Maquiavelo

Israel Covarrubias

Fragmento

Título

pleca

INTRODUCCIÓN
LEER A MAQUIAVELO HOY

Israel Covarrubias

Después de cinco siglos, Nicolás Maquiavelo no ha dejado de llamar la atención de investigadores, estudiantes, políticos profesionales, religiosos, periodistas, así como del vasto público de seguidores de diversa extracción que el pensador florentino convoca. Personaje citado por lectores y estudiosos, también es utilizado mediante su paráfrasis como arma intelectual o justificación de cualquier decisión política. La persistencia académica pero también histórica y política de su obra y personalidad se debe en gran medida a la sencillez de su reflexión. Maquiavelo confirma la paradoja, quizá central, de la teoría política: jamás tuvo en su horizonte de inteligibilidad la intención ni el objetivo de escribir tratados exhaustivos de ciencia política, en el sentido de organizar y sistematizar un conjunto de saberes sobre la política a partir de la división y modelación de los fundamentos de ésta en sus conceptos clave, así como en sus tipologías del poder y el gobierno, o en todas aquellas dimensiones analíticas que cualquier programa de investigación necesita en nuestros días para colocarnos en el terreno particular de la teoría política. Sus intenciones eran otras, ya que pasaban por el fenómeno a un tiempo radicalmente moderno y clásico que podríamos enunciar como el arte de la escritura de la política.

A pesar de este hecho irónico, su figura y sobre todo su altura intelectual es persistente en el campo de la teoría política moderna y contemporánea. Por ejemplo, si nos adentramos en el campo del pensamiento y de la teoría política contemporánea, veremos que algunos de los más grandes teóricos y filósofos políticos de nuestro tiempo le han dedicado estudios a su obra, y en muchos casos son contribuciones que al día de hoy siguen sin ser superadas. En un rápido vistazo a las generaciones de pensadores que están cortadas por el siglo XX, antes o después de la segunda posguerra, aparece una serie de figuras entre las cuales destacan Louis Althusser, Hannah Arendt, Raymond Aron, Edmond Barincou, Isaiah Berlin, Norberto Bobbio, Federico Chabod, Roberto Esposito, Hanna Fenichel Pitkin, Felix Gilbert, Carlo Ginzburg, Antonio Gramsci, Claude Lefort, Pierre Manent, Harvey C. Mansfield Jr., Antonio Negri, John Pocock, Roberto Ridolfi, George H. Sabine, Gennaro Sasso, Carl Schmitt, Quentin Skinner, Leo Strauss, Maurizio Viroli, José Luis Villacañas, Simone Weil, Yves Charles Zarka, y muchos otros. La lista es amplia y un trabajo sobre las interpretaciones de Maquiavelo a partir del siglo XX se vuelve una tarea por cumplir en el futuro próximo, pues este interés contemporáneo puede ser leído como un largo prefacio para que los estudios sobre su figura y obra sigan siendo necesarios en nuestros días.

¿Para qué sirve leer a Maquiavelo hoy? La respuesta supone pero también yuxtapone el despliegue de otras dos preguntas. Primero, con Maquiavelo, ¿de qué tipo de clásico estaríamos hablando? Segundo, ¿tiene sentido seguir empecinados en sostener la necesidad de confrontarnos directamente con un clásico como Maquiavelo y sobre todo con su obra? Maquiavelo es un autor necesario para cualquier curso de teoría política y para cualquier reflexión sobre la historia del tiempo presente de la política, dado que muestra los ángulos centrales del arte de lo político, al grado de que su lectura termina volviéndose una fuente de sospechas y desasosiego, sobre todo porque se puede concluir que su obra es un índice agudo de las extrañas formas del amplio campo que marca la circunferencia del poder. En este sentido, Maquiavelo puede ser definido como un diseminador inigualable de ideas políticas para la articulación de las categorizaciones que desarrollamos en el campo de la teoría política moderna y contemporánea. Al mismo tiempo, es una figura que tuvo una gran capacidad de integrar en uno o varios ciclos de conocimiento una lectura totalmente innovadora de su tiempo histórico, compartida o disputada con sus contemporáneos, pero que termina como obsequio a sus herederos. Por ello, lo que intentamos desarrollar en este libro es la valorización de nuestro propio tiempo histórico a partir de atravesar diversos pasajes de la obra del florentino para el planteamiento de algunos problemas políticos “comunes”, como lo es precisamente el fenómeno del nacimiento y la distribución del poder en sociedades y épocas de cambio.1

¿Un autor clásico es contemporáneo desde el momento en que se estatuye como clásico de una disciplina o de un campo de saber? O bien, ¿existen diversos modos de mostrar su vigencia además de su fijación con ese campo de estudios que lo llama constantemente para comprender las filigranas de lo contemporáneo? Lo clásico y lo contemporáneo están siempre relacionados pero su vínculo no es simétricamente proporcional. Se puede ser un clásico sin volverse contemporáneo y viceversa, ser totalmente contemporáneo sin tener filiación con un pasado, ideal o real, que suponga una adscripción histórica que garantice a ese autor la pertenencia a una “tradición” cultural determinada.

Para François Dubet, el “eterno retorno” a los clásicos es consecuencia de la forma de compartimentación de la enseñanza y el desarrollo histórico de las ciencias sociales en la modernidad.2 En el caso particular de la sociología, nos dice, siempre se ha llamado la atención sobre los “padres fundadores” por medio del magisterio de la sociología clásica, etiquetada en concepciones en las que aparece como obligada la lectura de “los precursores del pensamiento social” o de los “clásicos” de la teoría sociológica (de Maquiavelo a Hobbes, de Montesquieu a Marx, de Tocqueville a Weber),3 y que puede ser también extensiva en la búsqueda de los orígenes de la ciencia política cuando estos mismos autores se presentan como clásicos de la teoría política. Sin embargo, la vuelta a los clásicos también se debe por la producción analítica que inauguraron todos estos autores a partir del momento en que sus aportaciones fueron seminales en el umbral que corta la especificidad del mundo y de las formas de comunidad tradicional frente a la apuesta de la modernidad (individualización, racionalización, pluralismo, secularización, entre otras). Además, estos autores han sido originales en sus campos de estudio, quizá sobre todo aquellos que ya están parados en un espacio intelectual postilustrado, porque para ellos la sociedad ha sido y es, por un lado, una categorización, es decir, una abstracción del pensamiento que permite la construcción de teorías de corte general (o con posibilidades de generalización); por el otro, la producción de núcleos categoriales para la descripción y explicación del mundo social y político señaló con claridad que la modernidad es un proceso de articulación de lo disperso, que tiene su corolario en el desarrollo decimonónico de múltiples prog

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