Una historia compartida

Julia Navarro

Fragmento

una_historia_compartida-2

Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos

Hasta el siglo XX la Historia la escribieron los hombres. Eso explica por qué las mujeres apenas aparecemos como sujetos de las historias de la Historia. Pero estábamos ahí y sin nosotras solo es una Historia a medias. No solo eso, algunas de las mejores páginas de la literatura universal han sido escritas por mujeres; otras tienen nombre de mujer porque se escaparon de las páginas de libros escritos por hombres, pero son de mujeres al fin y al cabo, arquetipos unas, reales otras.

La lista de mujeres que hicieron Historia es extensa, desde diosas hasta reinas, desde cortesanas hasta inventoras, desde actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… Hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos.

Eso sí, no podemos contar las historias de estas mujeres sin tenerlos también en cuenta a ellos, porque desde el principio de los tiempos las vidas de hombres y mujeres han estado entrelazadas y no se explican las unas sin los otros, es decir, con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos o con la ignorancia de ellos.

Así que es no solo la historia de ellas, sino la historia de todos, pero contada no a través de la supremacía masculina sino desde un lugar común.

Me temo que en este siglo XXI también hay quienes quieren volver a hacernos poco menos que invisibles, ya que desde algunos sectores de la política han decidido hacer ingeniería social a costa de las mujeres negando que seamos diferentes a los hombres, lo que no presupone la desigualdad y mucho menos que tengamos que tener un derecho menos que ellos.

Así que estoy entre las muchas mujeres que se oponen a que nos califiquen de «seres gestantes». Quienes han adoptado esta decisión y la han llevado a las leyes son las mismas que luego juegan con las palabras para que terminen en femenino, cambian lo que hasta ahora son genéricos creyendo que eso es feminismo. Se les llena la boca diciendo «matria» en vez de «patria», pero a continuación nos niegan el calificativo de «madres». Supongo que están hechas un lío y no saben ni por dónde andan. Punto y aparte.

La Historia, como digo, está repleta de mujeres que han dejado su propia huella y que no por ser menos en número y escaso el conocimiento que de ellas tenemos es menor su importancia. Con algunas de estas mujeres me he ido encontrando a lo largo de mi vida, fundamentalmente a través de la lectura, pero también en viajes a los lugares donde vivieron y en los que aún se guarda el eco de su paso por este mundo.

Son mujeres reales, de carne y hueso unas, otras forman parte de la leyenda y acaso nunca existieron.

No pretendo hablar de todas las mujeres que han logrado trascender desde ese segundo plano al que estaban predestinadas, porque la lista es extensa y entonces esta historia sería otra historia.

Dejó dicho Ludwig Feuerbach, filósofo y antropólogo alemán, esta frase que seguro que han escuchado en muchas ocasiones: «Somos lo que comemos», y añado yo que también somos lo que leemos. Al menos, yo no me puedo explicar a mí misma si no es a través de los libros que he ido leyendo a lo largo de mi vida.

Por tanto, este es un relato personal, un viaje a través de mis inquietudes y mis lecturas, de mi encuentro con historias protagonizadas por mujeres, ya sean reales o criaturas literarias, sin olvidar, ya digo, el papel de los hombres que estuvieron cerca de ellas, para bien o para mal.

No se entiende a Cleopatra sin César y Marco Antonio, ni a Helena de Troya sin Paris, ni a Romeo sin Julieta, o a Don Juan sin Doña Inés, ni a Hamlet sin Ofelia, ni a Frida Kahlo sin Diego Rivera, ni a Simone de Beauvoir sin Jean-Paul Sartre o a Zelda sin Scott Fitzgerald, tampoco a Virginia Woolf sin Leonard Woolf…

De manera que no incurriré en el error en el que a lo largo de los siglos perseveraron tantos y tantos hombres, que fue ignorar o apenas dar relieve al papel desempeñado por las mujeres. La diferencia es que esta es una historia de mi encuentro con ellas sin excluirlos a ellos.

Mis primeras lecturas transcurrieron sentada junto a mi abuela Teresa. Ella me enseñó a leer. Tenía una gran paciencia, que yo no he heredado.

Para algunos, la Arcadia es nuestra infancia. Y la mía transcurrió en casa de mis abuelos maternos, Teresa y Jerónimo, junto a mi madre, Elia, mis cuatro tías, Elvira, Pilar, Carmen y Teresa, y tres tíos, Fabián, Santiago y Juan. Y mis primos, claro, junto a los que crecí y siento como mis únicos hermanos, Juan Manuel y Merche.

Y sí, en casa había libros, a mí me parecía que muchos, puesto que parecían trepar por las paredes de las estanterías. Los libros de mi abuelo, siempre al alcance de todos, sin ninguna restricción. Además, en casa se hablaba de libros, de las historias que guardaban entre sus páginas. Mi abuelo Jerónimo era un hombre prudente y poco dado a la discusión, pero se le iluminaba la mirada y la voz se le aclaraba cuando hablaba de algún libro.

Para mí, los libros son una parte imprescindible de mi vida, hasta tal punto que puedo decir que no hay nada que me guste tanto como leer.

Y ahora doy comienzo a esta historia. Una historia compartida.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos