Conócete, acéptate, quiérete

Ana Mas Villaseñor

Fragmento

cap-1

1

Somos la herramienta con la que nos enfrentamos al mundo

Siempre me ha sorprendido la relación que existe entre nuestra forma de ser y la manera en la que interpretamos lo que ocurre a nuestro alrededor. Resulta curioso comprobar cómo esta manera de entender el mundo nos lleva a actuar de un modo u otro. Es decir, lo que somos guía nuestra relación con el entorno y con las personas que nos rodean. Lo que somos configura nuestros gustos y se pone de manifiesto en nuestras preferencias. Lo que somos nos ofrece, en cierta medida, la clave de lo que necesitamos; en otras palabras, nos indica de forma sutil el camino que debemos ir tomando en cada momento.

El problema que encontramos hoy en día a la hora de contactar con quienes somos es el ruido: el ruido de la información, el ruido de las series, el ruido de la moda, el ruido de los cientos de cosas que acumulamos, el ruido de nuestras emociones y el de las de los demás, el ruido de las aspiraciones —a veces no sabemos si son las nuestras o si son las que nuestros padres, pareja o allegados vuelcan sobre nosotros— y, cómo no, el ruido de nuestros propios complejos e inseguridades desatendidos. En definitiva, muchísimo ruido ensordecedor que se va acumulando en nuestro interior y que termina por hacernos sentir confusos, desprotegidos, SIN RUMBO.

Todas estas demandas internas y externas, toda esta información y ambición desmedida, van sepultando nuestro interior poco a poco, año tras año. De esta manera, alcanzamos la vida adulta sin saber diferenciar qué es lo que queremos por capricho o qué es lo que queremos por necesidad. Muchas veces, incluso, ya ni sabemos si queremos o no lo que tenemos. Confundimos el cansancio con el aburrimiento, con la pena o con la frustración. Es como si hubiéramos perdido la capacidad de identificar qué es lo que precisamos para estar tranquilos y a gusto en nuestro día a día. Debido a esta confusión, a esta dificultad para comprendernos a nosotros mismos, terminamos marcando nuestros objetivos tomando como referencia la vida de los demás, con la esperanza de conseguir esa felicidad y esa paz que aparentemente los otros sí tienen. Por todo ello, cuando finalmente alcanzamos nuestras metas, nos sentimos todavía más confusos, ya que no nos aportan esa sensación de satisfacción y plenitud que esperábamos alcanzar.

Sorprendentemente, a pesar de que nos sentimos confusos y perdidos, en lugar de intentar averiguar qué es lo que nos está ocurriendo, tratamos de tapar este desasosiego con más y más cosas: más viajes, más compras, otro máster, otro cambio de pareja, otro bebé… pensamos que la solución para terminar con esta sensación de vacío consiste en atiborrar nuestro ser de cosas sin ton ni son. Parece que no nos damos cuenta de que, con todas estas cosas, cada vez estamos más lejos de nosotros mismos. En realidad, la acumulación de información y actividad desmedida es precisamente la causa de nuestra sensación de vacío, ya que nos dificulta llegar a lo más profundo de nuestro ser y conocernos desde dentro.

imagen

Cuando no nos conocemos de forma profunda y real, vivimos como envueltos en una especie de neblina en la que nuestras propias emociones y pensamientos nos descolocan frecuentemente. A veces, incluso, tenemos la sensación de que nuestro cerebro va por libre; es decir, de que hace cosas que nosotros no queremos que haga o que ni siquiera comprendemos JUSTO en el momento menos oportuno. A esta percepción que tenemos de nuestro cerebro como imprevisible o poco fiable se suma que, al mirar a nuestro alrededor, nos da la sensación de que los demás tienen una apariencia más sosegada y pacífica. Es como si todos dominasen la situación mejor que nosotros, mientras que nuestro cerebro, ese desconocido que vive en nuestro interior, se afana por hacernos sentir inseguros, insatisfechos, enfadados o tristes sin razón aparente.

En realidad, aunque a veces no entendamos cómo funciona el cerebro, sus pensamientos, emociones y manifestaciones físicas tienen mucho sentido: en el terreno de la mente las cosas no suceden porque sí. El problema es que hoy en día no dedicamos suficiente tiempo a comprender qué es lo que acontece en nuestro interior y, por ese motivo, no sabemos bien cómo funcionan nuestras herramientas ni nuestras alarmas internas.

El hecho de no comprendernos, de no conocer nuestros gustos, preferencias y necesidades, nos lleva a tomar decisiones en base a lo que otros hacen u opinan. Pero, finalmente, cuando descubrimos que ese camino no nos ha funcionado, nos sentimos tan perdidos que no sabemos qué nuevo rumbo tomar. En este punto, podríamos pedir consejo o ayuda, pero muchas veces preferimos callarnos y hacer como que todo va bien. En el fondo, es como si nos diera miedo reconocer que somos diferentes, que no nos vale lo mismo que a los demás. Parece que, si todos se muestran felices con un estilo de vida concreto, el hecho de que a nosotros no nos satisfaga dicho estilo de vida nos convierte en personas extrañas. Nos da miedo sentirnos juzgados y por eso renunciamos a buscar y a seguir nuestro propio camino. Lo curioso de todo esto es que no solemos plantearnos que es muy probable que muchas personas puedan estar experimentando exactamente lo mismo que nosotros en este momento. Tampoco pensamos en que, si levantamos la mano y reconocemos que a nosotros ese camino no nos vale, además de aumentar nuestras opciones de encontrar un lugar más adecuado para nosotros en el mundo, también podremos ayudar a muchas otras personas a sentirse más comprendidas y acompañadas.

Pero, en lugar de confiar en nuestra intuición, elegimos dudar de nosotros mismos y de nuestro criterio. Es decir, elegimos recorrer el mismo camino que los demás porque no nos conocemos y porque no comprendemos que nuestras necesidades específicas requieren unos cuidados específicos. Tendemos a valorar las diferencias interpersonales como algo negativo y consideramos que no encajar completamente es algo malo. Pero en verdad, ser distinto a los demás no es ni malo ni bueno; es simplemente la realidad. Las personas somos diferentes y esto es lo que nos hace únicas.

El resultado de no saber quiénes somos es que terminamos construyendo una vida que nos hace sentirnos insatisfechos permanentemente. En lugar de reconocer con orgullo nuestros logros y habilidades, nos dedicamos a menospreciarnos y a comparar nuestra existencia, con un poquito de envidia a veces, con la existencia de los demás. Es como si estuviésemos esperando algún cambio que, como por arte de magia, transformase nuestra vida y nuestra forma de ser resolviendo todos nuestros problemas.

imagen

Indudablemente, esta sensación de alerta nos puede llevar a vivir con cierta incomodidad y angustia, lo que a su vez va a tener repercusión en nuestras relaciones interpersonales, ya sea por miedo (por ejemplo, si siento que soy débil y que los demás pueden dañarme con facilidad) o por afán de dominación (necesito ser mejor que los demás, superarles, porque si no, me siento frustrado).

A lo largo de los siguientes capítulos profundizaremos en estos y otros conceptos para que, de forma progresiva, podamos alcanzar un nivel más profundo de autoconocimiento y una mayor coherencia entre lo que somos y nuestro estilo de vida, de cara a sentirnos más

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos