Cuentos completos

José Agustín

Fragmento

Cuentos completos

AHÍ LES VA ESTA INTRODUCCIÓN DE VAQUEROS

(o mejor: bríncate estas páginas para empezar
con lo mero bueno)

Si no estoy loco a ver explíquenme

cómo es que estoy con estos pendejos

que me creen loco

Ciudades desiertas

I

Okey okey ésta es la introducción a los cuentos completos de José Agustín como si fuera una película de vaqueros y José Agustín fuera el gatillero más rápido del oeste, mejor que Clint Eastwood o John Wayne.

Por eso, y nada más por eso, esta introducción comienza con el camino polvoso rumbo a Cuautla, donde los vientos jamás reposan y las víboras de cascabel sólo huyen de los cascos de un caballo galopando.

Por encima de los cerros, los indios se asoman enigmáticos y echan su larga vista hacia los canallas caras pálidas que les han robado su tierra.

Un forajido llega a Cuautla y los habitantes huyen de las calles, y las mujeres apuran a sus hijos, y los negocios cierran temprano porque se siente en el aire la violencia que arrastra consigo como una mala loción para después de afeitar.

Alguien acelera el paso para avisarle al chérif.

El forajido llega a la cantina de la señorita Katy, simpática y piernuda anfitriona. Se sabe que ese congal es famoso porque ahí cualquier vaquero puede ser feliz una noche con alguna de las mujeres más bellas del condado, mientras saborea el güiski más agrio de este lado del río Pecos.

–¿Qué te trae por aquí, forastero? –pregunta la señorita Katy.

El forajido escupe de lado mientras enciende un cigarro con un fósforo que raspa en la espalda de un parroquiano, como Lee Van Cleef en For a few dollars more. Es descortés como cualquiera: se toma unos minutos en responder porque así son ciertos forajidos, simplemente malencarados y ojetes; éste, en particular, demasiado joven para saber que el respeto al derecho ajeno bla, bla, bla.

Katy conoce bien a ese tipo de personas: no es la primera vez que alguien llega con esa mirada y ese aspecto, intentando parecer más duro de lo que es en realidad. Ella le sirve un güiski y no pregunta más.

El forajido frota con sus dedos una de sus frías pistolotas, como Lee Marvin en The man who shot Liberty Valance, y luego bebe su trago de un jalón. Los lugares comunes abundan como fichas de dominó en las mesas de la cantina.

Para esos momentos todo Cuautla sabe que los cuentos completos de José Agustín han comenzado con una introducción que parece película de vaqueros. El chérif se encamina hacia el congal, muy muy seguro de sí mismo y de su deber.

Tal vez debí haberlo dicho desde el principio. Para entonces José Agustín ya no se dedicaba al oficio de gatillero que lo había hecho legendario. Intentaba jubilarse como Alan Ladd en Shane, inspirado por el amor de la dulce Margarita, quien le había enseñado los finos derroches de la decencia y los buenos modales.

Ella odiaba ese pasado matón de nuestro héroe; pero también, aunque se hubiera negado a aceptarlo, lo atraía hacia él como un chicle a la mandíbula.

II

Digamos que el chérif nunca tuvo una buena oportunidad. Llegó a la cantina con la intención de mostrarle al joven forajido que en un pueblo como Cuautla no hay lugar para ese tipo de violencia; pero una bala le traspasó el corazón con la certeza de un poema de amor en la novia anhelada.

El forajido no quiere saber de inútiles cherifes. Viene sólo por un hombre, por ese tal José Agustín, de quien se ha dicho que es y siempre será el gatillero más rápido del oeste.

–Díganle que quiero verlo –grita a los parroquianos que huyen después del asesinato–. Díganle que no se ande escondiendo, que ya he leído sus cuentos completos y vengo a decirle lo que pienso de ellos.

III

Bien recuerdo que era el final de los años setenta. José López Portillo era la majestad sexenal y la música disco viajaba por las estaciones de radio como la única opción del universo. Había una gruesa pugna entre los estudiantes de la prepa Lázaro Cárdenas, en Tijuana. Por un lado estaban «los travoltines», morros con pantalones de poliéster, cabello engomado y medallitas chapadas; por otro, «los roqueros», carnales de mezclilla, greñudos discípulos de Led Zeppelin y The Who. Toda bronca existencial en esa época consistía en eligir tu modus vivendi: los Beegees o AC/DC.

Ésos eran los tiempos en que el autor de esta extraña introducción de vaqueros llegó a un libro titulado Inventando que sueño.

Fue un hallazgo. El mítico hilo negro de repente se había dejado ver. No sabía, ni me importaba, que ese libro estaba por cumplir diez años. Lo único que entendía, lo único que me parecía contundente era que con esas historias me enfrentaba a una voz distinta, salida de quién sabe dónde, un ritmo, una invención que se ligaba mucho a la rebeldía cotidiana entre travoltines y roqueros.

No era literatura convencional (no podía serlo), era maliciosa y juguetona, palabras que podría encontrar bebiendo cerveza y echando desmadre en las calles. Era un libro para navegar por la ciudad, para contarle mis rollos; un libro compita, entendedor, carnalito de los buenos.

IV

Todo parece indicar que la vida no puede existir sin violencia. Así lo entendió Gary Cooper en High noon, y así precisamente lo ha descrito José Agustín en sus historias. Vivimos en una sociedad fría que se pierde cada vez más en la inutilidad de sus habitantes y de sus autoridades corruptas. La violencia está donde la busques y a veces te persigue y te atosiga. Por más que uno intente escaparse, alejarse de ella, nunca falta un forajido que busque hacerte regresar a ese pasado violento. Ni modo de agazaparse, Margarita, ni modo que detrás de tus faldas encuentre mi hogar, mi escondite. Un hombre que ha vivido como yo siempre se enfrentará a esos que están convencidos de que les debo algo, simplemente porque todavía sigo aquí.

Ella se niega a entender. Como nuestro héroe adopta un discurso que bien podría ser de Gary Cooper. A Margarita no le queda otra que convertirse en una Grace Kelly, advirtiéndole que si se juega el pellejo una vez más, también se juega el matrimonio y la familia.

&ndas

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