El amor de mi vida

Rosa Montero

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Unas palabras previas
El siglo de la aniquilación
Si un día tu hija se vuelve loca
Literatura borracha
Entre los terrores y las maravillas
Este cuerpo nuestro que nos mata
La espía septuagenaria
La rara memoria periférica de Stanisław Lem
El universo en un grano de arena
La belleza del monstruo
De chinos, chilenos y marcianos
Atracciones perversas
El padre y el dolor
La locura del mundo
Con la piel encendida
Con falditas y a lo loco
El rey Arturo y la fragilidad de los escritores
Nuevas y buenísimas
Chetenché Glubglubb Chetyeketyovovó
La extraña pareja
Antropología alienígena
Raros viajes al cuerpo
El jardín al que nunca volveremos
Theroux y otros buitres
Polvo y cenizas
Los buenos escritores pueden ser miserables
Así suena Thomas Mann
Indigna
Muertos y requetemuertos
La agitada vida de los paramecios
La magia de las miniaturas
La verdad del impostor
La dama de las nieves y otros tipos insólitos
El placer de aprender
El fragor de los imperios al derrumbarse
Pequeños libros gordos
Las salpicaduras de la sangre
Las páginas tediosas de ‘La montaña mágica’
El gran animal que acecha en la selva
Familia sólo hay una (afortunadamente)
Una declaración de amor sobre el abismo
Un trozo de cielo muy pequeño
Cuánto anhelo de gloria y cuánto miedo
Cuando la vida hace daño
Escribir es resistir
Contra la muerte
Sobre la autora
Créditos
02_Dedicatoria

Para la gran hermandad mundial

de amantes de los libros

03_Introduccion

Unas palabras previas

En una de las muchas entrevistas que le hicieron tras ganar el Nobel, el gran Vargas Llosa dijo: «Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer». Exacto, qué bien dicho. Es una de esas frases sencillas y certeras que iluminan el mundo y te permiten entender mejor tu propia vida. ¿Qué hubiera sido de mí sin la lectura? No puedo concebirlo: incluso dudo de que siguiera siendo humana. Sin libros, tal vez hubiera sido un marsupial o un paquidermo, pongo por caso. Quiero decir que me es tan difícil imaginarme sin leer como imaginarme transmutada en hipopótama.

En su precioso libro Letraheridos, la escritora Nuria Amat propone un juego para literatos: si, por un maldito capricho del destino, tuvieras que elegir entre no volver a escribir o no volver a leer nunca más, ¿qué escogerías? Sin duda se trata de una disyuntiva muy cruel; la mayoría de los novelistas hemos empezado a escribir de niños y la escritura forma parte de la estructura básica de nuestra personalidad. Es una especie de esqueleto exógeno que nos permite mantenernos de pie; de hecho, creo que muchos sentimos que, de no escribir, nos volveríamos locos, nos haríamos pedazos, nos descoseríamos en informes fragmentos. Teniendo en cuenta todo esto, parecería que la respuesta es fácil de deducir, ¿no es así? Pues se equivocan. He planteado esta interesante cuestión a más de un centenar de autores de diversos países, y sólo he encontrado a dos que hayan escogido seguir escribiendo. Los demás, yo incluida, hemos elegido sin ninguna duda poder seguir leyendo. Porque la mudez puede acarrear la indecible soledad y el agudo sufrimiento de la locura, pero dejar de leer es la muerte instantánea. Sería como vivir en un mundo sin oxígeno.

Siempre me ha dado pena la gente que no lee, y no ya porque sean más incultos, que sin duda lo son; o porque estén más indefensos y sean menos libres, que también, sino, sobre todo, porque viven muchísimo menos. La gran tragedia de los seres humanos es haber venido al mundo llenos de ansias de vivir y estar condenados a una existencia efímera. Las vidas son siempre mucho más pequeñas que nuestros sueños; incluso la vida del hombre o la mujer más grandes es infinitamente más estrecha que sus deseos. La vida nos aprieta en las axilas, como un traje mal hecho. Por eso necesitamos leer, e ir al teatro o al cine. Necesitamos vivirnos a lo ancho en otras existencias, para compensar la finitud. Y no hay vida virtual más poderosa ni más hipnotizante que la que nos ofrece la literatura. Estoy convencida de que a todos los humanos nos aguarda en algún rincón del mundo el libro que sería perfecto para nosotros, la lectura que nos abriría las puertas de ese mundo maravilloso que es la literatura. De modo que aquellos a quienes no les gusta la lectura sólo serían individuos que aún no han tenido la suerte de encontrar su precioso libro-llave personal. Verán, yo creo mucho más en esta predestinación que en la amorosa. En realidad me es bastante difícil confiar en la existencia de una media naranja sentimental, de un alma gemela que ande pululando por ahí a la espera de que un día nos tropecemos. Pero en los libros, ah, eso sí: en los libros sí creo. En el susurro embriagador de las buenas novelas. En las historias que parecen estar escritas sólo para mí.

Porque, cuando nos gusta un libro, siempre nos parece que sus páginas nos hablan directamente al corazón, que sus palabras son nuestras y sólo nuestras. Y en alguna medida es cie

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