El progreso improductivo

Gabriel Zaid

Fragmento

El progreso improductivo

EL PROGRESO IMPRODUCTIVO

El cielo que nos tiene prometido el progreso, no acaba nunca de llegar. Una gran parte de la población vive en el limbo o en el purgatorio o el infierno: al margen de una vida mejor o descontenta de sus efectos contraproducentes.

Nadie va a parar el progreso: tiene miles, millones de años. Ni la ciega voluntad de progreso, que tiene apenas unos siglos. Hasta sin saberlo, o sin quererlo, somos ejecutantes de esa voluntad que se extiende por el planeta. Sólo podemos exigirle autocrítica: volverla nuestra de una manera menos ciega; hacerla progresar, enfrentándola a sus resultados. Ningún progreso parece hoy más urgente que superar la ciega voluntad de progreso.

La voluntad de progreso que hay en este libro parte de una autocrítica mexicana, pero el fenómeno es general. Aunque el sector moderno de cada país tiene elementos particulares, las grandes ciudades del mundo se parecen más entre sí que a sus remotos interiores aldeanos: encabezan la cultura del progreso que (por las buenas o por las malas) se ha impuesto a todas las culturas tradicionales. El saber, el poder, el dinero, los privilegios, se han ido concentrando en las grandes ciudades a través de organismos centralizadores, estructurados piramidalmente y encabezados por universitarios. Esta prosperidad refuerza la fe ciega en la educación superior, en la organización superior, en las soluciones grandiosas, y polariza el desarrollo (mundial y de cada país) en dos extremos improductivos: la baja productividad del sector piramidado (por unidad de sus costosas inversiones) y la baja productividad (por persona) del sector tradicional. Se trata de un despilfarro viable, económicamente, porque la concentración de capital (por persona, por hectárea, por empresa u organismo) compensa la menor productividad del capital concentrado; políticamente, porque esta concentración favorece a los promotores y dirigentes del progreso, cuya acumulación de capital curricular (estudios, realizaciones) parece un mérito legítimo y asequible a todos; socialmente, porque las ilusiones progresistas no son vistas como ilusiones en la cultura del progreso. Así prospera una oferta de progreso costoso, y por lo mismo no generalizable para toda la población, en vez de que prospere una oferta que aumente la productividad y el bienestar a bajo costo para todos.

Es la oferta, y no la demanda, lo que más falla en un país que se moderniza, ante todo porque se ofrecen cosas que cuestan demasiado. Lo cual no se resuelve por la vía política (ofreciéndolas gratis o con subsidios) porque siguen costando demasiado. Aumentar los impuestos con este fin (en vez de repartirlos como dinero en efectivo) sirve para aumentar la desigualdad, porque lo que cuesta demasiado no puede ser para todos. La oferta de atención personal (médica, educativa, policiaca), títulos académicos, empleos becarios, automóviles, vías rápidas, medios lujosos de trabajo (ya no digamos de consumo) y todos los progresos que cuestan mucho y producen poco, nunca podrá saciar la demanda que el sector moderno pretende generalizar.

Para satisfacer las necesidades de un mercado pobre, no hay que empezar por las insaciables sino por las básicas; y no ofreciendo los satisfactores mismos, sino medios baratos de producirlos. El Estado y las grandes pirámides empresariales, sindicales y académicas, en parte por intereses miopes y en parte por razones de fe, creen que su propio crecimiento es la vía del progreso de todos, como si fuera imposible o indeseable apoyar la economía de subsistencia, en vez de lamentarla; ofrecer medios rústicos, modernos y eficientes de producción doméstica de alimentos, ropa y techo, que le permitan a la población rural atenderse a sí misma (y establecer intercambios de mayor productividad que los de maíz y servicios); redistribuir parte del ingreso nacional como dinero en efectivo; y, en general, acudir a los mercados pobres con una oferta pertinente.

El libro es un ensayo: un conjunto de hipótesis que parecen cuadrar razonablemente entre sí, con la experiencia cotidiana, con muchas cifras disponibles y con observaciones de numerosos autores. Se desarrolla en tres partes:

1. “Límites al consumo de atención personal” señala un tope universal de costo para la oferta de progreso en cualquier país.

2. “¿Qué falta en el mercado interno?” da ideas para una oferta de progreso que sí pueda generalizarse, especialmente en los países o mercados pobres.

3. “Repartir en efectivo” trata de explicar por qué los universitarios (en particular los mexicanos que llegan o aspiran al poder) favorecen la oferta de progreso imposible, en vez de redistribuir el ingreso en efectivo.

El argumento considera el progreso fuera del mercado (la producción para el consumo propio) y dentro del mercado (en grande o en pequeño), así como en los mercados políticos (productos y servicios, concesiones, intervenciones, empleos; a cambio de impuestos, cooperaciones, dependencias, apoyos). Y considera mercados de especial interés para el progreso improductivo: el mercado de la atención personal (especializada o servil); el de los medios de producción (para el consumo propio, la oferta independiente o el trabajo subordinado); el mercado de la obediencia (trabajo subordinado con medios de producción ajenos) y el mercado de la buena voluntad (reciprocidad o patrocinio, mercantilizados). Pero no considera que siempre sea mejor (o peor) la operación dentro o fuera del mercado, libre o politizado, a cargo de personas que trabajan por su cuenta o de grandes o pequeñas entidades públicas o privadas, sino en qué casos tales o cuales modos de operación se prestan o no se prestan para que el supuesto mejoramiento sea viable para todos.

El progreso improductivo

ARGUMENTO

Límites al consumo de atención personal

La modernización tiene un doble efecto desequilibrante sobre el mercado de la atención personal: aumenta la demanda y reduce la oferta.

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