
Todas las nubes tienen un tul plateado que las hace brillar incluso cuando están más negras. Y en la nube en la que vivía Iris Grey, ese tul plateado no paraba de enmarañarse y retorcerse. Sobre todo porque Iris y su gato nube Nim se enredaban en él constantemente.
Iris suspiró mientras colgaba de los hilos plateados como una marioneta.
—¡OTRA VEZ llego tarde a la Academia Celeste!
Cuando Nim se hubo liberado de los hilos a mordiscos, la meteolandesa de diez años que tenía un ojo de cada color (uno morado y el otro azul) también consiguió soltarse.
—¡Un poquito más deprisa, Nim! —le pidió Iris mientras sobrevolaban Meteolandia y pasaban zumbando por delante de las laderas nevadas de las Montañas Ventisca—. ¡Así nos da tiempo de ir a por el pastel de la mañana al Horno del Bollo Caliente!
Nim respondió con un maullido y un pedito en forma de nube diminuta. Nim reventaba a menudo, así que Iris deseó que, contra todo pronóstico, esa ventosidad no provocase una explosión más grande que la retrasara aún más.
Iris se aferró más fuerte al lomo de Nim a medida que se acercaban al Valle Ventoso, donde las corrientes de aire los zarandearon de forma muy poco elegante. Esa parte del trayecto era MUY turbulenta, e Iris estaba bastante segura de que se le veían las bragas, pero no le importaba mucho porque se había puesto sus favoritas: unas de estrellas centelleantes.
Por fin amainó el viento y el valle se ensanchó para mostrarle la Ciudad de Celestia.
Casas de formas fantásticas, un batiburrillo de tiendas peculiares y un montón de calles puestas así y asá rodeaban el Bosque Barómetro. En el centro del bosque se encontraba el edificio más puntiagudo y reluciente: la Ciudadela Solar, donde los poderosos Guardianes del Sol daban energía al GIGANTESCO Girasol del cielo que proporcionaba la luz a la Tierra.
Iris inhaló el aroma de los dulces recién horneados y del dulce sirope de nevadillas que salía del Horno del Bollo Caliente y se preguntó si tenía tiempo para ir a por un dulce delicioso. A fin de cuentas, el carillón de viento de la Academia Celeste aún no había sonado, e Iris no podría resistirse a una rosquilla eléctrica con una buena cucharada de mermelada de nubelinas encima.
Iris dirigió a Nim hacia abajo. Justo cuando pensaba que, por una vez, el aterrizaje sería suave, Nim estalló a unos metros del suelo, y ella fue dando volteretas hasta la puerta de la pastelería.

—¡ANDA, IRIS! ¡MI CLIENTA FAVORITA! —exclamó un hombre enorme de aspecto muy jovial que llevaba un delantal—. ¡UN DÍA DE ESTOS CAERÁS DE PIE!
—¡Buenos días, Plas! —lo saludó Iris sonriendo de oreja a oreja mientras se frotaba el trasero.
Plas el panadero era un meteolandés tronador con los puños del tamaño de troncos de árbol, perfectos para crear el potente estruendo de los truenos y TAMBIÉN para amasar.
Iris se puso en pie y se acercó dando brincos al mostrador. Estaba lleno hasta los topes de pasteles con una decoración preciosa y empanadas bonitas que crujían y rezumaban y burbujeaban. Cuando el gato nube se acercó, le acarició la cabeza. Se había recuperado del reventón, pero ahora tenía los ojos pegados al trasero.

—¿SIGUES SIN MAGIA, PEQUEÑUELA? —le preguntó Plas el panadero, y le guiñó un ojo.
Todos los días le hacía la misma pregunta y, todas las veces, la respuesta de Iris era:
—¡Sí! ¡Ni gota!
Iris Grey no era como el resto de los meteolandeses. Todos hacían algún tipo de meteomagia relacionada con el sol, la nieve, la lluvia, el viento, las nubes, los rayos o los truenos, pero Iris no. De hecho, en la familia de su madre no había nacido nadie con magia desde hacía generaciones. Iris pensaba que, quizá, a lo mejor un día se despertaba y, por obra de algún milagro, TAL VEZ tendría UNA PIZCA de meteomagia. De momento, no había creado ni una gota de lluvia ni una voluta de nube ni un solo remolino de nieve. Al parecer, Nim tenía dentro más gases y ventosidades que Iris magia, y eso que él no era más que un gato nube con tendencia a explotar.

