Estuvimos aquí

Nana Rademacher

Fragmento

Título

cap1

De regreso en la azotea

Desde hace unos días, mi computadora funciona nuevamente. Le sustituí el chip del disco duro con uno que encontré en un edificio en ruinas, a la vuelta de mi casa.

Luki, Santje y yo ya habíamos ido a ese lugar antes. Ahí descubrimos un viejo radio cuyas baterías aún funcionaban. Pero esta vez fuimos hasta el último piso. Había un cuarto lleno de escombros caídos del techo, con los libreros volcados y un escritorio destrozado; entonces, empujé las piedras hacia un lado y, protegido sólo por una tabla, encontré un board de computadora, bastante viejo, pero en buenas condiciones; parecía como si hubiera estado esperándome. Ya en mi casa lo desmonté, y ahí estaba el chip.

Llevaba una eternidad buscando algo así. ¡Platino solar! Tenía que esperar a que regresara la electricidad para poder cargar mi computadora. La batería todavía está bastante buena. ¡Antes eran enormes!

Entonces subí de inmediato a la azotea para probar si el chip funcionaba y si todavía podía conectarse de alguna manera a la red.

En realidad, es la computadora vieja de mi papá, pero a él ya no le interesa. Cree que está descompuesta. Y sabe que siempre estoy ocupada en algún proyecto, por eso tampoco me pregunta qué hago.

Mi pantalla enrollable ya no tiene la película de recubrimiento y eso no se puede reparar. La computadora es vieja; es una de las que se abren al levantar la tapa, en las que ni siquiera puedes desmontar la pantalla. No se compara con enrollarla fácilmente y guardarla en la bolsa, pero logro esconderla debajo del suéter, sin que nadie la note.

Durante dos años no pude escribir ni conectarme a la red. Se siente casi como volver a casa. No conozco a nadie que siga conectándose. Aunque igual nadie lo admitiría.

En mi casa no lo puedo hacer. Mis padres no pueden enterarse, por ningún motivo, de lo que hago. Se pondrían histéricos porque nos pon-
go en peligro a todos. Y, además, querrían saber qué está pasando en el mundo. Todos quieren más información. Quieren conocer lo que está sucediendo.

Ya no hay red para nuestros smart-eyes y así no sirven para nada. Pero los soldados sí los utilizan, al menos algunos, lo que significa que ellos tienen su propia red.

La red total todavía funciona. No es especialmente estable; pero, sea como sea, sirve. Es casi un poco siniestro. Yo deseaba que así fuera, aunque también pensaba que la policía cibernética simplemente la había desconectado. ¿O será que ellos también la utilizan? No tengo idea. Muchos sitios ya no son accesibles o están bloqueados, y piden que uno se registre, como antes. Pero al menos mi sitio favorito de manga sigue ahí, aunque no tenga nada nuevo. ¡Y mi blog no ha sido clausurado! La policía cibernética tampoco puede controlarlo todo.

Desde el principio escondí el blog en un servidor fuera del país, en un lugar muy remoto. Me pregunto cómo es que allá todavía tienen energía eléctrica. El caso es que todavía tienen. Estoy enlazada a un par de canales en lenguaje ZPL1 y utilizo elite-proxy. Así evito el radar de la policía cibernética. Al menos eso creo. La computadora se pone muy lenta de esta manera, pero puedo escribir (imagínense: ¡escribo en el teclado! La función de dictado no sirve), y tal vez haya alguien en algún lugar que pueda leer lo que escribo. A veces pienso en cómo sería si alguien leyera esto en unos cien años. Espero que esa persona quede feliz y satisfecha, y diga: «Qué gusto me da que los tiempos de oscuridad ya terminaron y que toda la gente es libre y tiene suficiente comida». Pero a lo mejor en cien años ya no vive nadie en este mundo. «Si las cosas siguen como están…», como siempre dice la señora Weber, la vecina del departamento de abajo.

En serio, no le he contado a nadie que reparé la computadora y que otra vez puedo conectarme a la red. Ni siquiera a Luki, mi mejor amiga. Han matado gente por mucho menos, muchísimo menos.

Desde aquí puedo ver Berlín. La ciudad está en silencio y sólo se escuchan algunos disparos. Hasta ayer se oían constantemente. Una semana antes o algo así empezó otra vez todo, como si fuera un volcán bajo presión que, de repente, entra en erupción. Pero nunca cambia nada. Únicamente empeora. Corremos de una esquina a la otra. Saltamos tan rápido como podemos sobre las montañas de escombros. Aunque éste es un tiempo de tranquilidad, hay disparos una y otra vez. Y mi mamá casi se muere de preocupación cada vez que salgo de la casa.

Al menos se ha vuelto más seguro estar en la azotea. Cuando era chica, había drones que volaban cada día sobre las casas y luego había ataques aéreos. Eso ya casi no sucede. ¿Será que se les acabó el combustible? Pero para los jeeps y los tanques sí tienen.

Mi papá nunca sale cuando hay enfrentamientos porque le da mucho miedo.

—No sé si es bueno morder la mano que nos alimenta.

¿Alimenta? Mi mamá está hecha un hueso.

—No necesitamos más muertos.

Si no quiere que muramos, debería mejor luchar, no esperar que no hacer nada cambie algo. Pero tenemos que alegrarnos de que esté con nosotros. Su pierna derecha es ligeramente más corta que su pierna izquierda, y por eso no puede ser un soldado.

En este momento tenemos algo como un gobierno militar, en caso de que alguien se lo pregunte.

Eso quiere decir que los rebeldes viven en los túneles subterráneos del metro y se alimentan de ratas y cochinillas. No me lo puedo ni imaginar. Ratas. Repugnante. Las cochinillas todavía. De todos modos no quisiera ir a verificar si hay alguien allí.

Como siempre al final del verano, hay muy poca agua. Las raciones se reducen cada vez más. Ya casi no sale nada del grifo y cuando sale algo, es un caldo tibio de color café con el que uno no se quiere lavar. Los soldados traen agua en camiones cisterna para que nosotros llenemos nuestros bidones. El transporte está fuertemente vigilado. Por las noches escriben en el cielo con láser la hora y la sección a la que le toca, y naturalmente el punto de suministro. Pero lo hacen en el último momento antes del toque de queda hasta el amanecer, para que nadie se vaya a formar. Mi mamá está demasiado débil para cargar el bidón, así que vamos mi papá y yo en cuanto empieza a clarear.

Cuando estamos afuera, primero miramos hacia arriba, como antes, cuando todavía había drones. Como si en cualquier momento pudieran aparecer. Claro, también para ver si no hay nada escrito con láser en el cielo. Aunque casi siempre suena antes la sirena. Algunas veces no ha sido así, y por poco no nos damos cuenta de que las estaciones de suministro estaban abiertas. Mi papá cree que lo han hecho a propósito. Nos están matando de hambre.

Cuando camina junto a mí, siento que tiene miedo. Miedo por mí. Yo sé que quisiera abrazarme y tenerme cerquita, pero entonces desiste

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