Surnormal profundo

Manu Sánchez

Fragmento

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A mis abuelas y abuelos, mentes brillantes y luchadoras, obligados a aprender solos a leer y escribir, y a los que hoy les debo cada palabra de este libro.

A mis padres, porque sin su estrecha colaboración yo nunca hubiera sido posible.

A «minmanos» Jesulito y Pablo, a mi Familia y amigos, que con planes perfectos han intentado boicotear, y lo han conseguido durante bastante tiempo, la realización de este documento; sin ellos esto llevaría ya años en la calle.

A mis Benditos Patrones... de vida, los Sabios levantadores de Cátedra: San José María Pérez Orozco y San Juan Luis de Tarifa, que no necesitan templo habiendo buenas tabernas, ni huecos en los altares habiendo sitio en la barra.

A Ustedes, que es mucho más que vosotros, y cuenta con vosotras.

A mi imprescindible ángel de la guardia Rafalito C. «el Ratón».

A Don Monguió y su salud coronaria, a ti Maritere.

A 16escalones.

A Juanito, Irene, Julia, Lucía, Abril... y Lupita.

A todos y todas las surnormales que han sido, son y serán.

«¡¡A lo que “haiga!!”».

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Prólogo

Me la pela es la pela

Confesión. La mayoría de las cosas sobre las que escribe Manu me la pelan. Y no porque no me sienta comprometido con lo que ocurre con mi generación o con mi país, cualesquiera que sean ambas. No. Me la pelan porque los medios han conseguido que me la pelen. Los medios y sus cansinos protagonistas tele-diarios.

Paréntesis. Soy de los que leen un par de periódicos al día siempre que puede. Sin embargo, tengo que admitir que cada vez me siento más atraído por los contenidos del final y menos por los del principio. Total, que acabo leyendo cada diario de atrás hacia delante. Lo primero, cultura, deportes y espectáculos. Lo último, la política. Con suerte. Si hay tiempo. O no.

Explicación. Digo esto porque Manu ha conseguido algo insólito en mí. Todo empieza siempre con un titular que más que un titular es un envite. Tú te crees que irá de una cosa, y como no sigas leyendo, ya te la habrá colado. Parece una columna de opinión más, pero solo lo parece. Por eso, en el caso de Manu, hay que seguir leyendo, siempre hay que seguir leyendo y, si puede ser, con una ceja arriba toelrrato. Porque es ahí cuando se produce —iba a decir hechizo, pero prefiero llamarlo embrujo por aquello del duende, que es más «surnormal»—. De pronto, sin darte cuenta te encuentras enzarzado en sus metáforas, en sus aforismos, en sus hipérboles y en sus ajolás. Y así, como quien no quiere la cosa, cualquier tema que en un principio no te interesaba demasiado, ha logrado atraparte y entretenerte hasta el final, cuando firma sus sentencias moralizantes dejando las de Esopo y La Fontaine a la altura de consejillos de galleta de la suerte pero siempre con la elegancia de un señorazo andaluz.

Pregunta retórica. Que ¿cómo lo hace? Pues mira, ni idea. Supongo que eso sería como desvelarnos el truco del prestidigitador: injusto incluso para aquel que lo presencia por primera vez. Yo solo puedo garantizarte que por el camino te reirás como no esperabas, volverás a leer alguna palabra para asegurarte que quiere decir lo que no ha dicho y encima, por el mismo precio, aprenderás algo de historia, geografía, política y hasta economía.

Premonición. Lo que sí sé es que cuando acabes de leer cada texto, te invadirá una doble sensación. Por un lado, cómo puede ser que este hombre tenga la edad de la que presume. Sí, por deferencia a los «edadistas» dejaré que ese dato lo desvele él. Y la segunda, cómo se puede tener tanta mala leche tan bien embotellada. Porque si hay algo que envidio profundamente del autor del libro que tienes en tus manos, es su capacidad para protestar sin ser un protestón. Cada texto no se puede decir que sea canción protesta, pero sí comedia protesta. Una demostración de cómo ser incisivo, sarcástico e incluso cáustico, utilizando siempre la misma arma blanca propiciatoria: el humor y su principal efecto secundario, la sonrisa. Siempre contra algún enemigo, un prejuicio, una injusticia, o una tontá, pero siempre tan lista para consumir. Ajolá todas las indignaciones estuvieran tan bien empaquetadas, publicitadas y «marketeadas». Ajolá.

Disclaimer. No puedo estar más en desacuerdo con muchas de sus opiniones —especialmente cuando habla de Catalunya—, pero como las plasma siempre con tanta gracia el jodío, acabo siempre agradeciéndole que las haya escrito. Y ahí es donde radica la principal diferencia entre él y el resto de tocapelotas profesionales entre los que me incluyo: él podrá cagarse y cargarse lo que sea y de la forma que sea, pero lo hará siempre de un modo que aun así, después de todo y al fin y al cabo, te caerá bien. Supongo que ese es su mejor talento. Caerte bien aunque decida enviarte todos y cada uno de sus artículos por wasap para que le escribas el prólogo. Que sí, que gracias, Manu. Que mi álbum de fotos queda de lujo desde que se me guardaron todos tus artículos y me aparecen aleatoriamente cada vez que salta el salvapantallas, ahí, tan blanquitos, tan garabateados, tan ellos, tan tú. Hablando de mala leche.

Conclusión. Y a lo que iba. Que me acabo de dar cuenta de que llevo decenas de líneas tratando de describir a Manu, cuando lo mejor que se puede hacer para conocerlo es tener el privilegio de contarse entre sus amigos, y lo mejor para descubrir su amuebladísima cabeza es tener la suerte de poderlo leer. Así que, estimado lector, mejor lo dejo aquí y paro ya de estorbar. Solo desearte una cosa. Ajolá que todos los finales en tu vida signifiquen lo mismo que el final de este texto introductorio: el principio de algo muchísimo mejor.

RISTO MEJIDE

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Como yo te hablo

—¡¡Corten!! —sonó seco y al sitio, como suena un buen hachazo, y sin vérmelo venir, me noté el hacha en la espalda en cuanto cometí el atrevimiento de ir a hablar ante la cámara para hacer mi trabajo.

—¡Te recuerdo, Manu, que estás en Madrid!

A lo que yo, entre descolocado y perplejo, improvisé respuesta soltándole otra obviedad obviamente demostrable:

—Y yo te recuerdo a ti, querida directora, que por más que te moleste, un ruso en Madrid sigue siendo un ruso.

Y es que te juro que en aquel momento no sabía dónde meterme, pero, acostumbrado a vivir en la jungla de los bolos, de tarima y carretera, saliendo vivo de duelos con espontáneos locales dispuestos a reventarte tu gira de pubs y bares, a estas frescas responde sin consultarme mi cerebro, que ejerce la supervivencia mediante acto reflejo. Yo tenía veinte años, era la primera vez que presentaba un programa a nivel nacional e, ingenuo de mí, esperaba no encontrarme esta vez las mismas pamplinas en forma de prejuicios

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