Otromundo

Ally Condie
Brendan Reichs

Fragmento

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El suelo se elevó de pronto y golpeó a Nico en toda la cara.

Se quedó sin aire mientras rodaba por una ladera con mucha pendiente. El dron le pasó rozando, y se aproximó a la hierba justo antes de precipitarse por el borde de un acantilado cubierto por unos remolinos de niebla oscura.

«Casi me mata mi propio cuadricóptero. Dios».

Nico oyó unos pasos atronadores. Un Tyler Watson boquiabierto apareció en lo alto de la colina, con las gafas de sol encajadas en su pelo retro estilo casco. Al cabo de un instante, Emma Fairington apareció a su lado con el control remoto en las manos.

—¡Lo siento, lo siento! —Tyler se agarró la cabeza—. ¡Es como si el control estuviera bloqueado!

—No hay nada bloqueado —le espetó Emma—. Has olvidado para qué sirve cada palanca. Hacia abajo es para subir, lumbreras.

—¿A quién se le ocurre hacer unos mandos así? —replicó Tyler.

Al poco, el dron emergió a toda velocidad de la niebla y trazó un arco a gran altura sobre la costa nublada del noroeste del Pacífico. Nico gruñó aliviado, mientras se apartaba el pelo castaño de los ojos.

—Buen vuelo, Emma. Te debo tu helado favorito.

Emma asintió con la cabeza, totalmente de acuerdo.

—El de chocolate con malvaviscos, cuál va a ser.

—¿Lo veis? Todo en orden. —Tyler suspiró y luego alzó un dedo—. Ahora lo importante es que el dron de Nico está a salvo. O sea, que no perdamos el tiempo con elucubraciones sobre quién casi ha matado a quién con qué.

—Entendido.

Nico puso los ojos en blanco.

—De hecho, podría haber sido cualquiera. —Tyler era bajo y flaco, y tenía la piel oscura y una risa contagiosa. Miró detenidamente a Nico, que estaba en el suelo a poco más de metro y medio de una larguísima caída, al filo del mismo acantilado cubierto de niebla. Ahora que sabía que su amigo estaba fuera de peligro, Tyler apenas podía contener la risa—. Oye... ¿estás bien, Nico? Eso ha debido de doler.

Nico se alegraba de estar entero. Le gustaba jugar a cosas divertidas, pero no tenía nada de divertido lanzarse cuesta abajo para esquivar un dron alocado de casi catorce kilos. No mientras su padre estaba río arriba, en una estación de investigación forestal, y su hermano, fuera, en la universidad. A los doce, en la familia Holland se consideraba que eras lo suficientemente mayor para ocuparte de ti mismo, pero no si acababas en el hospital.

—Estoy la mar de bien. —Nico escupió briznas de hierba que tenía entre los dientes—. Pero la próxima vez intentad no matarme con mi invento.

—¿Tu invento? —Tyler soltó un resoplido a la vez que bajaba dando pisotones para echar una mano a Nico—. Nunca habría visto la luz sin nosotros. —Se le escapó la risa, y luego a Nico. Era lo que solía pasar cuando estaban con Tyler.

—Ha sido culpa mía también —admitió Emma mientras los chicos subían la cuesta para unirse a ella—. Le he dado a Ty instrucciones de vuelo. Tratábamos de recrear esa escena de Rogue One en la que los Alas X atacan la playa.

Le brillaron los ojos azules al imitar un bombardeo en picado con ambas manos. Emma siempre hablaba de películas, tanto de sus favoritas de ciencia ficción como de las que pretendía rodar algún día. A Nico en general le parecía divertido, siempre y cuando él no se encontrara en la línea de fuego.

—Ya tenemos las secuencias épicas —dijo Tyler—. ¡Chaval, menudo careto tenías cuando corrías para salvar el pellejo! Ha sido la monda.

