidencia de la República también un par de veces; gobernador de Puebla; senador por el PRI y por el Partido del Trabajo, y hoy director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Bartlett es sin duda y más allá de su prolífica carrera, el impune del sistema político mexicano, sin importar quién sea el presidente de México en turno. El intocable sexenal.

Los presidentes se van. Bartlett se queda.

Desde Miguel de la Madrid hasta Andrés Manuel López Obrador, Bartlett ha sido un hombre muy poderoso. Y es, también, un político multimillonario, con una fortuna calculada en 800 millones de pesos… hasta donde se sabe.

¿Cómo pudo sobrevivir Bartlett durante los años dorados del PRI y en la alternancia presidencial, hasta encumbrarse en nuestros días —a los 85 años de edad— como el político más poderoso del gobierno de López Obrador, sólo después del Presidente? ¿Cuáles han sido sus alianzas? ¿Cómo las logró? ¿A quiénes ha utilizado? ¿Cómo ha ejercido el poder? ¿Cómo entiende la política? ¿Cómo ganó la confianza ciega de AMLO? ¿Qué le debe López Obrador a Bartlett?

Polémico, astuto, duro —quienes han trabajado con él lo califican de déspota, prepotente y seco—, Bartlett cargará varias cruces en la espalda hasta el último de sus días. Lo consumirán, a fuego lento, hasta el último aliento. Recordemos:

Señalado por el dedo índice de la sospecha como partícipe intelectual del asesinato del periodista Manuel Buendía.

Expuesto por Estados Unidos (país al que no puede entrar desde 1992 porque sería aprehendido, como lo confirma y comprueba para este libro un exprocurador general de la República) como sospechoso del crimen del agente Camarena, bajo el tufo de la mancuerna Gobierno-Narcotráfico.

Operador principal de uno de los episodios más negros de la democracia mexicana: la caída del sistema de conteo de votos durante la elección presidencial de 1988, que abrió la puerta a un fraude electoral tan innegable como imborrable. “Hay que evitar que llegue Cárdenas.”

Artífice de una reforma regresiva y perjudicial en la Industria Eléctrica que ha vuelto a México —durante el régimen obradorista— al dañino monopolio eléctrico de los años setenta: tarifas caras y energías sucias.

Es el político al que López Obrador escucha en silencio y sumiso.

Es el sobreviviente sexenal desde hace 51 años.

Allí está Manuel Bartlett. Impune. Intocable.

Su propia historia lo ubica como el “dinosaurio” tradicional de la clase política mexicana. El más fuerte. El más vigente. Y también, uno de los más ricos.

Bartlett es un político millonario: tiene 22 propiedades y contratos con el gobierno de la autollamada Cuarta Transformación, a través de su hijo. Su riqueza va de la mano con su actividad pública, conocida y reconocida: la política. Esa ha sido su fuente de poder. Así lo enseñaron, así lo practica.

Hoy por hoy —hay que insistir—, es el hombre más poderoso del gobierno, sólo después de López Obrador, quien lo escucha siempre en silencio y con mayor atención que a cualquier otro miembro de su gabinete.

De alguna manera y sobre diferentes vectores: la proclividad, por ejemplo, a que el gobierno controle las elecciones y la obsesión estatista con el manejo del petróleo y la electricidad, y tras la arqueología político-ideológica plasmada en este libro, podemos afirmar, sin duda, que Manuel Bartlett está gobernando a través de López Obrador al menos en los dos aspectos citados (elecciones y energía). Su ideología y su mano dura están detrás de Palacio Nacional.

Así, tras una revisión rigurosa de sus personalidades y almas políticas, es indiscutible que tanto Bartlett como López Obrador son discípulos del ultranacionalismo, entendido como la visión del nacionalismo radicalizado y la devoción extrema hacia la nación (estatismo extremo), bajo el liderazgo de un hombre carismático y que es veneno para la democracia porque desemboca, según el historiador británico Roger Griffin, en el “ultranacionalismo palingenético”, que es el fundamento clave del fascismo, lo cual detallaremos en el apartado titulado “Los ultranacionalistas”.

A Bartlett lo une con AMLO una misión indeclinable, obsesiva: la proclividad mutua por reimplantar la vieja ideología y el modelo priista de los setentas de Echeverría y López Portillo: el Estado rector absoluto, el estatismo como eje de cualquier actividad, la reducción al mínimo de la inversión privada, el desprecio a la mayoría de los empresarios y la repartición de dinero público como método de sobrevivencia electoral. Ultranacionalismo puro. Las coincidencias de visión de Estado Bartlett-AMLO, son enormes y claras. Gemelos sus conceptos, similares sus lenguajes.

Hombre de pocos amigos. Poderoso ayer, poderoso hoy. Impune d

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