Los huevos fritos de Iker

Joaquín Maroto
Javier G. Matallanas
Javier G. Matallanas

Fragmento

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PRÓLOGO

Maroto y Matallanas, carne de La Roja

Conocí a Joaquín Maroto en México, en tiempo tan remoto como 1986. Remoto según cómo se mire. Remoto para mí, claro, dado cuántos mundiales había vivido, desde la tele (o la radio, el primero de todos, el de 1962) o el campo. Joaquín Maroto era entonces un chaval arrebatado por su ansia de conocimiento y por su deseo de aprovechar la oportunidad. Hasta donde yo recuerdo, alguno que estaba destinado a ocupar la posición teórica de «machaca» de Belarmo se rompió un brazo. Por eso fue Maroto. Belarmo era un gran veterano de Marca, legendario periodista, que para entonces ya estaba en esa posición, bien ganada por los años, de «a mí me la echas al pie, y tú corres». Maroto se la echaba al pie, claro, y luego corría. Yo le conocí entonces, cuando corría y corría. Detrás de una noticia que el nunca bien ponderado Belarmo administraba. Por ese tiempo yo estaba en El País y admiré los afanes de Joaquín Maroto, que renunciaba al lucimiento personal y atacaba el problema desde todos los ángulos imaginables.

Años después, cuando empezó Canal+, fue uno de los primeros a los que llamé para que se apuntara.Y no tuvo dudas.

Como a Joaquín, conocí a Matallanas con la Selección. Fue muchos años más tarde, en la Eurocopa de Austria-Suiza. Yo sabía de él, pero nunca nos habíamos encontrado. Camino de aquel acontecimiento nos unió uno de esos ratos de aburrimiento que propician los aeropuertos. Nos presentó Juan Carlos Rivero, amigo común. Me gustó el desenfado burlón de Matallanas:

—Raúl tiene esa cara tan triste porque es del Atleti. Raúl siempre quiso jugar en el Atleti, si es tan agrio es porque la vida le llevó a la orilla opuesta. Es infeliz. Y se le nota.

Nos pareció, a Rivero y a mí, una superchería. Aún bromeamos sobre ello. Pero ha pasado el tiempo y cada vez bromeamos menos. Raúl no se fue del Madrid como carne y sangre de la casa, sino que escapó casi subrepticiamente para repostar motores en el Schalke 04 (ahí sí que le han querido, por lo que veo) y luego desembarcar en Qatar.

Uno y otro, me parecieron hinchas de La Roja. Lo de Maroto fue en aquel campeonato de 1986, el de la Quinta del Buitre, del que nos apeó un penalti, dichoso penalti, lanzado por Eloy y atrapado por Pfaff. A Matallanas le conocí en circunstancias más afortunadas. En aquella Eurocopa Casillas le paró dos penaltis a Italia y Cesc marcó el decisivo. La suerte había dado la vuelta, premio quizás a una nueva forma de hacer las cosas. Yo lo pensaba antes de la serie de penaltis, que me pilló en el pupitre de comentaristas de Cuatro. Pensé en las viejas ideas que uno traía sobre la suerte. Recordé una frase de Napoleón: «Yo quiero generales con suerte, porque la suerte es la previsión de todos los factores.»

Y recordé otra que le había escuchado a Luis Aragonés, tiempo atrás: «La suerte existe, pero hay que salir a buscarla con una azada cada mañana, antes de que amanezca, para llegar antes que el vecino.»

Maroto y Matallanas son dos tipos con suerte. Están hoy muy cerca de La Roja, junto a Juanjo Vispe, ese genio de AsTv que ellos mismos han hecho emerger, y junto a Juan Flor haciendo retratos. Nadie les dio lo que tienen, lo consiguieron ellos.

Y lo que consiguieron fue el privilegio de vivir cerca de La Roja, uno de los pocos de verdad grandes equipos de la historia. Lo han conseguido. Porque han sabido y porque han podido.

Enhorabuena a los dos.

ALFREDO RELAÑO

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