—BUENO, YA SABES LO QUE YO OPINO, IRIS —contestó Plas—. CREO QUE TÚ TIENES LA MEJOR MAGIA DE TODAS.
—¿De verdad? —preguntó Iris un poco confundida.
—¡TIENES UN CORAZÓN ENORME! —afirmó Plas, y se llevó la mano al pecho.
Iris se rio.
—Puede que tenga el corazón enorme, pero tengo el estómago aún más grande ¡y me gustaría comerme todos estos pasteles!
—¿CUÁL TE APETECE HOY? —le preguntó Plas el panadero con su cuerpo INMENSO inclinado sobre el mostrador.
—Hmmm —reflexionó Iris—. Pensaba que pediría una rosquilla eléctrica, pero ahora he visto ESO.
Señaló una hilera de bollos de color azul vivo que nunca había visto.
—¡UY! SON UNOS PASTELES NUEVOS, ¡SON ESPECIALES PARA EL FESTIVAL DEL ECLIPSE DE ESTA NOCHE! —explicó Plas.
—¡Mejor aún! —respondió Iris contenta.
Del obrador salió una mujer con la cara cubierta de harina que saludó:
—¡Hola, Iris!
—¡Hola, Clas! —contestó Iris.
Clas era la hermana melliza de Plas. Era la que se ocupaba de los rayos y era muy afilada, a diferencia de Plas, que era redondo. Tenía la habilidad de chamuscar las rosquillas a la perfección.
—Veo que te has fijado en los retumbollos —dijo con una sonrisa de emoción—. ¿Quieres ser la PRIMERA meteolandesa en probarlos?
Nim, al que le había crecido una cabeza nubosa de más, maulló con alegría.
—Creo que los dos opinamos que SÍ —respondió Iris, y se relamió.
Plas el panadero cogió un par de bollos y se los puso en una servilleta.
—AQUÍ TIENES, PEQUEÑUELA —bramó—. ¡SON GRATIS!
—¡Muchísimas gracias! —contestó Iris, y guardó las monedas celestes que le había dado su madre por la mañana.
Nim se ZAMPÓ el retumbollo de golpe; en cambio, Iris se sorprendió cuando su pastel azul empezó a menearse en la palma de su mano. Plas el panadero se rio con ganas mientras el bollo se ponía a retumbar; por la parte superior rezumó una gotita de sirope de color rosa.

—¿PENSABAS QUE SE LLAMABA RETUMBOLLO PORQUE SÍ? —le dijo—. SERÁ MEJOR QUE TE LO COMAS ANTES DE QUE ENTRE EN ERUPCIÓN.
Iris se apresuró a morder el retumbollo y saborear el dulzor meloso de las nubelinas y las ácidas nevadillas.
—¡Eshtá delishosho! —exclamó con la boca llena.
¡TIN, TILÍN, TILÍN, TILÍN, TIN, TIN!
—Es el primer aviso del carillón del colegio. ¡Tengo que irme! —dijo Iris, que engulló el resto del retumbollo en un abrir y cerrar de ojos.
Nim se expandió hasta que tuvo más o menos el tamaño de una cama grande, e Iris le saltó al lomo.
—¿NOS VEMOS LUEGO EN EL FESTIVAL DEL ECLIPSE? —le preguntó Plas mientras se despedía con la mano.
—¡Claro que sí! —gritó Iris—. ¡Estoy deseándolo! ¡Será nuestro primer eclipse!
Iris no tenía ni idea de que su primer eclipse le cambiaría la vida PARA SIEMPRE.


Iris guio a Nim por el Bosque Barómetro; antes de clase, había quedado en el Círculo de Piedras Meteorológicas con sus amigos Nivo y Gota de Rocío, a la que todos llamaban Rocío. Sin embargo, lo normal era que solo apareciese Nivo, ya que Rocío jamás llegaba a tiempo.
—¿Estás listo para aterrizar sin estallar, Nim? —le preguntó Iris.
Nim asintió con la cabeza y maulló contento. Y después explotó.
Una vez más, Iris acabó rodando por el suelo… Aterrizó de culo entre un montón de flores plateadas y chispeantes que se llamaban nivelargas dalulas, y de donde salió un torrente de bichitos de alas blancas.
Iris soltó un quejido y se levantó mientras se preguntaba cuántas magulladuras debía de tener ya su pobre trasero. Quería mucho a Nim, pero preferiría que explotase un poquito menos.

—Bueno, al menos he aterrizado en el sitio donde hemos quedado.
Iris estaba en el centro del Círculo de Piedras Meteorológicas. Siempre había sentido una gran conexión con él, a pesar de que ella no hacía magia. Las seis piedras meteorológicas llevaban allí desde que a todos les alcanzaba la memoria, cubiertas de musgo de vivo color rosa y diminutas flores blancas. Cada una tenía un símbolo distinto grabado en la parte delantera que representaba un tipo de meteomagia y el instrumento que se usaba para canalizarla.
Iris se preguntaba a menudo qué tipo de meteomagia podría haber hecho ella. Le encantaba la idea de usar una capa con mucho vuelo para crear la maravillosa magia pluvial como su amiga Rocío. El tambor de los truenos y la vara de los rayos le parecían divertidos, aunque, como era un poco torpe, no sabía si algo tan ruidoso o tan eléctrico era la mejor opción, por no hablar de que le habría hecho falta un mellizo para ocuparse de los truenos o los rayos.
¡TIN, TILÍN, TILÍN, TILÍN, TIN, TIN!
El segundo toque del carillón de viento de la Academia Celeste se oyó entre los árboles e hizo que Iris despertase de su ensueño.
—¡Madre mía! ¡Será mejor que me dé prisa y encuentre a Nim! —exclamó.
Se sacudió la suciedad y se sacó de la nariz un bicho de las nivelargas que estaba muy desconcertado.
—¡NIIIIIIM! —llamó al gato nube—. ¿Dónde estás?
Avistó unas cuantas vainas nebulares.
—Hmmm, me pregunto si estará ahí…
Buscó entre las vainas con cuidado de no tocar ninguna. Dentro de las vainas había cachorros de criaturas nube, listos para que los recogiese un meteolandés de las nubes el día de su primer cumpleaños y convertirse en su compañero nube de por vida.
Nim tenía que haber sido la nube que acompañase a OTRO meteolandés, pero había nacido con un defecto poco común que le hacía cambiar de forma o estallar sin previo aviso. Cuando Iris se encontró al pequeño gatito nube andando solo por el bosque, decidió adoptarlo. Como ninguno de los dos podían aportar nada al mundo de la meteomagia, ¡hacían una pareja perfecta!
Ya que entre las vainas nebulares no había tenido suerte, acabó a gatas en un macizo de flores con tallos altos y MUY PEGAJOSOS. Uno de los tallos se partió y le chorreó una sustancia densa y morada por toda la cara.
—¡PUAJ! —gritó Iris, desesperada por limpiarse la sustancia pegajosa de las mejillas.
—¿Iris? ¿Eres tú? —preguntó una voz.
Iris se sobresaltó.
Un chico de rostro amable, pelo blanco rizado y gafas relucientes de color violeta estaba detrás de Iris, acunando la cabeza de Nim en los brazos.
—He encontrado un trozo de tu gato —dijo, y dibujó una sonrisa torcida.
—¡Nivo! —gritó Iris—. Nim ha explotado… ¡otra vez! Y ahora me he pringado con la baba repelente que me ha echado esa planta. ¡No me la puedo quitar!
Nivo se dio unos golpecitos en el mentón. De repente, le salió un hilillo de copos de nieve de la oreja izquierda. Eso pasaba siempre que reflexionaba y a él le gustaba llamarlos PENSACOPOS.
