1/julio/2018. Cambio radical o dictadura perfecta

Martín Moreno-Durán

Fragmento

Título

1

La elección
y la dictadura perfecta

“México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro… es México, porque es la dictadura camuflada, de tal modo que puede parecer no ser una dictadura, pero tiene, de hecho, si uno escarba, todas las características de la dictadura: la permanencia no de un hombre, pero sí de un partido que es inamovible… un partido que concede suficiente espacio para la crítica en la medida en que esa crítica le sirva porque confirma que es un partido democrático, pero que la suprime por todos los medios, incluso los peores. Aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia…”

Estas palabras brillantes, profundas, mordaces, fueron pronunciadas por el brillante, profundo y mordaz Mario Vargas Llosa, en 1990, en el corazón de México, en la señal de la Televisa de aquel entonces (declarada y pluralizada por Emilio Azcárraga Milmo como soldados del PRI) y que transmitía, en vivo, el debate “El siglo XX: la experiencia de la libertad”. Con ellas provocó la evidente irritación de Octavio Paz que anotaba y mordía su réplica al peruano con la tinta de su impaciencia; esa frase, casi 28 años después, abierta como una herida que supura cada seis años, todavía sigue vigente. Latente.

La dictadura perfecta, entonces encarnada por Carlos Salinas de Gortari en el poder presidencial, entronizado gracias al fraude electoral impune de 1988, y que partió el corazón de un país que, hasta ahora, no ha querido ni podido ni sabido arrodillar a esa dictadura perfecta y dominarla. Ello, a pesar de la innegable transición democrática del 2000 al 2012, cuando el Partido Acción Nacional ganó la presidencia, sí, pero que tampoco quiso ni pudo ni supo desmontar la dictadura propuesta años atrás por Vargas Llosa.

Una dictadura perfecta cuyo emblema, hoy por hoy, se llama Enrique Peña Nieto. Y es la dictadura política en su versión más oscura.

Si bien en 1990 Vargas Llosa le atribuía algunas cualidades, elogiando la Revolución de principios del siglo XX y calificando de valiosa “la reivindicación de la tradición prehispánica”, hoy, en 2018, de cara a una nueva elección presidencial, esa dictadura perfecta —que no es otra cosa que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y su sistema político sui generis, como también lo definió el Premio Nobel de Literatura—, es una versión anacrónica, corrompida y, por tanto, tirana con la democracia.

Una dictadura perfecta autoritaria, que pretende seguir siendo eso: una dictadura sistémica que se eternice, aún más, en México.

Una dictadura perfecta ciega, que no ve la descomposición moral de los priistas que han ejercido el poder en los últimos cinco años.

Una dictadura perfecta sorda, que no escucha los reclamos de millones de ciudadanos por mejor economía y menos pobreza.

Una dictadura perfecta muda, que calla la escandalosa corrupción que Peña Nieto, su familia, sus amigos y sus colaboradores, han practicado a lo largo del sexenio.

Una dictadura perfecta omnipresente, que cierra los espacios de libertad de expresión, protesta pública y prensa crítica, a su manera: a billetazos, comprando espacios, páginas, conciencias, voces, plumas, y neutralizando a los periodistas que, como muchos más, no le aplaudan al presidente o, en el mejor de los casos, no denuncien los actos de corrupción a la vista de todos. No los ven quienes no los quieren ver.

Una dictadura perfecta avasalladora, que echará mano de todos sus recursos —financieros, políticos, sociales, militares, mediáticos, propagandísticos y persuasivos—, para mantenerse en el poder y dejar en Los Pinos a un empleado del sistema que garantice esa máxima que le ha permitido sobrevivir a la propia dictadura: la complicidad sexenal.

Estamos, lectores de este trabajo, ante una disyuntiva shakesperiana: CAMBIO RADICAL o DICTADURA PERFECTA. To be, or not to be. ¿Es Andrés Manuel López Obrador el cambio?

¿Es José Antonio Meade el cambio?

¿Es Ricardo Anaya el cambio?

¿Es Margarita Zavala el cambio?

Eso lo definiremos, finalmente, todos nosotros. ¿Por qué todos? Porque, en realidad, el cambio SOMOS TODOS. ¿Y cómo cambiar?

Cambiar, votando el uno de julio de 2018.

Cambiar, castigando al mal gobernante.

Cambiar, desterrando al mal político.

Cambiar, defendiendo nuestro voto.

Cambiar, exigiendo que se respete el triunfo del verdadero ganador.

Cambiar, reconociendo el triunfo mayoritario obtenido en las urnas.

Cambiar, viéndonos a los ojos la misma noche de la elección presidencial con un brillo de satisfacción, de orgullo por nuestra democracia.

Cambiar.

Prohibida la abstención electoral. No, al menos, bajo las actuales reglas electorales mexicanas. Voto abstenido es voto a la basura. Tan sólo beneficia a los partidos con voto duro (léase, en gran medida, voto comprado), que en poco o nada abona a nuestra democracia. No es por ahí.

Votar no es opción. Es obligación ciudadana.

Salir a votar a la hora que se prefiera, pero votar.

Cruzar la boleta electoral por quien se quiera, pero votar.

Hacer fila como cuando vamos al cine o al futbol, sin importar tiempo o clima, pero votar.

Veamos las encuestas, pero no creamos en la mayoría de ellas. Mintieron y manipularon en 2012. Sus propios números las desnudan y exhiben. Solamente consideremos aquellas encuestas que, de manera imparcial, hicieron un trabajo profesional y ubicaron —no se trata de decir “le atinaron”— el triunfo de determinado candidato presidencial de la manera más certera posible. (En el tercer capítulo de este libro presentamos un comparativo de Encuestas de la pasada elección presidencial que nos dirá, bajo la frialdad de los números y de manera confiable, en cuáles sí podemos confiar y de cuáles debemos desconfiar.)

“El cambio es AMLO”, apunta Jorge Castañeda en estas páginas.

“Meade es un candidato secuestrado”, advierte Alfonso Zárate.

“Yo sí investigaré a Peña Nieto”, asegura Margarita Zavala.

“El riesgo de que el PRI pierda la elección presidencial, es alto”, pronostica Eduardo Huchim.

“Hay un ambiente de encono y de polarización, mayor que el de 2006”, alerta José Antonio Crespo.

“Meade es candidato por necesidad política del PRI”, define Félix Fuentes.

Podrá sonar petulante. Tal vez. Pero me la juego:

Si al leer este libro considera usted, lector, que le aportó un panorama más claro, informado y amplio del entorno en el cual se desarrollará la próxima elección pre

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