Vida y hechos del famoso caballero Don Catrín de la Fachenda

José Joaquín Fernández de Lizardi

Fragmento

Título

Prólogo
JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI,
EDUCADOR DE LA SOCIEDAD
Y PERIODISTA DE ALGUNAS NOVELAS

José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), representa una figura señera en la historia literaria mexicana. A pesar de las muchas adversidades que padeció en vida y las ríspidas relaciones que sostuvo con la mayoría de los miembros de la Arcadia de México, así como con el poder virreinal, paradójicamente, es él quien ha quedado como miembro distinguido del panteón cultural de los albores del siglo XIX mexicano. No obstante que perteneció al círculo de criollos ilustrados, su situación económica siempre fue precaria; para sobrevivir tuvo que ganarse la vida como amanuense y como periodista, es decir, la escritura fue su medio de subsistencia. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Fernández de Lizardi afirmaba que si el pagar a un médico por una consulta, a un abogado por resolver un caso, o a un cura por sus sermones, se consideraba justo, ¿por qué no pagarle a un escritor por sus textos?

Algo que hoy en día nos parece normal fue una razón para que Fernández de Lizardi escandalizara a los letrados novohispanos, pues estos consideraban la escritura como algo no lucrativo, mientras que para nuestro escritor escribir era una práctica comercial.1 Esto se explica porque la mayoría de sus condiscípulos tenía un empleo estable con el que se ganaban la vida; regularmente se desempeñaban en cargos para el gobierno virreinal, situación que no ocurría con el Pensador Mexicano. En consecuencia, desde el inicio de su carrera, la escritura de folletos, periódicos, novelas, fábulas, poesía, teatro, etcétera —además de expresar sus preocupaciones respecto de la sociedad en todos los ámbitos: políticos, médicos, educativos, sociales e ideológicos—, le sirvió para obtener ingresos económicos y sostener a su familia.

Si bien podríamos afirmar que José Joaquín Fernández de Lizardi practicó un periodismo con características modernas, al escribir ensayos y artículos de opinión, su estilo siempre estuvo ligado a un afán pedagógico, resultado de su formación ilustrada, pues cada línea que firmó estuvo cargada de un fuerte didactismo. El Pensador siempre quiso instruir deleitando, según reza la máxima horaciana. Asimismo, en la formación ilustrada de nuestro escritor advertimos lecturas canónicas de la tradición grecolatina, seguramente adquiridas a su paso por el Colegio de San Ildefonso, que supo salpimentar con humor para incluirlas en sus textos. Como de manera acertada han expresado sus más destacados críticos, Fernández de Lizardi escribía con frecuencia frases en un “latín macarrónico”, es decir, solía citar mal a Ovidio, Marcial, Cicerón o algún otro pensador latino. Incluso, se ha dicho que tenía un manual de “frases célebres” escritas en latín para auxiliarse de ellas cuando la ocasión lo requería.

La formación intelectual de Fernández Lizardi, si bien es semejante a la de sus cofrades, se caracterizó por un tono más irónico y chocarrero; en sus textos no podían faltar chistes que hicieran escarnio del mundo circundante, mezclados con un lenguaje que —a decir de su acérrimo adversario, el poeta Juan María Lacunza— lo acercaba a un Parnaso callejero, pues reproducía “diálogos de banquetas” más que de la tradición erudita y clásica. En efecto, Fernández de Lizardi quería la complicidad de un lector más abierto y de un estrato social más bajo; su propósito primordial era dirigirse a la cocinera, al jicarero de pulquería, al payo, al aguador, etcétera. En ese sentido, bautizó a sus periódicos con títulos llamativos y sugerentes para atraer la atención de todo tipo de lectores y escuchas, y así ampliar el dominio de su recepción sin perder el tono educativo y sobre todo irónico. Además, en sus textos —como ya se ha estudiado con cierta insistencia— empleó un lenguaje lleno de refranes y de humor popular estrechamente ligado a los sectores que no tenían voz en la sociedad decimonónica de los primeros lustros en México. Así, nuestro escritor estableció una alianza con las personas menos favorecidas por la educación. En palabras del propio Fernández de Lizardi, el sentido de su escritura era tener “el gusto de que me entiendan hasta los aguadores, y cuando escribo jamás uso voces exóticas o extrañas, no porque las ignore, sino porque no trato que me admiren cuatro cultos, sino que me entiendan los rudos”.2

En el periodo del que venimos hablando, la figura del escritor como un ser sabio encerrado en su gabinete y concentrado en temas exquisitos que concernían a unos cuantos hombres de letras apenas iba quedando relegada para dar espacio a un nuevo letrado que aprendía a convivir con el ruido de la calle y a expresar la crítica del mundo que lo rodeaba.

PERIODISMO DE FICCIÓN

En la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi, los escritos periodísticos destacan por encima de las novelas. Una referencia obligada en esas páginas es El Pensador Mexicano, periódico inspirado en El Pensador Matritense (1762) de José Clavijo y Fajardo. El periódico de nuestro autor surgió en octubre de 1812 amparado bajo la efímera libertad de imprenta de la que gozó la Nueva España. Desafortunadamente, Fernández de Lizardi, dada su necesidad de expresarse y en apariencia cobijado en dicha libertad, se atrevió a pedir al virrey la revocación del edicto que encarcelaba a los curas que habían participado en la guerra de Independencia. Esta petición, en el ejercicio de su libertad, le valió la cárcel en diciembre de 1812. Al salir, en julio de 1813, continuaría publicando El Pensador Mexicano pero ya consciente de que debía modificar su estilo por un tono más mesurado y precavido. Poco tiempo después, verá la luz su Alacena de frioleras (1814-1816) junto con el suplemento Cajoncitos de la alacena (1815-1816), El conductor eléctrico (1820) y Conversaciones del Payo y el Sacristán (1824). En fin, podríamos hacer una larga lista de periódicos y folletos que salieron de su pluma; ahora, sólo apuntemos que en un periodo de quince años (1812-1827), Fernández de Lizardi promovió diez periódicos de su autoría, mientras que, por ejemplo, en los momentos más álgidos de la guerra de Independencia, llegó a circular un máximo de 40 impresos en todo nuestro territorio.

El Pensador Mexicano escribiría en las páginas de sus folletos y periódicos acerca de los más diversos asuntos como la corrupción de los oficios, la injusticia de las instituciones, el matrimonio por conveniencia, la educación de las mujeres, la ignorancia del pueblo, es decir, los problemas que aquejaban a la sociedad novohispana en un periodo de cambios profundos. Para ello, recurriría a un estilo satírico y moralizador. La observación minuciosa del mundo que le rodeaba no lo conducía a una mera descripción de las noticias corrientes del día a día; por el contrario, su intención era hablar y reflexionar en un sentido amplio de todos los escenarios sociales dond

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