Líder irreverente

Adriana Arismendi

Fragmento

Líder irreverente

Prefacio

Quien no sienta miedo, que levante la mano.

¿Has sentido alguna vez opresión en el pecho, vacío en el estómago y una repentina fuerza en las manos que te impulsa a aferrarte a algo? Esa es la descripción física del miedo que sentimos al cambio. Lo sé por experiencia propia.

También sé cómo palpita con fuerza el corazón cuando un sueño se conecta con uno mismo, cuando una idea nos hace vibrar, cuando la alegría de crear y de crearnos está presente. Cuando descubrimos algo nuevo, que nos motiva y nos impulsa. Por experiencia, también sé que no existe el siempre; tampoco, el nunca.

Con frecuencia, practicamos hasta volvernos expertos en criticar todo lo que hay a nuestro alrededor, en el lamento de lo que quisiéramos ser y no somos, en la asignación de culpas a terceros sobre lo que nos pasa o, mejor, sobre lo que no nos pasa. Reclamamos lo que otros deberían hacer, y hasta nos sentimos frustrados por la vida que no logramos tener. Tanto nos entretiene esta actividad que olvidamos echar un vistazo dentro de nosotros mismos; tal vez allí repose algo que explique todo lo que sentimos.

Nos asusta el cambio; pasamos gran parte de nuestra vida quejándonos de lo que hacemos y de lo que poseemos, pero cuando descubrimos que tenemos la oportunidad de transformarlo todo, preferimos ignorar las señales y continuar con lo que sabemos: lamentarnos, y mientras, dejar de lado los sueños.

Seguramente, estás al tanto de que hemos cambiado más en los últimos veinte años que en toda la historia de la humanidad; y es claro que muchos de los cambios nos han dejado ver las sombras que la amenazan —razón de más para afianzar nuestros miedos—, pero la verdad es que hoy estamos frente a nuevos pensamientos e ideales que abanderan las olas de transformación del mundo, y la gran mayoría tiene buenas intenciones, logra importantes avances. Hay razones de sobra para ser optimistas y para valorar y darle espacio a la esperanza de crear un mundo mejor.

¿Cuántas veces has dicho que estás harto de tu trabajo, pero cuando vas a entrevistas y estás de frente ante la posibilidad concreta de empezar un nuevo reto laboral, sientes que en realidad no estás tan hastiado de tu empleo actual? Es como querer arrojarse en paracaídas y soñarlo con intensidad, pero al estar en la posición de lanzada, sientes que con esa visión es suficiente y no hace falta aventarse al vacío. Con seguridad, esta sensación la has tenido más de una vez: con el matrimonio que quieres cambiar, con el empleado al que debes despedir, con la rutina que dices no soportar. Identificamos con gran certeza lo que nos molesta, pero cuando tenemos la posibilidad de atravesar una nueva puerta, inevitablemente sentimos que es mejor quedarnos en el espacio que ya conocemos.

Esta no es razón para que bajes el ánimo o decaigas. Este miedo, que es muchas veces paralizante y frustrante, no es sinónimo de cobardía; en vez de eso, es la muestra tangible de las barreras que nos hemos impuesto o que hemos permitido a otros establecer en nuestra vida. Ni las reglas establecidas, el “debe ser”, ni la comodidad que supone el “mejor malo conocido que bueno por conocer” constituyen falta de coraje; son tatuajes que llevamos con nosotros y que pretenden decirnos que no somos los dueños de lo que hacemos, que solo somos pasajeros de un bus, a veces desafortunado, que otro conduce.

Pero, ¿realmente crees que eres pasajero y que todo a tu alrededor es gris, frío y decadente? Yo no lo creo, y te doy la bienvenida a un mundo en el que muchos comparten este ideal y transforman sus miedos en fuerzas creadoras para hacer compañías, innovar, convertir la creatividad en solidaridad, diseñar nuevos y positivos espacios. Decide y súmate a esos transformadores que están buscando más y algo mejor para todos.

Ya señalé que ahora estamos cambiando, en conjunto, más que en la suma de nuestra historia, y es porque, al parecer, algunos de nosotros han despertado del letargo de la comodidad y la culpa ajena, para decidir hacerse cargo de lo opuesto a lo que vivimos, así como de la injusticia y la desigualdad, de la falta de acceso, del conformismo. Todo, con la finalidad de crear nuevas ideas, transformar o, a veces, solo mirar en profundidad, internamente, dentro de cada uno, y desarrollar una fuerza más potente que la del miedo, que nos permita atrevernos a proponer algo distinto, a dar un paso al frente, a lanzarse; no al vacío, sino a volar como lo hemos soñado. Eso es fe en nosotros, esperanza en un mejor mañana y convicción de que, como personas, tenemos los suficientes talentos para vivir como queremos.

Quiero contarme entre aquellos que se proponen abrir los ojos y el corazón, actuar aun a disconformidad de otros, y no porque no sienta miedo —que no niego que lo siento, y con gran intensidad—, pero es más un empuje dentro de mí que me dice que no puedo esperar a que alguien más resuelva lo que a mí me molesta. Soy suficiente y capaz, al menos, para intentarlo.

Me motiva pensar que necesitamos líderes que impulsen la evolución, que crean en la innovación, que se desprendan del ego y decidan abrir nuevos caminos para que otros adalides emerjan. Tal vez, estás entre esos líderes, y en las próximas líneas encontrarás cien razones que te recuerden ese inmenso potencial que te lleva a impulsar el cambio, ese líder en ti, que tiene sueños y es capaz de hacerlos realidad, aun cuando a veces dude…

Los líderes de hoy, los que quieren construir entre todos y para todos, son los que creen en el talento y lo potencian, que creen en sí mismos como agentes de valor capaces de transformar. Son optimistas y saben que no podemos seguir viviendo en el lamento.

Motivar el empoderamiento individual, y propiciar así la evolución en las personas, en las organizaciones y, como en un circuito, una vez más, en los seres humanos en su conjunto —es decir, en la sociedad—, es la manifestación de actuar en contra de la inconformidad.

Cuando somos dueños de nuestra consciencia y de nuestros actos, influimos en otros; cuando las organizaciones, como grandes actores de la sociedad que concentran poblaciones y acaparan la mayor parte del tiempo de las personas en sus trabajos, propician el cambio, lo hacen, de alguna manera, para el resto de esa misma sociedad. Son como espejos que concentran imágenes y las reflejan para que otros puedan apreciarlas y aprender de ellas.

Si nos dedicamos a trabajar más de la mitad del tiempo que estamos despiertos y lo hacemos en un espacio en el cual sea posible afrontar el cambio; en el que se escuche y se valore la opinión contraria y constructiva, en el que la diferencia sea parte del activo enriquecedor y el ánimo de lucro tenga como prioridad el bien común (es natural, aunque no deje de ser molesto), sin duda el resto de nuestro tiempo llevaremos ese actuar a todo lo que hacemos. Nuestras ideas y nuestros pensamientos serán como una onda expansiva que contagiará a otros, no por simple imitación, sino por la motivación que solo la pasión es capaz de transmitir.

Entender el cambio como

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