Arcoíris Grey 1 - Arcoíris Grey y la magia del tiempo

Laura Ellen Anderson

Fragmento

cap

Todas las nubes tienen un tul plateado que las hace brillar incluso cuando están más negras. Y en la nube en la que vivía Iris Grey, ese tul plateado no paraba de enmarañarse y retorcerse. Sobre todo porque Iris y su gato nube Nim se enredaban en él constantemente.

Iris suspiró mientras colgaba de los hilos plateados como una marioneta.

—¡OTRA VEZ llego tarde a la Academia Celeste!

Cuando Nim se hubo liberado de los hilos a mordiscos, la meteolandesa de diez años que tenía un ojo de cada color (uno morado y el otro azul) también consiguió soltarse.

—¡Un poquito más deprisa, Nim! —le pidió Iris mientras sobrevolaban Meteolandia y pasaban zumbando por delante de las laderas nevadas de las Montañas Ventisca—. ¡Así nos da tiempo de ir a por el pastel de la mañana al Horno del Bollo Caliente!

Nim respondió con un maullido y un pedito en forma de nube diminuta. Nim reventaba a menudo, así que Iris deseó que, contra todo pronóstico, esa ventosidad no provocase una explosión más grande que la retrasara aún más.

Iris se aferró más fuerte al lomo de Nim a medida que se acercaban al Valle Ventoso, donde las corrientes de aire los zarandearon de forma muy poco elegante. Esa parte del trayecto era MUY turbulenta, e Iris estaba bastante segura de que se le veían las bragas, pero no le importaba mucho porque se había puesto sus favoritas: unas de estrellas centelleantes.

Por fin amainó el viento y el valle se ensanchó para mostrarle la Ciudad de Celestia.

Casas de formas fantásticas, un batiburrillo de tiendas peculiares y un montón de calles puestas así y asá rodeaban el Bosque Barómetro. En el centro del bosque se encontraba el edificio más puntiagudo y reluciente: la Ciudadela Solar, donde los poderosos Guardianes del Sol daban energía al GIGANTESCO Girasol del cielo que proporcionaba la luz a la Tierra.

Iris inhaló el aroma de los dulces recién horneados y del dulce sirope de nevadillas que salía del Horno del Bollo Caliente y se preguntó si tenía tiempo para ir a por un dulce delicioso. A fin de cuentas, el carillón de viento de la Academia Celeste aún no había sonado, e Iris no podría resistirse a una rosquilla eléctrica con una buena cucharada de mermelada de nubelinas encima.

Iris dirigió a Nim hacia abajo. Justo cuando pensaba que, por una vez, el aterrizaje sería suave, Nim estalló a unos metros del suelo, y ella fue dando volteretas hasta la puerta de la pastelería.

—¡ANDA, IRIS! ¡MI CLIENTA FAVORITA! —exclamó un hombre enorme de aspecto muy jovial que llevaba un delantal—. ¡UN DÍA DE ESTOS CAERÁS DE PIE!

—¡Buenos días, Plas! —lo saludó Iris sonriendo de oreja a oreja mientras se frotaba el trasero.

Plas el panadero era un meteolandés tronador con los puños del tamaño de troncos de árbol, perfectos para crear el potente estruendo de los truenos y TAMBIÉN para amasar.

Iris se puso en pie y se acercó dando brincos al mostrador. Estaba lleno hasta los topes de pasteles con una decoración preciosa y empanadas bonitas que crujían y rezumaban y burbujeaban. Cuando el gato nube se acercó, le acarició la cabeza. Se había recuperado del reventón, pero ahora tenía los ojos pegados al trasero.

—¿SIGUES SIN MAGIA, PEQUEÑUELA? —le preguntó Plas el panadero, y le guiñó un ojo.

Todos los días le hacía la misma pregunta y, todas las veces, la respuesta de Iris era:

—¡Sí! ¡Ni gota!

Iris Grey no era como el resto de los meteolandeses. Todos hacían algún tipo de meteomagia relacionada con el sol, la nieve, la lluvia, el viento, las nubes, los rayos o los truenos, pero Iris no. De hecho, en la familia de su madre no había nacido nadie con magia desde hacía generaciones. Iris pensaba que, quizá, a lo mejor un día se despertaba y, por obra de algún milagro, TAL VEZ tendría UNA PIZCA de meteomagia. De momento, no había creado ni una gota de lluvia ni una voluta de nube ni un solo remolino de nieve. Al parecer, Nim tenía dentro más gases y ventosidades que Iris magia, y eso que él no era más que un gato nube con tendencia a explotar.

—BUENO, YA SABES LO QUE YO OPINO, IRIS —contestó Plas—. CREO QUE TÚ TIENES LA MEJOR MAGIA DE TODAS.

—¿De verdad? —preguntó Iris un poco confundida.

—¡TIENES UN CORAZÓN ENORME! —afirmó Plas, y se llevó la mano al pecho.

Iris se rio.

—Puede que tenga el corazón enorme, pero tengo el estómago aún más grande ¡y me gustaría comerme todos estos pasteles!

—¿CUÁL TE APETECE HOY? —le preguntó Plas el panadero con su cuerpo INMENSO inclinado sobre el mostrador.

—Hmmm —reflexionó Iris—. Pensaba que pediría una rosquilla eléctrica, pero ahora he visto ESO.

Señaló una hilera de bollos de color azul vivo que nunca había visto.

—¡UY! SON UNOS PASTELES NUEVOS, ¡SON ESPECIALES PARA EL FESTIVAL DEL ECLIPSE DE ESTA NOCHE! —explicó Plas.

—¡Mejor aún! —respondió Iris contenta.

Del obrador salió una mujer con la cara cubierta de harina que saludó:

—¡Hola, Iris!

—¡Hola, Clas! —contestó Iris.

Clas era la hermana melliza de Plas. Era la que se ocupaba de los rayos y era muy afilada, a diferencia de Plas, que era redondo. Tenía la habilidad de chamuscar las rosquillas a la perfección.

—Veo que te has fijado en los retumbollos —dijo con una sonrisa de emoción—. ¿Quieres ser la PRIMERA meteolandesa en probarlos?

Nim, al que le había crecido una cabeza nubosa de más, maulló con alegría.

—Creo que los dos opinamos que SÍ —respondió Iris, y se relamió.

Plas el panadero cogió un par de bollos y se los puso en una servilleta.

—AQUÍ TIENES, PEQUEÑUELA —bramó—. ¡SON GRATIS!

—¡Muchísimas gracias! —contestó Iris, y guardó las monedas celestes que le había dado su madre por la mañana.

Nim se ZAMPÓ el retumbollo de golpe; en cambio, Iris se sorprendió cuando su pastel azul empezó a menearse en la palma de su mano. Plas el panadero se rio con ganas mientras el bollo se ponía a retumbar; por la parte superior rezumó una gotita de sirope de color rosa.

—¿PENSABAS QUE SE LLAMABA RETUMBOLLO PORQUE SÍ? —le dijo—. SERÁ MEJOR QUE TE LO COMAS ANTES DE QUE ENTRE EN ERUPCIÓN.

Iris se apresuró a morder el retumbollo y saborear el dulzor meloso de las nubelinas y las ácidas nevadillas.

—¡Eshtá delishosho! —exclamó con la boca llena.

¡TIN, TILÍN, TILÍN, TILÍN, TIN, TIN!

—Es el primer aviso del carillón del colegio. ¡Tengo que irme! —dijo Iris, que engulló el resto del retumbollo en un abrir y cerrar de ojos.

Nim se expandió hasta que tuvo más o menos el tamaño de una cama grande, e Iris le saltó al lomo.

—¿NOS VEMOS

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