—¡Es una pasada! —Emma agitó su móvil—. ¿Quieres ver cómo das tumbos en cámara lenta?

—Paso. —Nico parpadeó para despejar la cabeza—. Ahora mismo veo tres móviles.

A Emma le cambió la cara, pero Nico le dio un toque en el hombro con el suyo para indicarle que era una broma. Ella miró hacia la niebla que había detrás de ellos y se estremeció.

—Vamos a echar un vistazo al dron. Tal vez deberíamos hacerlo volar en otro lugar.

Tyler asintió con la cabeza rápidamente.

—A mí me vale cualquier sitio que no sea esta fábrica espeluznante.

Nico lo captó. A nadie le gustaba estar tan cerca de Still Cove. Dieron media vuelta y se apresuraron a inspeccionar el cuadricóptero, que estaba tendido en la hierba.

Habían ido en bicicleta hasta este campo remoto, ocho kilómetros al noreste de Timbers, más allá incluso del antiguo fortín de Razor Point, porque era la franja más estrecha en esta zona costera de Washington, y los vientos eran más moderados que en cualquier otro lugar. Además, limitaba con tierra de nadie, lo que significaba que estarían solos.

Nico se volvió hacia atrás para observar la niebla. Todos los niños de Timbers habían crecido escuchando historias de terror sobre Still Cove, un recodo de aguas estancadas rodeado de acantilados y cubierto por una bruma perpetua. Con unas paredes abruptas, unas rocas irregulares y unas corrientes extrañas, la ensenada era considerada demasiado peligrosa para las embarcaciones. Y también estaban los rumores sobre la Bestia.

Por eso la gente no se acercaba. Puede que los turistas se burlaran del legendario monstruo marino de Skagit Sound, pero la gente de la zona no lo hacía. Eran muchas las embarcaciones que habían desaparecido sin dejar rastro.

Sin embargo, Nico había querido probar su cuadricóptero en un cielo sereno. Había invertido cuatro semanas y seiscientos pavos en su construcción. Era toda su fortuna. Se sobresaltó cuando Emma le puso la mano en el hombro. Ella no se dio cuenta; miraba la bruma con una expresión seria.

—Nunca me acostumbraré a este lugar —afirmó en voz baja.

A mano derecha, unas nubes se cernían sobre Skagit Sound, pero no había nada que temer. Un suave oleaje bañaba la playa al pie de los acantilados. Pero justo delante, Still Cove hacía honor a su nombre: enclavado entre los acantilados, estaba cubierto por un grueso manto de niebla, como si formara un ecosistema aparte.

Emma se estremeció.

—¿De verdad creéis que la Bestia vive ahí abajo?

—Ni la nombres —graznó Tyler, y su buen humor se esfumó—. Trato de no pensar en lo estúpidos que somos por habernos acercado tanto. Es como si hubiéramos tocado la campanilla de la cena.

Nico resopló.

—Anda, chaval. Aquí no hay ningún monstruo marino.

—Eso es lo que dice la gente que es devorada por los monstruos marinos. —Tyler se bajó las gafas de sol—. Ya sabéis lo que le ocurrió al Merry Trawler, ¿no? Mi hermana dijo que el pesquero, que iba a la deriva, llegó al puerto con unas marcas de mordeduras de casi un metro de ancho.

El padre de Tyler era el capitán del puerto de la localidad. Su madre dirigía la Sociedad para la Conservación del Faro, y Gabrielle, su hermana, que era mayor que él, trabajaba en las excursiones guiadas de pesca durante el verano. En total, los Watson sabían más del Sound que cualquier otra familia de Timbers, pero Tyler detestaba el océano.

—Tu hermana sabe que te vas a creer todo lo que ella diga —le espetó Nico, aunque no pudo evitar echar una mirada furtiva a la bruma. «La verdad es que no se ve nada»—. Volvamos al tema del cuadricóptero —dijo, reprimiendo un escalofr

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