El poder corrompe

Gabriel Zaid

Fragmento

El poder corrompe

Por una ciencia de la mordida

No hay pueblo, como el nuestro, más digno de fundar una dexiología rigurosa (dexis en griego: mordida). Si hay destinos manifiestos, el nuestro incluye esa proeza científica. En México tenemos la materia prima fundamental, que son los hechos investigables; tenemos talento para la práctica; tenemos interés en la teorización, como lo demuestra la abundante dexiología popular. Hay que dar el paso siguiente.

Toda dexiología futura que pueda presentarse como ciencia, deberá superar tres problemas: los paradigmas de la “ciencia normal”, la epojé de la dexis y el problema de cuantificar. Lo que sigue, naturalmente, no son más que apuntes para los prolegómenos de esa ciencia por venir.

El primer paso. Habría que empezar por una sociología del saber de las profesiones, orientada por una cuestión fundamental: ¿Por qué quienes pueden hacer dexiología científica se quedan en la dexiología popular?

Supongamos, para ilustrar esta cuestión, que un historiador declara en un café que el problema de los problemas de México es la corrupción. Nadie se sorprendería. Pero obsérvese bien: ¿No es sorprendente que esta afirmación no conduzca a historiar la corrupción? ¿No sería de esperarse que ocupara un lugar central en los trabajos de investigación? Curiosamente, no se ha escrito, por ejemplo, una historia de las fortunas presidenciales.

Lo mismo sucede con muchas otras profesiones. ¿Dónde está la antropología de la mordida, que estudie tan seriamente esta institución como se ha estudiado el potlatch? ¿Quién ha hecho el psicoanálisis de la vida esquizoide que hay que llevar para enriquecerse en un puesto público predicando lo contrario? ¿Qué marxista ha denunciado la falsa conciencia marxista por la cual se pueden tener becas, viajes y empleos privilegiados, sin dejar de sentirse explotado; y hasta con la necesidad histórica de efectuar discretas “expropiaciones revolucionarias”, para consolidar las posiciones progresistas en la lucha de clases? ¿Qué sociólogo ha investigado cómo funciona el respeto filial de los hijos de un policía de tránsito?

¿Quién hará una teoría del Estado fundada en los intereses de los servidores públicos? ¿Qué legisladores han tomado en serio que no legislan para Utopía sino para un país en el que toda ley y reglamento sirven para extorsionar? ¿Qué licenciados en administración pública se atreverán a decir que las mordidas de tránsito son funcionales? Funcionan, como las multas, para que se respeten los semáforos; y deberían legalizarse, a diferencia de las licencias de automovilista, que sólo sirven para la extorsión y deberían eliminarse. ¿Dónde están los ingenieros de sistemas que analicen cómo la corrupción genera complejidad en los sistemas (para evitar la corrupción) y cómo esta complejidad multiplica las oportunidades de corrupción?

¿Dónde está el análisis económico de la corrupción? No sólo su volumen, crecimiento, elasticidad-ingreso, sino sus costos sociales (distorsión de la información, de las actividades, de las inversiones, de las expectativas) y sus lamentables efectos redistributivos. La microeconomía de la corrupción debería estudiar cómo el distinto valor del tiempo de las personas afecta su comportamiento ante diversos trámites.

Todo lo cual es conocido, popularmente. Analizarlo científicamente y derivar consecuencias técnicas no es superior a la capacidad intelectual de los universitarios mexicanos. ¿Por qué, entonces, queda en dexiología popular? Éste sería el primer problema de una dexiología científica.

Fenomenología de la mordida. También es fundamental ir al fondo del fenómeno. Aquí las dificultades son de otro tipo. Hacer distingos morales tiene mala prensa, y con razón: es la salida cínica o farisea para justificar cualquier cosa. Pero sin distingos no puede haber una moral razonada ni, sobre todo, ciencia.

La mordida es un soborno al encargado de un poder público, para favorecer a quien hace el pago. A diferencia del abuso de información privilegiada, desfalco, estafa, fraude, hurto, malversación, peculado, ratería, sisa o timo, no puede ser una actividad solitaria. Es una complicidad, un co-hecho, una compra-venta de buena voluntad en el ejercicio del poder.

La mordida paradigmática es la de tránsito. Un conductor comete una infracción al reglamento y es detenido por un policía con el cual se pone de acuerdo para evitar la sanción.

El esquema admite variantes:

a) La iniciativa puede ser de la autoridad o del particular.

b) En vez de evitarse una sanción, puede evitarse cualquier otro mal o procurarse un bien.

c) El bien puede consistir en hacer lo debido, pero sin retrasos, ni descuidos, ni malas maneras. O en aprovechar favorablemente el margen discrecional del poder, en lo que no esté reglamentado. O en atropellar el reglamento.

d) Quien paga puede ser una persona física o moral, privada o pública. Quien cobra puede ser una persona aislada o en combinación con otras.

Con estas variantes, hay casos alejados del paradigma: Un jefe de compras de una empresa privada toma la iniciativa de morder al vendedor de una empresa pública. Una dependencia pública da mordidas a los inspectores de otra.

En todas las variantes se mantiene, sin embargo, una invariante: la doble personalidad del encargado del poder. La persona real (que tiene intereses particulares) está investida de una personalidad oficial (que tiene intereses oficiales). La esencia del negocio consiste en aprovechar la investidura oficial para favorecer al que paga el favor.

Esto puede contravenir los intereses oficiales, o no. La diligencia en el cumplimiento favorece los intereses oficiales, aunque sea premiada con una gratificación. La irregularidad está en que otros no reciben el mismo trato diligente y en que el premio lo da un extraño.

Si esta diligencia es correspondida con un simple cumplido o suscitada por un cumplido (o por amistad o parentesco), la reciprocidad no es una mordida. Cuando hay una relación frecuente, tampoco son mordidas las atenciones como enviar saludos por Navidad (o en ciertos aniversarios) y hasta regalos de pequeña cuantía.

Resulta significativo que, cuando el agasajado es el dueño de un negocio, se resista a los agasajos de sus proveedores, ya sea por falta de tiempo (son funcionarios de medio pelo los que quieren recibir invitaciones a lugares caros); o porque reconoce, con realismo, y hasta con descortesía, que en rigor no existen las invitaciones gratis; que el agasajo o los regalos o lo que sea, son a su costa. Pide un descuento en el precio, en vez de agasajos. En su caso, no hay doble personalidad: sus intereses particulares y los de su negocio son los mismos.

La mordida aparece cuando el dueño o la institución le dan poder a otra persona para que actúe en su nombre. Esto desdobla al encargado en dos personas distintas: la oficial y la particular. El representante puede usar su poder para darse importancia, para hacer pesar sus gu

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