Olímpicos

Ramón Márquez C.

Fragmento

Prólogo

Cuando fui elegido Presidente del Comité Olímpico Mexicano en el año 2000, entre mis prioridades me propuse promover el Movimiento Olímpico en México, tarea que ocupa gran parte de mis actividades.

Generalmente son las instituciones las que se encargan de promover el deporte, porque es una de sus funciones principales; sin embargo, son muchas las personas que a iniciativa propia lo hacen de una u otra forma. Uno de ellos es sin duda mi amigo Ramón Márquez.

Cuando me contó su idea de publicar lecturas selectas sobre historias reales de grandes personajes del mundo deportivo olímpico, me entusiasmó su proyecto ya que promueve claramente el Movimiento Olímpico.

El mundo recuerda a los campeones o medallistas olímpicos por sus hazañas deportivas, pero muchas veces desconoce la parte humana del personaje y todo lo que tuvo que padecer para llegar a su objetivo, y eso es precisamente lo que se cuenta en este libro, en el que constatamos que, aunque conocemos sus actuaciones deportivas y las calificamos como extraordinarias, son al fin y al cabo personas corrientes, que vivieron situaciones especiales.

Las historias bien escritas de forma sencilla y amena nos llevan a conocer al deportista y a entender mejor la época en que vivieron, situaciones divertidas en varios casos, así como verdaderos dramas en otros.

A través de esta magnífica recopilación de historias podremos valorar aún más el esfuerzo que hace un atleta por llegar a la gloria olímpica e incluso conocer más allá, ver todo el esfuerzo que hizo para lograrlo. Al darnos cuenta de todo lo que se debe sacrificar como atleta y todo el apoyo que requiere, seguramente muchos de nosotros veremos que es necesario brindar más ayuda, sobre todo cuando el atleta está en sus inicios, cuando nadie lo conoce y cuando requiere todo tipo de apoyos.

Ser atleta es convertirse en héroe, gloria olímpica, pero ser un atleta sin perder ese lado humano, sin perder de vista la realidad y sin dejarse llevar por todas las frivolidades que a veces lo rodean cuando está en la cima de la popularidad, lo convierte en un ejemplo que seguir y no sólo por ser deportista, sino por su gran calidad humana, como podremos apreciar en estas páginas.

Estoy seguro de que disfrutarán con esta lectura como yo lo hice. Felicito a Ramón por su excelente trabajo al sintetizar tanta información de grandes personajes deportivos, sensibilizando a todos aquellos que tenemos en común el gusto y el amor al deporte.

FELIPE MUÑOZ KAPAMAS

1

Los primeros

JAMES CONNOLLY. ATENAS, 1896

...Y TRANSCURRIERON MÁS DE 1503 AÑOS

Es una historia en cuatro tiempos.

I

En los muelles de Nueva York, James Connolly se disgusta al ver que la nave alemana Barbarrosa es un buque de carga. Esperaba que fuese un transatlántico.

Poco después, fogonazos de rabia le golpean la cabeza: charla con los otros nueve atletas estadounidenses que competirán en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, y le irrita saber que la Universidad de Princeton sí otorgó permiso y costeó los gastos de viaje a Herb Jamieson, Frank Lane, Al Tyler y Bob Garrett. Él tuvo que renunciar a Harvard, que le negó la autorización. Se conforta al ver que Ellery Clark, con quien estudiaba en Harvard, vestirá el uniforme del Boston Athletic.

Así que también a él le negaron el permiso. No, le dice Clark. Harvard le autorizó la ausencia por sus excelentes calificaciones. La discriminación fue disfrazada con el atavío del Boston Athletic.

Inicia, así, el 8 de marzo de 1896, el que será un azaroso viaje. Los jefes de la delegación calculan que la travesía culminará en Atenas a doce días de la inauguración de los juegos.

El Barbarrosa ancla en Gibraltar y los atletas viajan por ferrocarril hacia Brindisi. En Nápoles se produce una escala de dos horas para cambiar de tren. De repente y mientras los atletas charlan en la estación, un ladrón roba la maleta de Connolly y huye velozmente. Connolly le da alcance en una callecita cercana, pero el atracador ha escondido la maleta y se resiste a revelar dónde está. Connolly lo lleva a una comisaría. Ahí lo obligarán a decir dónde tiene oculto el equipaje. Pero urge: en una hora partirá su tren hacia Brindisi. Pero los policías no tienen prisa; realizarán una «exhaustiva investigación» y Connolly deberá permanecer en la ciudad mientras todo se aclara.

No. Imposible. Por fin Connolly ve su reloj de pulsera y corre hacia la estación. Cuando llega, ya la inmensa oruga de acero se desliza lentamente sobre las vías. Connolly acelera. En la plataforma del furgón de cola sus compañeros gritan al verlo. Se va, se va el tren. En el último momento, las manos de Arthur Blake y Tom Burke aprisionan las de Connolly y lo suben al ferrocarril.

Nunca corrí más rápido. Ni siquiera con zapatillas para correr. Cuando subí al tren estaba aliviado... Y sin equipaje.

JAMES CONNOLLY

La nave que partió de Brindisi ancla en Atenas a las once de la noche del 25 de marzo. O al menos así lo supone la delegación estadounidense cuando se registra en el hotel, mientras una multitud desfila por las calles al compás de una estruendosa banda musical.

—¿Siempre son así las noches aquí? —preguntan los estadounidenses al recepcionista.

—No. Sólo en la noche previa a la inauguración de los juegos —responde sarcástico.

—Pero hoy es 25 de marzo.

—No. Es 5 de abril.

Los griegos se rigen por el calendario ortodoxo; el resto de las naciones por el romano, con el que existe una diferencia de doce días. El resto de las naciones —con una obvia excepción— lo investigó a tiempo y sus atletas están en Atenas desde hace dos semanas. La prueba de triple salto —en tres pruebas se inscribió Connolly— será la primera de los juegos. James tendrá doce horas y doce días para prepararse.

II

Hace apenas unos meses que James Connolly cumplió veintisiete años —nació el 28 de octubre de 1868 en South Boston—. El balance de su vida le causa una profunda insatisfacción. ¿Qué ha hecho sino vagar? Fue el verbo predilecto de los diez hermanos Connolly, hijos de John Connolly y Mary O’Donnell, ambos irlandeses, e hijos también de la pobreza. John se dedica a la pesca y sus ingresos apenas cubren las necesidades más básicas.

Los Connolly se juntan con otros chiquillos en las calles y en descampad

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