Índice
Portadilla
1. La Corea fetén
2. El curro
3. Padre
4. El funeral de padre
5. La democracia
6. Mi primer amor
7. Juguetes nucleares
8. Filosofía juche
9. La Corea mala
10. Gastronomía juche
11. Capitalismo, comunismo y sexycracia
12. Ecorea
13. El CNI
14. Cuba
15. Intranet
16. La amistad
17. Diplomacia internacional
18. El culto
19. El tío Jang
20. Una guerra al año no hace daño
21. No hay dos sin tres
22. Conversiones
23. Deporte y salud
24. Nuestro folclore
25. La gota
26. El Tercer Mundo
27. Pros y contras de destruir el mundo
28. Elecciones
29. Nuevos aliados
30. Rodman
31. Lo que viene
32. Receta del uranio enriquecido (para destruir cuatro países)
Constitución de Corea del Norte
Diccionario juche
Agradecimientos
Créditos
Corea del Norte es un país de trabajadores, todos los norcoreanos son trabajadores menos yo, que casualmente soy el presidente del Partido de los Trabajadores. Me llamo Jong-un y soy el único ciudadano de mi país con ese nombre desde que hace unos años les pedí que se cambiasen «voluntariamente» el nombre a quienes se llamasen como yo. Cuando mandamos una circular, siempre ponemos «voluntariamente» entre comillas. Es una vieja tradición nuestra. Mucha gente en Occidente cree que me llamo Kim porque en Corea del Norte el apellido va delante del nombre.
Hacer lo contrario que la decadente civilización americana es parte de nuestra filosofía de vida: si los americanos ponen el apellido detrás, nosotros lo ponemos delante; si los americanos comen, nosotros no. Somos su némesis, somos ese amigo de Facebook que no para de invitarte a Farmville. Ese es uno de los pilares de nuestra filosofía, que denominamos «juche». Juche es la adaptación de la revolución socialista a la idiosincrasia norcoreana. Es la ideología que inició mi abuelo, que también era dictador, como mi padre y como yo. Mi abuelo fue un hombre valiente que inició una revolución socialista y se enfrentó al statu quo, a los valores dominantes de su época y a su propio padre.
–Tu padre campesino, tu abuelo campesino, tu bisabuelo campesino... ¿y tú quieres ser dictador?
–Padre, peor hubiera sido DJ.
–No te doy una hostia porque estamos en guerra.
Así era, la península de Corea estaba inmersa en una guerra entre el norte, liderado por mi abuelo y apoyado por los soviéticos, y el sur, que contaba con el apoyo de Estados Unidos. Una guerra enmarcada en la Guerra Fría, de la cual aún no se ha firmado la paz. Yo he vivido toda mi vida en estado de guerra y os digo una cosa: tampoco se está tan mal. Tienes que gastar más dinero en el ejército, pero lo paga el pueblo «voluntariamente». Hoy en día, el 20% de los varones entre 17 y 54 años son militares, encontrarse a un militar por la calle en Pyongyang es como encontrar a un cura en el Vaticano.
En Occidente tenemos fama de que no nos gusta firmar porque aún no hemos firmado ese tratado de paz y también porque nos hemos negado en bastantes ocasiones a firmar La Declaración Universal de Derechos Humanos, pero nada más lejos de la realidad. Yo personalmente firmo cientos de actas de ejecución a diario, para que os hagáis una idea del nivel de manipulación de la prensa occidental. Hay días que me cargo a tanta gente que parezco el guionista de Juego de tronos.
Para entender por qué estábamos en guerra por esa época hay que remontarse cien años atrás. El mundo había probado los placeres de una guerra mundial y, como la primera había sido un éxito (hoy en día siguen sacando libros y películas sobre ella), decidieron hacer una segunda parte. Los japoneses perdieron la guerra y una de las consecuencias fue el fin de la ocupación de nuestra península (donde habían estado dando por saco 35 años) y su división en dos partes: Corea del Norte (la buena) y Corea del Sur (la de marca blanca, de peor calidad). Hasta ese momento todos los coreanos habían convivido juntos, aunque todavía no entiendo cómo se aguantaban. Por esa época el comunismo era hipster y solo los norteños supimos darnos cuenta, porque los sureños no tenían frontera con China y no estaban tan a la moda como nosotros, eran los pueblerinos del país.
Nuestra división fue fruto del gran derbi del siglo XX: capitalismo contra socialismo. Ese enfrentamiento ideológico existió hasta que en los noventa un pensador imperialista americano llamado Francis Fukuyama dijo, después de la caída de la URSS, que el enfrentamiento había acabado y que había ganado el capitalismo liberal. Hoy en día, con la crisis que tenéis en Occidente, hasta un occidental sabe que el capitalismo ha fracasado. Eso te pasa por listo, Francis.
El caso es que, como he dicho antes, las guerras estaban de moda en el siglo XX y a nosotros nos gustaba estar siempre a la última. Así que nos metimos en una guerra de tres años con nuestros vecinos del sur, que terminó en empate (se ve que por esa época aún no se habían inventado la prórroga ni los penaltis). Se consolidó la separación de Corea en dos países distintos y trazamos con tiza una raya que las separaba en el paralelo 38. Desde hace sesenta años tenemos centinelas en el paralelo mirando de frente a los surcoreanos con aspecto de «un día de estos te voy a partir la cara», pero todavía no han llegado a las manos.
A día de hoy tenemos tres grandes enemigos: los japoneses por okupas, los surcoreanos por traidores y los americanos por meter cizaña y desmadrar a los surcoreanos. Los únicos amigos que nos quedaban por nuestro barrio eran los chinos, que aunque van de comunistas beben gin-tonics con enebro.
En ese contexto nací yo en 1983, en un país socialista que se llevaba mal con todos sus vecinos. Mi padre no estaba en el parto, pero mi madre dice que cuando nací dos destellos divinos inundaron el cielo anunciando el advenimiento del futuro líder de la patria norcoreana. Más tarde supimos que los destellos no eran divinos, sino que mi padre estaba pro