El secreto de Dios

Guillermo Ferrara

Fragmento

El secreto de Dios

0
El origen

Silencio.

Sólo sentía un palpitar, una presencia, un inconmensurable poder. La presencia poseía el éxtasis supremo, era el éxtasis. No había señal alguna de estrellas o galaxias, ni gases, aire, fuego, tierra, agua, espacio o tiempo; carecía de pasado y futuro, ningún punto para determinar arriba o abajo. De todos modos, aquel potencial creativo estaba intrínseco en su núcleo.

Quietud.

La silenciosa presencia estaba por todos lados.

Estaba, existía, permanecía empoderada, todo su poder consistía en contemplarse.

Silencio.

Un murmullo delicado al resplandor del propio ser comenzó a vibrar en los abismos de la oscuridad. Emanaba una sustancia radiante, intangible, invisible e intuitiva que pulsaba en su interior como un detonante cósmico palpitando desde siempre.

En el centro de la presencia estaba el potencial. La perfección en el silencio, en lo intangible; el colosal descubrimiento: la maravilla de saber que existe.

Ni preguntas ni respuestas, anhelos o recuerdos, ni pasiones ni dudas. Estaba allí. Como un espejo que no puede ver todavía su rostro, una sombra que permanece agazapada detrás de un infinito telón que lo abarca todo. Un anillo sin principio ni fin, un anillo cuyo círculo de conciencia era la presencia en la quietud.

El silencio se propagaba en un oscuro océano. Era inconmensurable, sin obstáculo capaz de limitarlo o encadenarlo. Una ola de libertad absoluta que puede conocer lo no conocido, conocer lo no manifiesto, conocer y palpitar en su propia perfección.

Aquella presencia era perfecta además de silenciosa, consciente y sagrada. No tenía mancha, ni frente ni espalda, ni lado ni forma.

Puro deleite.

El sutil abrazo a sí mismo.

¡Oh, la fuente suprema!

¿Qué era aquella red invisible de conciencia que estaba adherida en los misterios?

¿Qué era aquello que su magno poder perfumaba el silencio por doquier?

¿Qué era ese palpitar que estaba del derecho y del revés y que se unía tocándose a sí mismo con su propio ser existiendo desde siempre?

* * *

Hoy es la pluma de un anciano que lo cuenta, pero allí estuve para recordar. Y recuerdo en mi interior que, de la presencia original y del silencio, surgió un deseo.

Un deseo que lo originaría todo desde la nada.

Un deseo que sería el motor original de todas las cosas que vendrían después, la causa primordial de la razón de ser, el origen de las estrellas y galaxias, planetas y espacios, civilizaciones y misterios, razas galácticas y humanas, el origen de todo, la suprema conciencia de lo femenino y lo masculino.

Pero sucedió lo inevitable: la fuente original se deleitaba a sí misma, pero Ella sintió el deseo original. En el silencio de sí misma vibró el deseo. El deseo de la presencia fue intenso, quería compartir aquello que era y sigue siendo aún hoy y para siempre.

Aquel deseo provocó una onda, una vibración eléctrica, un chispazo de autoconciencia; como un cristal que se multiplicaba en millones de pedazos, como una lluvia que se derramaría en miles de millones de gotas, fue un inconmensurable estruendo cósmico.

El deseo de la presencia fue claro y contundente: quería verse a sí misma, compartirse en incontables formas, ser la fuente de todas las cosas. Era Ella y Él antes de serlo, era la unidad original conteniendo un perfume existencial que mucho tiempo más tarde los humanos llamarían amor. La presencia se compartiría con el anhelo de ser y extenderse en el éxtasis.

Ser, compartir, expandirse.

Fue inmediato.

Su poder provocó una voz que tronó por vez primera.

Tronó desde las profundidades de aquel silencio y de aquella oscuridad de las mismas entrañas de su ser.

¡Que se haga la luz!, retumbó el eco de sí mismo.

Y la luz se hizo.

* * *

Aquella luz se disparó provocando una gran explosión.

Aquel verbo primero iluminó su ser y se reconoció a sí mismo. Un espejo cósmico que observó su rostro y comenzó a plasmar su estigma y su marca comenzó a gestarse en el universo. La luz se dirigía hacia todos los espacios creándose y extendiéndose como una inhalación cósmica que ampliaba sus pulmones cósmicos.

Vertiginosas y magnas mareas de fuerzas y poderes, de incontables puntos radiantes que provocó a su paso la monumental creación de billones de estrellas, planetas, galaxias, dimensiones, velos y cortinas, puentes, portales, colores y un sonido constante como el murmullo de los océanos. Un sonido que se asemejaba a un zumbido arrullador, amoroso, místico.

Esa presencia tomó plena conciencia de lo que guardaba en su interior, ahora compartido en la primigenia obra que multiplicó como luz en diez dimensiones de diferentes vibraciones. Esa luz se vio a sí misma, estaba expresando su deseo de ser, de multiplicarse y desplegarse en infinitas presencias. Ahora no era una sola presencia, ahora era una única presencia en miles de billones de presencias.

Un despliegue inmaculado de luces, energías y formas.

Creación de la luz.

Y en aquella luz la presencia silenciosa pronunció un sonido. Una melodía que aún hoy se esconde visible a la vista de todos. Dijo algo que cada parte de la creación debía repetir para mantener (luego recuperar) el éxtasis original, aquella fuente que estuvo, está y seguirá estando en todos.

El sonido de su pronunciación fue un espejo que reveló en sí mismo su presencia.

Y dijo:

Yo Soy el que Yo Soy.

* * *

Hoy es el relato de un anciano que ha vivido muchas aventuras, que ha sabido del amor y de la luz, que ha buscado y encontrado. Que sabe que siempre ha sido esa presencia antes de ser el que soy hoy.

He sido bendecido en descifrar el secreto y reconocerme a mí mismo como la presencia original.

¿Cómo podríamos dejar de ser aquello si Aquello está por todos lados? El Todo no puede ser el Todo sin ti, sin mí, sin una de sus partes.

Me encomendaron una misión y aquí estoy cumpliéndola.

Me encomendaron que sea yo otra iluminada voz más para desvelar a través de mi pluma el secreto de los secretos.

Me encomendaron que te haga recordar que dentro de ti vive aquella fuente que provocó la luz y que se dijo a sí mismo Yo soy el que yo soy.

Tú eres eso.

Sólo lo has olvidado en la ilusión del tiempo.

Espero que estos papiros no sean borrados por el fuego ni por el olvido, sino que sean un baluarte que emerge para brillar en tu interior. Los bárbaros de hoy en día quizás no quieran que lo descubras por ti mismo porque el supremo poder original volvería a activarse en tu vida y eso te haría ingobernable, consciente y libre.

Deseo que estos escritos superen el paso del tiempo y abran la puerta de la memoria que está en tu cerebro, tu corazón y, sobre todo, en el interior de tus células. Pero sé que al papel lo han quemado, saqueado y ocultado en bibliotecas secretas, sin revelar el conocimiento real a los mortales. Por ello, también lo grabaré dentro de un cuarzo prístino, para que el supremo conocimiento se t

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos