Íntimas suculencias

Laura Esquivel

Fragmento

Íntimas suculencias

PRÓLOGO

Primero que nada quiero agradecer a Julio Ollero su empeño en publicar esta antología de textos. Hace tiempo que yo no les prestaba atención pues consideraba que ya habían cumplido su cometido inicial y que, como toda obra terminada, habían ganado una independencia que salía de mi control. Tal vez por eso, cuando Mercedes Casanovas, mi agente literaria, me habló de la propuesta de Julio, tomé el camino de la duda. Me veía obligada a enfrentar escritos que no había revisado en algún tiempo y que, al menos aparentemente, habían perdido su dinamismo. El primer acercamiento me hizo comprender una realidad que no había tomado en cuenta: la obra seguía teniendo sentido incluso fuera del contexto exacto en que había sido creada. Sin embargo, mientras leía los artículos, las ponencias y los prólogos que integran el presente libro, tuve la impresión de que había algo muy importante que había querido compartir, que había una sensación, una experiencia vital, un gesto tal vez, un olor o una melodía que eran generados por cada uno de los temas y que habían quedado fuera de la narración. Se me había escapado algo, tal vez “otra voz”. La “otra voz”, concluí, es la vida misma, la experiencia del arte llevada a la vida. Toda narración hace sentido profundo cuando se encarna intensamente en la vida concreta de las personas. Cuando un poema, por ejemplo, se reencuentra en los colores de la fruta de un puesto de mercado, cuando una novela se reconoce en el rostro a veces impávido de la cajera de un banco o en el sabor de una comida cocinada con el placer de la pasión.

Por lo mismo, publicar nuevamente los textos seguía representando un conflicto, sentí que ponerlos en circulación podría implicar un acto estéril, sobre todo por la inclusión de una serie de recetas que escribí en circunstancias muy particulares: cuando apareció Como agua para chocolate, la revista Vogue me ofreció escribir su sección de cocina. Me propusieron crear, al igual que en la novela, una pequeña historia para acompañar cada una de las recetas. El mecanismo se gastó pronto. La experiencia, que en un principio había sido interesante, amenazaba con extinguirse a sí misma y se estaba volviendo peligrosamente repetitiva. Dejé de escribir esa sección antes de que se agotaran del todo las posibilidades y pensé que ese proceso estaba totalmente concluido. Ahora de pronto tenía que revivir las viejas recetas cuando creía firmemente que su momento ya había pasado, que se trataba de textos que yo había superado al descubrir que la vida estaba en otra parte y encontraba más interesante ir al mercado a oler las frutas y las verduras que sentarme a releerlos. Sin embargo, yo escribo. ¿Cómo vivir esta aparente contradicción: vivir o escribir? Me puse a pensar mucho. Hasta que me di cuenta de que no había realmente ninguna contradicción. La vida no se sustituye con la literatura ni la literatura con la vida. Sólo quien pretende negar una a través de la otra cae en una contradicción. Nadie que ame la vida puede despreciar la literatura y nadie que ame la literatura puede despreciar la vida. Pero leer es también vivir: vivir leyendo y leer la vida. Encerrarse en la lectura de las letras es negar el principio vital motor del arte: la vida vivida. La otra voz era la vida que va y viene, hasta y desde la obra, porque es a la vez su alimento y su destino. Es indispensable recordar que en algunos momentos de nuestra historia nos olvidamos de uno de los lados. Por pensar mucho en la literatura nos olvidamos de vivir o por vivir nos olvidamos de volver literatura nuestra experiencia. Llegada a esa conclusión, respiré con alivio. Visto desde un ángulo correcto, los textos seguían teniendo vitalidad y eran dignos de recibir una nueva mirada.

Superado ese obstáculo, me encontré con otro problema. En varios foros presenté ponencias donde hablé de una idea que me obsesiona: el hombre nuevo. Para mí es un asunto vital y no me importó exponerlo una y otra vez, en los distintos lugares y países a los que asistí, pero descubrí que ahora, reunidos dentro de un mismo libro, los escritos podrían resultar reiterativos. Estuve tentada a suprimir algunos de ellos pero decidí que no, que era importante, a pesar del riesgo, insistir en ese tema. ¿Por qué considero fundamental tocar el tema? ¿Quién es ese hombre nuevo? El hombre nuevo es aquel que consigue reintegrar a su vida el pasado y las enseñanzas del pasado, los sabores perdidos, la música que olvidamos, las caras de los abuelos, los gestos de los muertos. Es el hombre que no olvida que lo más importante no es la producción sino el hombre que produce. Que el bienestar del hombre —de todos los hombres— debe ser el principal objetivo del desarrollo del hombre. Que el hombre nuevo es el hombre completo, el que ha conseguido superar la maldición que nos escinde y nos hace ser seres mutilados e infelices. El hombre nuevo es el que lee en la vida y que lee la vida, que lee la literatura y vive la literatura, el que vive la vida y la reencuentra en la literatura porque sus actos son de vida. En ese sentido, publicar mis textos nuevamente tenía un sentido: volver a invocar la vida a través de esos pequeños retazos de intimidad, volver a recordarle a la gente que es indispensable leer y vivir con la misma intensidad, recordarles nuevamente que sin sabor la vida no vale la pena ser vivida y que sin sabor de vida la literatura no existe.

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