Cómo domesticar a un humano

Barbara Capponi

Fragmento

cap

Prólogo

DARIA BIGNARDI

Los gatos empezaron a domesticarme cuando era una niña de cinco años. El primero se llamaba Michón. Mi hermana, que se lo encontró debajo de un coche aparcado delante de nuestra casa de Ferrara un gélido y neblinoso 21 de enero (fecha en la que desde entonces celebramos su cumpleaños, aunque el veterinario nos dijera que ya tenía cuatro o cinco meses), insiste igual que yo en que Michón era tan inteligente, pero tan tan inteligente, que se abría las latitas él solo. Vivió con nosotras veintiún años. Cuando yo lloraba, y lloraba a menudo porque era una niña llorona, Michón venía a consolarme lamiéndome las lágrimas. Era un gato de Noruega, majestuoso, de pelo largo, y siempre lo he considerado mi hermano mayor: hablé de él largo y tendido en mi primer libro, Non vi lascerò orfani (No os dejaré huérfanos). Cuando Michón murió, hacía ya varios años que yo me había ido de casa y mi madre, tras su fallecimiento, había adoptado a Alonzo, un gato gris perla de ojos saltones que, en opinión tanto de mi hermana como mía, al vivir solo con ella había desarrollado un trastorno bipolar.

Ahora, desde hace catorce años, vivo con Barack Obama, un gato atigrado de ojos verdes, alto y delgado, que se ha criado con el síndrome de Rebeca, porque desde que era pequeño no hago más que repetirle que él es igual de bueno y de guapo, pero que jamás será tan inteligente como mi hermano Michón. Cuando se lo digo, Obama agacha las orejas con cara de fastidio, pero yo sospecho que lo hace solo para complacerme.

Desde hace un par de años mi hermana, después de haber vivido mucho tiempo con la gata Janis, tiene consigo a Koala, un minino un poco salvaje oriundo de Goro, un pueblo del delta del Po. Mi sobrina Annalena, la hija mayor de mi hermana, ha convivido con Cassia y Amelia y ahora tiene a Clodia y a Lupin. Mi otra sobrina, Silvia, ha criado a Fëdor, un gatazo pelirrojo que desapareció durante dos años hasta que un día, increíblemente, lo encontraron y lo devolvieron a casa. Las cuatro y mi hija Emilia, que está un poco celosa de Barack Obama, tenemos un grupo de chat familiar en el que solo hablamos de nuestros gatos. Nos mandamos fotos de lo que hacen, de lo que creemos que dicen, recordamos a los gatos que ya no están y cotilleamos sobre los actuales a sus espaldas.

Que son ellos nuestros dueños es algo que ya había intuido al crecer al lado de Michón, pero no lo había entendido de una forma tan precisa y rotunda hasta que leí el libro de Babas.

Del mismo modo que James Hillman escribe en El código del alma que las almas de los recién nacidos eligen a sus padres (que les arruinan la vida de la misma forma que su propia vida debe arruinarse para que lleguen a ser ellos mismos), leyendo a Babas he entendido que también nuestros gatos nos eligen, y, sobre todo, nos domestican.

Con una genialidad digna de un felino, Babas nos desvela en este libro los trucos con los que los gatos nos conquistan.

¿Cómo habrá hecho Babas para descubrir esos secretos?

He oído por ahí que al parecer Babas vive desde hace muchos años con dos gatazos llamados Leopoldino y Capitán Fracassa, pero que empezó a estudiar la lengua secreta de los felinos cuando convivía con un gato de nombre Pimlico, y antes de él con el gato Bobo, un minino atigrado con el morro redondo que dormía junto a ella bajo las mantas, con la cabeza en la almohada. No obstante, en mi opinión, aquí hay gato encerrado. Nadie puede entender tan bien a un gato si no es un poco felino por dentro, y hay quien sostiene que Babas en realidad podría ser una gata: de ojos azules y pelaje blanco. He conocido a una persona, cuya identidad no puedo revelar, que me ha asegurado que Babas es un gnomo mágico que vive en ciertos bosques de Liguria, y a otra que jura que Babas es un niño de ocho años.

Según la versión oficial, por lo visto se trata de una artista de Milán que vive en Roma y cuyo verdadero nombre sería Barbara Capponi, pero en mi opinión esta identidad no es más que una tapadera.

Yo he dejado de preguntármelo, porque soy consciente de lo reservados que son los gatos y de cuánto respetan la ley del silencio. Apuesto a que no lo sabremos nunca.

Me contento con haber tenido el privilegio de leer en primicia este documento excepcional, que quién sabe cómo ha conseguido escapar a la censura felina.

DARIA BIGNARDI

cap

Al príncipe Leopoldino, a Capitán Fracassa,

a Pimlico, a Bobo, a Diego, a Luigino, a Pongo,

a Amelia, a Marta, a la Bicha, a Tigre, a Popò,

al viejo Mao, a Michón, a la pequeña Dorrit,

a Apida, a Balletta, a Nòcciola, a Obama

y a todos los gatos que nos han hecho

dignos de su amistad y consideración

cap-1

Introducción

Vivimos en un planeta infestado de humanos y alterado a su imagen y semejanza.

Sobrevivir no es ninguna broma: el de ahí afuera es un mundo difícil.

Pero cuando el juego se pone duro, los duros empiezan a jugar. Nunca ha habido tantos humanos sobre la Tierra, ni tampoco tantos gatos.

Parece evidente que sabemos cómo tratar a estas criaturas, cuya increíble habilidad a menudo se rige por la más inexplicable estupidez.

En realidad, son bastante fáciles de adiestrar. Y, por separado, algunos tampoco están tan mal.

Nuestro propósito con este manual es ofreceros algunas indicaciones sobre cómo elegir, domesticar y educar a vuestro humano.

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