PRIMERA PARTE
Antes
Os preguntaréis durante cuánto tiempo luchamos los carryx en la gran guerra. Es una pregunta estéril. Los carryx dominamos las estrellas durante eras. Conquistamos a los ejia y a los kurkst, y nuestros sueños superaron a los Sin Ojos. Quemamos a los logotetas hasta que sus mundos quedaron reducidos a cristales barridos por el viento. Os gustaría saber cuál fue nuestro primer encuentro con el enemigo, pero en mi opinión sería más correcto afirmar que hubo muchos primeros encuentros a lo largo del tiempo y la distancia, de maneras que escapan a la definición de simultaneidad. El final es otra cosa. Presencié el principio de dicha catástrofe. Fue la humillación de un mundo insignificante llamado Anjiin.
No os podéis imaginar lo débil y desvalido que parecía. Arrasamos Anjiin con fuego, muerte y cadenas. Les arrebatamos lo que consideramos útil y sacrificamos a todos los que se resistieron. Y ahí reside nuestro arrepentimiento. De haberlos dejado en paz, no hubiese ocurrido nada de lo que tuvo lugar después. De haberlo reducido a cenizas y continuar nuestro camino, como habíamos hecho con otros tantos mundos, no estaría aquí contándoos la crónica de nuestro fracaso.
Infravaloramos a nuestro adversario y lo llevamos a nuestro hogar.
De Las últimas palabras de Ekur-Tkalal,
guardián-bibliotecario de la fracción
humana de los carryx
1
Más tarde, durante el final de todas las cosas, Dafyd se sorprendería de cuántas elecciones críticas de su vida le habían parecido insustanciales al tomarlas. Cuántos problemas resultaron ser triviales una vez pasados por el tamiz del tiempo. Incluso cuando se percataba de la gravedad de la situación, lo atribuía a algo erróneo. Había tenido miedo de acudir a la celebración de fin de año en el Edificio Académico aquella última vez. Pero resultó que ese miedo no iba dirigido a lo que realmente importaba.
—Vuestros biólogos siempre buscan el punto de partida, siempre formulan la pregunta adecuada, sin duda. Pero si de verdad queréis ir a lo adecuado… —El hombre alto y larguirucho que estaba junto a Dafyd señaló la brocheta de cerdo y manzana asados que tenía a la altura del pecho. El alcohol lo había dejado sin palabras por unos momentos—. Si de verdad queréis ir a lo adecuado, tenéis que apartar la vista de esos microscopios. Hay que levantar la cabeza.
—Tienes razón —convino Dafyd. No tenía ni idea de a qué se refería el tipo, pero sintió como si le estuviese dando una reprimenda.
—Baterías de sensores de largas distancias. Podemos crear un telescopio con una lente del diámetro del planeta. Literalmente. Con el mismo diámetro que el planeta. Con más, incluso. Aunque ya no me dedico a eso. Campo cercano. Esa es mi especialización ahora.
Dafyd emitió un ruido educado. El alto sacó un pedazo de carne de cerdo de la brocheta y, por un momento, dio la impresión de estar a punto de tirarlo al patio. Dafyd se lo imaginó cayendo dentro de la bebida de alguno de los presentes en la estancia.
Un instante después, el alto recuperó el control y se metió la comida en la boca. La voz le sonó entrecortada mientras tragaba:
—Estoy estudiando una zona anómala fascinante que se encuentra en el límite de la heliosfera y que tiene apenas un segundo luz de ancho. ¿Tienes idea de lo que pequeña que es para los telescopios convencionales?
—Pues no —respondió Dafyd—. ¿Un segundo luz no es una gran extensión de espacio, en realidad?
El alto soltó un bufido.
—Comparado con la heliosfera, es pequeñísima. —Se comió lo que le quedaba masticando sin ganas y luego soltó la brocheta sobre la barandilla. Se limpió la mano con una servilleta para luego extenderla—. Llaren Morse, observación astronómica de campo cercano en la academia Dyan. Encantado de conocerte.
Estrechársela significaba mancharse los dedos de grasa. Y, peor aún, comprometerse a seguir hablando. Fingir que acababa de ver a alguien y excusarse para marcharse de allí hubiese requerido buscar otra manera de pasar el tiempo. Era una decisión insustancial. Una que le pareció trivial.
—Dafyd —dijo mientras aceptaba el gesto. Al ver que Llaren Morse no había dejado de asentir, continuó—: Dafyd Alkhor.
La expresión del tipo cambió al oírlo. Una ligera arruga entre las cejas; una sonrisa incierta.
—Ese nombre me suena de algo. ¿En qué proyectos has estado?
—En ninguno. Seguramente te suene por mi tía. Forma parte del coloquio de financiación.
El gesto de Llaren Morse se tornó en uno profesional y formal al momento, tanto que Dafyd casi se imaginó que acababa de oír un chasquido que anunciase el cambio.
—Ah, sí. Seguramente sea eso.
—En realidad, no formamos parte de los mismos proyectos —dijo Dafyd un segundo después, quizá demasiado rápido—. Ahora mismo soy adjunto de investigación. Hago lo que me ordenan. Me limito a mantener la cabeza gacha.
Llaren Morse asintió y soltó un gruñido leve y evasivo. Después se quedó quieto, a caballo entre las ganas de no seguir hablando y aprovecharse de cualquier manera del sobrino de una mujer que controlaba la financiación. Dafyd tuvo la esperanza de que la próxima pregunta no fuese en qué proyecto estaba trabajando.
—Bueno, pues ¿de dónde eres? —preguntó Llaren Morse.
—De aquí. De Irvian —respondió—. He venido a pie desde mi apartamento, en realidad. Ni siquiera estoy aquí por… —Hizo un ademán en dirección a la multitud de debajo y luego a las galerías y los pasillos.
—¿No?
—He venido para encontrarme con una chica que también es de aquí.
—¿Y sabes si va a venir?
—Eso espero —comentó Dafyd—. Su novio seguro que viene. —Sonrió como si fuese un chiste. Llaren Morse se quedó de piedra y luego rio. Era un truco que hacía Dafyd, quitar hierro a la verdad dándole otro enfoque—. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien que te espere en casa?
—Estoy prometido —dijo el hombre alto.
—¿Estás prometido? —Dafyd repitió con tono juguetón y cargado de curiosidad. Estaba a punto de llegar el momento en el que tenía que volver a dar más información sobre sí mismo.
—Desde hace tres años —explicó Llaren Morse—. Estamos esperando a que yo consiga una plaza de larga duración para hacerlo oficial.
—¿De larga duración?
—Los puestos de la academia Dyan duran dos años. Es imposible saber si mantendrán la financiación al terminar. Espero conseguir al menos cinco años más para luego asentarnos de verdad.
Dafyd metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se apoyó en la barandilla.
—Parece que la estabilidad es muy importante para ti.
—Sí, lo es. No quiero centrarme en un puesto y que luego se lo asignen a otra persona, ¿sabes? Siempre que te esfuerzas mucho en tu trabajo y empiezas a conseguir resultados, llega un pez gordo y se lo queda para él.
Y luego siguieron hablando. Dafyd pasó la media hora siguiente repitiendo todo lo que decía Llaren Morse, ya fuese con sus palabras exactas o con sinónimos, o comentando lo que creía que el tipo pretendía decir con otras palabras. El tema de conversación pasó de la intriga académica de la Dyan a los padres de Llaren Morse y cómo lo habían animado para dedicarse a la investigación, para luego continuar con el divorcio de dichos progenitores y cómo los había afectado tanto a él como a sus hermanas.
El otro nunca llegó a percatarse de que Dafyd no le aportaba ni la más mínima información sobre sí mismo.
Dafyd escuchó porque se le daba bien hacerlo. Tenía mucha práctica. Lo ayudaba a no ser el centro de atención, y eran muchas las personas que ansiaban ser escuchadas sin saberlo. Al terminar dichas conversaciones, solía terminar por caerles bien. Y eso era algo muy práctico, incluso cuando esas personas no le caían bien a él.
Mientras Morse terminaba de hablarle sobre la manera en la que su hermana mayor había evitado las relaciones románticas con parejas que en realidad le gustaban, se armó un ligero escándalo en el patio de debajo. Aplausos y risas. Y luego, en el centro del alboroto, Tonner Freis.
Hacía ya un año, Tonner había sido uno de los líderes de investigación más prometedores. Joven, inteligente, exigente y con una gran intuición para detectar patrones propios de los sistemas con vida y para el apoyo institucional. Cuando la tía de Dafyd le había comentado de pasada que el tal Tonner Freis tenía potencial, se refería en realidad a que dentro de unos diez años, cuando hiciese lo que se esperaba de él y llegase a la cima, sería el tipo de hombre capaz de ayudar a los investigadores inexpertos de su equipo a encauzar sus carreras. Era una persona con la que Dafyd podía llegar a sentirse identificado.
La mujer desconocía que el proyecto de reconciliación de proteomas de Tonner sería el más valorado del informe del concilio de la madrai, o que sería el elegido por el coloquio de investigación, la evaluación de la cámara alta del parlamento y el Grupo Bastian. Era el primer proyecto de un único semestre que había conseguido estar primero en las tres listas durante el mismo año. Tonner Freis, con esa sonrisa tensa y las canas prematuras de su pelo que se alzaban como columnas de humo de un cerebro sobrecalentado, era por el momento la mente más brillante de todo el mundo.
La distancia y el ángulo no permitían a Dafyd ver el rostro de Tonner con claridad desde el lugar en el que se encontraba. Ni a la mujer de vestido verde esmeralda que se hallaba a su lado. Else Annalise Yannin, que había abandonado su equipo de investigación para unirse al proyecto de Tonner, a quien le salía un hoyuelo en la mejilla izquierda cuando sonreía y dos en la derecha, la persona que daba golpecitos de ritmo complicado con los pies cuando pensaba, como si dejase su cuerpo bailando allí en el sitio mientras su mente vagabundeaba.
Else Yannin, la segunda al mando del grupo de investigación y amante reconocida de Tonner Freis. Era la persona a la que Dafyd esperaba ver allí aunque supiese que era un error.
—Que lo disfrutes —dijo Llaren Morse, que miraba a Tonner y el aplauso que le dedicaba todo el mundo. A Dafyd se le erizaron los pelillos de la nuca. Morse no se lo había dicho a él. El comentario iba dirigido a Tonner y había cierto tono de desdén en su voz.
—¿Que lo disfrute?
Pero el gesto del hombre alto le indicó a Dafyd que el truco no iba a volver a funcionar. Los ojos de Llaren Morse habían vuelto a adquirir una expresión cautelosa, más que la que tenía cuando había empezado a hablar.
—Debería dejarte marchar. Ya te he retenido aquí durante demasiado tiempo —comentó el hombre alto—. Encantado de haberte conocido, Alkhor.
—Igualmente —respondió Dafyd, que lo vio marchar en dirección a las galerías y los aposentos. La brocheta seguía abandonada en la barandilla. El cielo se había oscurecido y dejado paso a la luz de las estrellas. Una mujer que parecía tener unos años más que Dafyd pasó a su lado en silencio, cogió la brocheta y desapareció entre la multitud.
Dafyd intentó no darle más vueltas a la paranoia que lo embargaba.
Estaba cansado porque el año llegaba a su fin y todos los del equipo habían estado trabajando horas extra para terminar de procesar los datos. Se encontraba fuera de lugar en las reuniones de personalidades intelectuales y líderes políticos. Cargaba con el peso emocional de haberse encaprichado de manera inapropiada de una mujer que ya tenía pareja. Se avergonzaba de la impresión no del todo sin fundamento que le había dado a Llaren Morse, esa que indicaba que solo estaba allí porque alguien de su familia tenía más influencia que dinero.
Cualquiera de aquellas opciones era buena para tratar sus emociones con cierto escepticismo esa noche. Si se tenían en cuenta todas al mismo tiempo, no había lugar a dudas.
Y, al otro lado de la balanza, aquel atisbo de desprecio en la voz de Morse. «Que lo disfrutes».
Dafyd murmuró una grosería, frunció el ceño y se dirigió hacia la rampa que daba a los niveles superiores y las salas privadas del Edificio Académico, donde se reunían los administradores y los políticos.
El edificio estaba hecho de coral arbóreo y se elevaba cinco pisos sobre la extensión de césped que se abría hacia el este y la plaza hacia el oeste. No tenía nada de cuadrado y era curvilíneo por naturaleza. Unos cables muy sutiles de apoyo ayudaban con la tensión (cimientos que daban paso a soportes que pasaban a murallas que se abrían en ventanas hasta alcanzar los pináculos) y le daban a todo el lugar cierta sensación de movimiento y vida, como si de una fusión ascendente y retorcida de hiedra y hueso se tratara.
El interior contaba con pasillos muy amplios por los que corría la brisa, patios que se abrían hacia los cielos, aposentos privados que podían usarse tanto para pequeñas reuniones como para hacer las veces de dormitorios, estancias amplias que se aprovechaban para presentaciones o para bailes o para banquetes. El aire olía a cedro y a árboles akkeh. Las golondrinas arpa anidaban en la parte más alta y dedicaban sus cantos a las personas de debajo.
Durante la mayor parte del año, era un edificio multiusos de la Madrai de Investigación Irviana y servía a todas las filiales académicas que se adherían a aquella institución que abarcaba toda la ciudad. Aparte de un fracaso humillante en una evaluación durante su primer año, Dafyd tenía buenos recuerdos del lugar y de los momentos que había pasado allí. La celebración de fin de año era diferente. Era una maraña de mentiras. Un campo de minas moteado con pepitas de oro, oportunidades y desastres entremezclados e indistinguibles.
Primero, suponía una oportunidad para que los académicos e investigadores más eminentes y los conservatorios de investigación de la gran madrai de Anjiin se uniesen para socializar de manera informal. En la práctica, ese «de manera informal» conllevaba unas normas de comportamiento veladas e intrincadas y una jerarquía social impuesta inflexiblemente pero confusa al mismo tiempo. Y una de esa gran cantidad de normas blindadas de protocolo era que las personas tenían que fingir que dichas normas de protocolo no existían. Quién hablaba con quién, quién podía hacer un chiste y quién tenía que reír, quién podía coquetear y quién tenía que permanecer distante e inalcanzable; normas todas tácitas cuyo incumplimiento llamaba la atención de la comunidad.
En segunda instancia, era un momento en el que se podía evitar la política y competir abiertamente por la financiación necesaria al principio de cada nuevo semestre. Esa era la razón por la que todas las conversaciones y comentarios estaban impregnados de insinuaciones y matices sobre el puesto en el que habían quedado los estudios, qué hilos del tapiz del conocimiento iban a apoyarse y cuáles iban a tener que cortarse, quién lideraría los equipos de investigación y quién entregaría todo su esfuerzo en ayudar a las mentes más brillantes.
Y, finalmente, toda la comunidad podía participar en la celebración. En teoría, se aceptaba hasta al aprendiz de académico más inexperto. En la práctica, Dafyd no solo era el más joven del lugar, sino que también era el único auxiliar académico que acudía como invitado. El resto de las personas de su rango que estaban por allí esa noche se dedicaban a sacar algo de dinero adicional sirviendo bebidas y tapas a sus superiores.
Algunas personas llevaban chaqueta de cuello formal y vestidos de los colores de la madrai en la que vivían o de sus laboratorios de investigación. Otras iban ataviadas con el lino sin teñir propio del verano, prendas que el recién nombrado alto magistrado había puesto de moda. Dafyd iba formal a su manera: una chaqueta larga color carbón sobre una camisa bordada y unos pantalones ajustados. Era un buen conjunto, pero se había asegurado de que no llamase demasiado la atención.
El personal de seguridad deambulaba por las zonas ocupadas por las personas de mayor estatus, pero Dafyd recorría el lugar con la confianza descuidada de alguien acostumbrado a tener vía libre y ser respetado. Habría resultado muy fácil buscar en el sistema local la ubicación de Dorinda Alkhor, pero era muy probable que su tía viese la búsqueda y supiese que Dafyd iba en camino. De enterarse antes de verlo… Bueno, mejor que no lo hiciera.
La edad de la multitud que lo rodeaba aumentaba de forma casi imperceptible a medida que el grupo pasaba de investigadores académicos a coordinadores académicos, del cuerpo docente de apoyo a los jefes de administración, de los registradores y los escritores más populares a los políticos y los intermediarios militares. Las chaquetas formales estaban algo mejor entalladas, las camisas bordadas tenían colores más brillantes. Todos mostraban sus mejores galas. Mientras, él ascendía por aquella concentración de poder como un microbio que se dirigiese hacia el azúcar, con las manos en los bolsillos y una sonrisa vacía y educada. De haber estado nervioso, se hubiese notado, por lo que eligió poner cara de preocupación. Avanzó despacio mientras admiraba las obras de arte y los símbolos de las hornacinas de coral arbóreo, mientras cogía bebidas de los sirvientes y las abandonaba en las bandejas de otros sirvientes, mientras se aseguraba de que tenía claro qué había en cada habitación antes de entrar en ella.
Su tía se encontraba en un balcón que daba a la plaza, y la vio antes de que ella lo viese a él. La mujer tenía el cabello largo, un estilo que tendría que haber suavizado las facciones de su rostro, pero la seriedad de sus labios y de su mandíbula era abrumadora. Dafyd no reconoció al hombre con el que hablaba, pero era mayor y tenía una barba canosa y bien recortada. Hablaba rápido sin dejar de hacer gestos leves y muy bruscos, y ella lo escuchaba atenta.
Dafyd los rodeó para acercarse al arco que se abría al balcón antes de cambiar de dirección y empezar a avanzar directo hacia ella. La mujer alzó la vista y lo vio. Su rostro mostró el más mínimo fruncimiento de ceño antes de sonreír e indicarle que se acercara con un ademán.
—Mur, este es mi sobrino Dafyd —dijo—. Trabaja para Tonner Freis.
—¡El joven Freis! —dijo el de la barba recortada mientras estrechaba la mano de Dafyd—. Es un equipo muy bueno del que formar parte. Trabajo de primera categoría.
—Lo cierto es que solo me dedico a preparar muestras y mantener limpio el laboratorio —dijo Dafyd.
—No importa. Podrás ponerlo en tu currículo. Te abrirá otras puertas más adelante. Te lo aseguro.
—Mur forma parte del coloquio de investigación —dijo su tía.
—Anda —dijo Dafyd, que luego sonrió—. Bueno, entonces estoy encantado de conocerte. He venido a conocer a gente que pudiese ayudarme con mi futuro. Ahora que nos hemos conocido, ya puedo irme a casa.
Su tía disimuló una sonrisa, pero Mur rio y le dio una palmada en el hombro a Dafyd.
—Dory, aquí presente, no deja de decir cosas buenas de ti. Seguro que no te va nada mal. Pero yo debería… —Hizo un ademán hacia atrás y dedicó un cabeceo intencionado a su tía. Ella respondió con otro cabeceo, y el anciano se marchó. Debajo de ellos, un estruendo se apoderó de la plaza. Carritos de comida y una banda de música que tocaba con guitarras, cuyas notas llegaban hasta donde ellos se encontraban. Retazos de melodía recorrían el fragante ambiente de las alturas. La mujer entrelazó el brazo con el suyo.
—¿Dory? —preguntó Dafyd.
—Odio cuando te pones tan discreto —dijo ella, que ignoró el intento de Dafyd de burlarse con amabilidad. Notó la tensión en el cuello y los hombros de su tía. Todos los que se encontraban en la fiesta querían hablar con ella para tener acceso al dinero que controlaba. Era muy probable que se hubiese pasado la noche a la defensiva y estuviese a punto de quedarse sin paciencia—. No es tan bueno como crees.
—Hago que la gente se relaje un poco —aseguró Dafyd.
—Estás en un momento de tu carrera en el que tienes que poner nerviosa a la gente. Te gusta demasiado infravalorarte. Es un vicio que has adquirido, pero llegará el día en el que tengas que impresionar a alguien.
—Solo quería pasarme a saludar para que supieras que estaba aquí.
—Y me alegro de que lo hayas hecho —dijo, para luego dedicarle una sonrisa con la que parecía perdonarlo un poco.
—Me has enseñado bien.
—Prometí a mi hermana que cuidaría de ti, y juro por su alma inmortal que conseguiré que seas digno de ella —comentó su tía. Dafyd se estremeció al oír hablar de su madre en esos términos, por lo que su tía suavizó un poco sus palabras—: Me advirtió que criar a un hijo requería mucha paciencia. Es la razón por la que nunca tuve.
—Me cuesta un poco aprender cosas nuevas, pero eso es mi problema. A ti se te da muy bien enseñar. Sé que tendré una gran deuda contigo cuando hayamos terminado.
—No.
—Sí, te aseguro que sí.
—Me refiero a que no. No sé por qué me estás dorando la píldora, pero la respuesta es no y no me lo pidas. Te he visto adular y cautivar a mucha gente a lo largo de toda tu vida, pero a mí se me da mucho mejor. No sé qué es lo que quieres de mí, pero no.
—He conocido a un integrante de la academia Dyan. Creo que no le gusta Tonner.
La mujer lo miró, con ojos inertes como los de un tiburón. Un momento después, le dedicó esa sonrisilla sin gracia alguna que ponía cuando perdía una partida de cartas.
—No seas engreído. Me alegra de verdad que hayas venido —dijo la mujer, después le apretó el brazo antes de soltárselo.
Dafyd desanduvo sus pasos a través de los pasillos y por rampas amplias. Dedicaba una sonrisa vacía a todos los que se topaban con él, con la mente ausente.
Encontró a Tonner Freis y a Else Yannin en la planta baja, en una estancia lo bastante amplia como para hacer las veces de salón de baile. Tonner se había quitado la chaqueta y estaba apoyado en una mesa de madera grande. Media docena de académicos habían formado un semicírculo a su alrededor, como un pequeño teatro en el que Tonner Freis era el único hombre sobre el escenario.
—Hemos estado haciendo cosas mal, como intentar crear estrategias de reconciliación a nivel informativo en lugar de conseguir resultados. El ADN y los ribosomas por un lado; la celosía de cuasicristales y los procesos de revisión de calidad por otro. Es como si intentáramos hablar dos idiomas diferentes y forzar la gramática para mezclarlos, cuando en realidad lo único que necesitamos son instrucciones para montar una silla. Dejad de intentar explicar el cómo y empezad a montar esa silla. Todo será mucho más fácil.
Hablaba con más potencia que un cantante. El público rio entre dientes.
Dafyd echó un vistazo alrededor y no tardó en encontrarla. Else Yannin, con ese traje verde esmeralda, se encontraba a unas dos mesas de distancia. Tenía una nariz larga y aguileña, la boca grande y los labios finos. Contemplaba a su pareja con una expresión de jovial satisfacción. Dafyd odió a Tonner Feis por un instante fugaz.
No necesitaba hacer algo así. Nadie se lo había pedido. Dafyd podría haber girado a la derecha y salido de la plaza en cualquier momento. Un plato de maíz tostado y carne especiada, una jarra de cerveza y podría volver a sus aposentos y dejar atrás las intrigas políticas. Pero Else se colocó un mechón de su cabello caoba detrás de la oreja, y él decidió acercarse a la mesa como si tuviera algo importante que hacer.
Esos pequeños momentos que pasaban desapercibidos cuando ocurren son los que alteran el destino de los imperios.
La sonrisa de Else cambió al verlo. Era igual de sincera, pero tenía algo diferente al mismo tiempo. Algo más íntimo.
—¿Dafyd? No esperaba verte por aquí.
—Me he quedado sin planes —dijo, al tiempo que extendía la mano hacia un sirviente que pasaba por allí para coger lo que resultó ser un té helado con menta. Esperaba algo con un poco más de alcohol—. Creí que estaría bien ver qué aspecto tienen las mejores mentes del planeta cuando están matando el tiempo.
Else hizo un ademán en dirección a la multitud con el vaso que tenía en la mano.
—Pues se van a pegar así hasta que despunte el alba.
—¿No van a bailar ni nada?
—Puede que lo hagan, cuando hayan tenido la oportunidad de emborracharse un poco más. —Había alguna que otra cana prematura en su cabello. Le daban un aspecto atemporal en contraste con la juventud de su rostro.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Ella se colocó mejor en el asiento.
—Claro.
—¿Has oído algo sobre otro grupo que se quiera apoderar de tu investigación?
Else soltó una única carcajada, lo bastante estruendosa como para que Tonner mirase hacia ellos y saludase a Dafyd con un cabeceo antes de seguir con su actuación.
—No te preocupes por eso —comentó Else—. Hemos progresado tanto y conseguido tanto reconocimiento durante el último año que sería imposible. Cualquiera que lo intentase se vería relegado a un triste puesto de segundón. Y nadie quiere eso.
—Muy bien —convino Dafyd, que le dio un sorbo a ese té que no quería. Uno de los integrantes del grupito de Tonner había empezado a decir algo que había hecho que este frunciese el ceño. Else se agitó en el asiento. Una única arruga brotó entre sus cejas.
—Por curiosidad, ¿por qué lo preguntas?
—¿Estás segura de que es así? ¿Al cien por cien sin el más mínimo resquicio de duda? Creo que alguien está intentando hacerse con el control de la investigación.
Else soltó la copa y tocó el brazo de Dafyd. La arruga entre las cejas se volvió más profunda.
—¿Qué has oído?
Dafyd se permitió alegrarse por haber captado su atención, por sentir su tacto. Le pareció un momento muy importante, y así era. Más adelante, cuando estuviese en el ojo de un huracán que destruiría miles de mundos, recordaría cómo todo había empezado cuando la mano de Else Yannin le había tocado el brazo y él había hecho todo lo posible para que la mantuviese allí.
2
Todo el mundo sabía que los humanos no eran de Anjiin.
Las razones por las que habían llegado al planeta o cómo lo habían conseguido era información que se había perdido en los anales de la historia. Una secta de gallatianos afirmaba que habían llegado en una nave enorme parecida a la legendaria arca de Pishtah, pero capaz de viajar por las estrellas. Los teólogos serintistas decían que Dios había abierto una grieta que permitió a los fieles escapar de la muerte de un universo más antiguo donde un terrible pecado, cuya naturaleza exacta variaba dependiendo de quién lo contara, había convencido a la deidad de que el genocidio era el mal menor. O si uno estaba abierto a interpretaciones más poéticas, que un ave gigante los había traído desde Erribi, el siguiente planeta más cercano al sol, que muy posiblemente fuese su hogar hasta que dicha estrella se enfadó y convirtió sus campos en yermos al tiempo que hacía hervir sus cielos.
Pero la ciencia también tenía una historia que contar, aunque la memoria defectuosa de la humanidad hubiese emborronado los detalles.
La vida en Anjiin había empezado miles de millones de años antes, con un sistema de cuasicristales aperiódicos de silicio, carbono y yodo. Dicha vida había usado los cuasicristales para pasar instrucciones a la siguiente generación, con alguna que otra mutación que hacía que algunos organismos mejorasen un poco. Un complejo ecosistema empezó a crearse a lo largo de los eones en los océanos del planeta y sobre sus cuatro enormes continentes.
Y luego, tres mil quinientos años antes y al parecer de la nada, los humanos habían aparecido en el registro fósil con unas espirales helicoidales increíblemente densas de bases ligeramente relacionadas y enhebradas como cuentas en un collar de fosfato. Y no solo los humanos. También perros, vacas, lechugas, flores silvestres, grillos y abejas. Y virus. También setas, ardillas y caracoles. Todo un bioma sin precedentes en la historia genética del planeta apareció en una isla al este del golfo de Daish. Luego, más o menos un siglo después de la primera aparición, algo que nadie sabía a ciencia cierta qué era había convertido gran parte de esa isla en cristal y roca negra. Y, aunque los registros que los primeros pobladores pudieran haber traído consigo habían desaparecido para entonces, unos pocos remanentes de ese nuevo bioma sobrevivieron en los extremos de la isla y en la costa del continente, para luego extenderse por todo el planeta como un incendio descontrolado.
Esos dos árboles de la vida que poblaban el planeta de Anjiin solían ignorarse entre sí, a excepción de cuando competían por la luz del sol o algunos minerales. En algunas ocasiones, algo evolucionaba de tal manera que conseguía parasitar criaturas de la otra tradición bioquímica para hacerse con algunas proteínas complejas, agua y sal. Pero la sabiduría popular afirmaba que los biomas no podían reconciliarse de ninguna manera significativa. A nivel microscópico, los robles y los alisos que eran primos de la humanidad eran demasiado diferentes de los akkae y los brulam nativos, sin importar lo parecidos que fuesen desde cierta distancia. Aunque la evolución hubiese guiado las siluetas y los colores hasta conseguir soluciones similares, a nivel fundamental las formas de vida diferentes de Anjiin nunca podrían llegar a nutrirse entre sí.
Hasta que Tonner Feis había encontrado la manera de conseguir que se relacionasen, lo que lo había cambiado todo.
—Quiero más cerveza pero también un poco menos de cerveza de la que ya he tomado —dijo Jessyn.
Irinna, que estaba sentada junto a ella, sonrió. El Edificio Académico se alzaba sobre ellas en uno de los extremos de la plaza. Las luces que iluminaban el costado del lugar se agitaban y palpitaban, lo que hacía que el bosque de coral pareciese mecerse en una corriente incontenible. Detrás, la oscuridad del cielo y el titilar de las estrellas.
Tonner y Else estaban en la plaza para hacer las veces de cara visible del famoso equipo. Campar, Dafyd y Rickar estaban… en algún otro lugar. Solo eran cuatro los que se encontraban sentados junto a la mesita. Un transeúnte fortuito podría haberlos confundido con una familia cualquiera. Nöl haría las veces del sufrido padre de rostro arrugado, Synnia de su esposa de cabello blanco, Jessyn de hija mayor e Irinna de la menor. No era cierto, aunque en cierta manera casaba bien con ellos.
—Supongo que habrás tenido suficiente, ¿no? —preguntó Nöl—. No hay razón para excederse, ¿verdad?
Irinna dio un golpe en la mesa.
—Tenemos todas las razones para excedernos. Si no lo hacemos ahora, ¿cuándo?
Nöl puso gesto dolido y carraspeó, momento en el que Synnia lo agarró por el brazo.
—Son jóvenes, amor mío. Se recuperan antes que nosotros.
—Tienes razón. Tienes razón —dijo el anciano auxiliar académico.
Jessyn aún recordaba la primera vez que había conocido al equipo. A Tonner Freis, por supuesto, y a Else Yannin, que acababa de abandonar su proyecto para unirse a este. Nöl tenía un aspecto imponente en aquellos tiempos, de rostro arrugado, lacónico y ligeramente reprobador. Esperaba que tanto él como su pareja Synnia se comportasen de forma rencorosa por no ser más que auxiliares académicos con esa edad. Pero, en lugar de eso, descubrió en ellos una profunda alegría a pesar de su estatus en la madrai. Era algo que a veces le hacía cuestionarse su ambición.
—Volveré a casa durante una semana cuando acaben las fiestas —comentó Irinna—. Hasta entonces, no tengo nada.
—¿Nada? —preguntó Synnia, no sin cierto centelleo en la mirada.
—Nada —respondió Irinna—. Nada y a nadie. No estoy coqueteando con nadie y no tengo que terminar un repaso adicional a los datos. Por una vez en mi vida, puedo relajarme y tengo tiempo para recuperarme.
Jessyn sonrió.
—Eso dices ahora, pero sabes lo que va a pasar. A Tonner se le va a ocurrir algo y, cuando pregunte quién quiere ponerse con ello, ahí estarás tú.
—Tú también estarás por ahí.
—Pero yo no habré dicho que no tengo trabajo que hacer y que puedo descansar.
Irinna hizo un ademán e ignoró el comentario como si estuviese espantando moscas.
—Estoy borracha. La hipocresía y la cerveza se llevan muy bien.
—¿Ah, sí? —preguntó Nöl—. No lo sabía.
A Jessyn le gustaba Irinna porque la investigadora júnior no le recordaba mucho a sí misma cuando era más joven, sino a la persona que le hubiese gustado ser: lista, guapa, con los primeros brotes verdes de confianza en sí misma empezando a germinar en la tierra de sus inseguridades. A Jessyn le gustaba Dafyd, dondequiera que estuviese aquella noche, por lo útil y lo silencioso que era. Y también Campar, por el humor que tenía, y Rickar por ese sentido tan informal de la moda y su cinismo tan entusiasta. Y aquella noche los quería a todos porque habían ganado.
Habían trabajado juntos durante meses en los laboratorios, y pasado allí más tiempo que en sus respectivos hogares. Había en ellos una camaradería familiar que crecía poco a poco, una confianza más profunda que la de unos simples compañeros de trabajo. Mantenían una dinámica muy íntima. Jessyn había llegado a conocerlos bien a todos sin que nadie hubiese forzado la relación. Podía predecir cuándo Rickar quería revisar un informe de proteínas y cuándo iba a defender unos datos cuestionables. También los días en los que Irinna pasaba más tiempo en silencio y concentrada, y los que estaba más parlanchina y distraída. El sabor del café le indicaba cuándo lo había preparado Dafyd y cuándo era obra de Synnia.
Cuando le apetecía era capaz de recordar el silencio de la habitación cuando habían obtenido los primeros resultados de la absorción. Un marcador radiactivo en una proteína de membrana que usaba la biosfera oriunda de Anjiin y que había aparecido en una brizna de hierba. Era tan pequeña que bien podría haber pasado desapercibida y, al mismo tiempo, podía considerarse el hilo del que pendía el mundo entero.
Aquel grupo insólito, complicado y fortuito había conseguido mezclar un árbol de la vida con otro. Acababa de lograr persuadir a dos métodos de heredabilidad del todo incompatibles para que se sentasen el uno junto al otro y trabajasen unidos. Esa pequeña brizna de hierba había sido el resultado de un matrimonio bioquímico que había tardado miles de años en fraguarse. Durante una hora, puede que menos, los nueve habían sido las únicas personas del mundo en estar al tanto.
A pesar de todo lo que prometía aquel éxito y de los galardones que habían conseguido, una parte de Jessyn no había dejado de atesorar la magia que había sentido durante aquella hora. Había sido un pequeño secreto compartido entre todos, una experiencia de la que solo habían podido hablar entre ellos, porque eran los únicos que llegaban a comprender de verdad esa combinación de asombro y satisfacción. Incluso cuando Jessyn se lo había contado a su hermano, a quien le contaba todo, este no había sido capaz de llegar a entender por completo a qué se refería.
Una banda empezó a tocar en el otro extremo de la pequeña explanada. Dos trompetas se entremezclaban a ritmo mientras un batería hacía algo que conseguía ser al mismo tiempo impulsivo y complicado. Irinna cogió a Jessyn de la mano y tiró de ella. A pesar de su reticencia habitual, Jessyn dejó que la arrastrase. Se unieron al resto de las personas que estaban bailando. Era una danza sencilla. Todos habían aprendido los pasos de pequeños, razón por la que los recordaban de adultos a pesar de estar borrachos. Jessyn dejó que la música y la euforia se apoderasen de ella. Formo parte del equipo de investigación más exitoso del mundo. Y no me da ansiedad alguna bailar en público. Mi cerebro no me está traicionando hoy. Hoy es un buen día.
Cuando terminaron de bailar, Nöl y Synnia ya se habían marchado a la casita que compartían en uno de los extremos del territorio de la madrai, o eso suponía Jessyn. Irinna se bebió lo que le quedaba de cerveza e hizo un mohín.
—¿Se le ha ido el gas? —preguntó Jessyn.
—Y está caliente. Pero hay que celebrarlo. Gracias, por cierto.
—¿Gracias?
Irinna bajó la mirada al suelo y luego volvió a alzar la cabeza. Se había ruborizado un poco.
—Los demás y tú sois muy amables al dejarme formar parte de todo esto.
—No, no lo somos —aseguró Jessyn—. Tú te has ganado a pulso tu participación en el proyecto desde el principio.
—Pero aun así… —dijo Irinna, después se abalanzó hacia ella para darle un beso en la mejilla—. Aun así, gracias. Ha sido el mejor año de mi vida. Estoy muy agradecida.
—Yo también lo estoy —aseguró Jessyn, y luego se marcharon por caminos diferentes. El carnaval de final de año tenía lugar en las calles y los callejones: música, risas y vanidosos debates ebrios de académicos ansiosos por demostrar ante los demás su valía y que eran las personas más listas en cada conversación. Jessyn surcó la noche con las manos metidas en los bolsillos y una apacible sensación de calma.
Había conseguido apartarse de la madrai a pesar de encontrarse en su interior. Su equipo había alcanzado la cima en aquel microcosmos basado en el estatus social y en la pericia intelectual. No les duraría para siempre, pero aquella noche había ganado. Aquella noche podía considerarse lo bastante buena y ni siquiera las cosas malas que nunca dejaban de atosigar sus pensamientos habían conseguido hundirla.
Las habitaciones que compartía con su hermano estaban en uno de los edificios más antiguos. No eran de coral cultivado, sino de cristal y piedra. Le gustaba porque era anticuado y silencioso. A Jellit le gustaba porque estaba cerca de su laboratorio y del restaurante de fideos que frecuentaba. Jellit no estaba cuando llegó. Sin duda su grupo de trabajo también estaría celebrando sus cosas. Volvería por la mañana o le enviaría un mensaje para comentarle que iba a acostarse con alguien y que no lo esperase despierta. Nunca desaparecía sin más porque no quería preocuparla.
Se sentó a la mesa mientras decidía si comer algo antes de ir a la cama o se limitaba a tomarse un buen vaso de agua. Empezó a sonreír sin querer. No estaba acostumbrada a sentirse tan satisfecha. Le resultaba muy raro saber con seguridad que había hecho las cosas bien. Tonner Freis y Else Yannin, Rickar, Campar, Irinna, Nöl, Synnia y hasta Dafyd Alkhor a su manera. El equipo que había descubierto la posibilidad de una nueva biología que integrara a las otras dos. Dentro de varias generaciones, los libros de texto hablarían de ellos y de lo que habían conseguido.
El sistema emitió un aviso. Le acababa de llegar un mensaje. Esperaba que fuese Jellit, pero resultó ser de Tonner Freis.
Cuando su cara apareció en la pantalla, Jessyn se quedó seria de un plumazo. Había visto ese gesto antes, lo suficiente como para reconocer cuándo estaba enfadado.
—Jessyn, necesito que vengas a una reunión de emergencia mañana en el laboratorio. Y no se lo digas a nadie.
3
Un vacío inquietante se había apoderado de los laboratorios de la madrai. Dafyd atravesó pasillos, galerías y salas de reuniones interconectados, estancias que durante el resto del año estaban llenas de académicos, fabricantes artesanos y representantes locales de los coloquios. Ahora el lugar estaba casi abandonado. Una pareja de hombres con un mono plastificado y resistente reparaba una de las paredes. Alguien muy preocupado pasó junto a él a toda velocidad en pos de un recado al que seguro llegaba tarde. Un gorrión que había conseguido entrar revoloteaba por los pasillos vacíos en busca de restos de comida o de una salida. Una auxiliar académica a la que Dafyd reconoció del proyecto de quitina arquitectónica estaba sentada a solas en un banco, con un bocadillo y expresión reflexiva. Y en un pequeño círculo improvisado de tres sillones y una silla que había por fuera de la cafetería cerrada se desarrollaba lo que parecía un concilio de guerra.
Tonner y Else compartían uno de los asientos, juntos pero no revueltos, con una separación que se antojaba un equilibrio entre intimidad y profesionalidad. Campar se encontraba repantigado en un sillón para él solo. Grande, de piel oscura y desaliñado, parecía estar pasándoselo bien y soñoliento a partes iguales, como si de un oso dibujado por un niño se tratara. Junto a él, sentado con delicadeza en la silla, cara arrugada y cabello rapado y entrecano, estaba Nöl. Dafyd echó un vistazo alrededor en busca de los demás, pero aún no había señal alguna de ellos. Ocupó su lugar en el sillón vacío, y Nöl cabeceó a modo de saludo.
—¿Estamos todos? —preguntó Dafyd.
—Jessyn está de camino —respondió Tonner. La versión sonriente y segura de sí misma de su persona que había visto en el Edificio Académico era agua pasada. Tenía la mirada sombría como una tormenta y apretaba los dientes. Cualquiera que hubiese pasado el último año analizando los pronósticos meteorológicos de la vida interior de Tonner, sabría a ciencia cierta que lo mejor al verlo así era quedarse en silencio y esperar.
—Synnia está en casa —comentó Nöl—. No se sentía bien. No sé nada de Rickar o de Irinna.
Tonner habló, con una voz insensible y cautelosa:
—Creía que no íbamos a molestarlos con algo así aún.
Dafyd sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
Campar emitió un ruido leve de impaciencia y ladeó la cabeza.
—La tensión es insoportable. ¿De qué es exactamente de lo que no estamos hablando?
—Jessyn llegará pronto —insistió Tonner. Else pasó a mirar a Dafyd, y sus miradas se encontraron por un momento antes de distanciarse, como si estuviesen ocultando un secreto. Pero, por desgracia, el único secreto que compartían era el que Tonner estaba a punto de revelar al resto.
El primer indicio de la llegada de Jessyn fue la voz de su hermano, entusiasta y estruendosa. Un instante después, doblaron la esquina. Jessyn era baja, de cuerpo rechoncho y seria. Jellit era espigado y torpe como un potrillo, con una sonrisa que casaba muy bien con su voz. Quitando eso, eran prácticamente la misma persona: piel morena de reflejos dorados, cabello negro y ojos del mismo color. Ambos tenían lunares en la mejilla derecha, como si se tratara de un adorno que los dioses de la genética y el desarrollo hubiesen elegido usar para firmar sus cuerpos. Movían las manos de la misma manera y se encogían de hombros en un gesto similar, como de izquierda a derecha. A Dafyd le caía bien Jessyn y, por consiguiente, también le caía bien su hermano. Eran como las dos mitades de un mismo organismo.
Jellit estaba emocionado por alguna razón. No dejaba de hacer gestos y ademanes con los brazos a medida que se acercaban.
—Es la actividad extrasolar más extraña que se ha detectado jamás. Hay datos que parecen indicar que es superlumínica, pero todo el mundo cree que se trata de un error.
Se giró para saludarlos y le cambió el gesto.
—Solo ha venido a acompañarme —dijo Jessyn, que se sentó junto a Dafyd.
—¿Es una reunión de equipo? —preguntó Jellit. Luego añadió, sin dejar tiempo a que nadie respondiese—: Pues voy a comprarme un té. Nos vemos en casa.
—Nos vemos —se despidió Jessyn mientras su hermano se alejaba. Emitió un suspiro casi imperceptible y que a buen seguro no había sido deliberado. Después se giró hacia Tonner—. Perdón por llegar tarde.
—¿Superlumínica? —preguntó Campar, que arqueó una ceja poblada.
—Está claro que a Jellit le gusta mucho regocijarse con datos obviamente erróneos —explicó Jessyn—. Le parece divertido porque sirve para incomodar al coloquio de investigación.
Campar rio entre dientes.
—La cautivadora perversidad de tu hermano me resulta interesante. Sigue soltero, ¿verdad?
—Prohibido salir con mi hermano —dijo Jessyn. Era un chiste habitual entre ambos.
—Gracias a todos por venir durante las vacaciones. Perdón por haber interrumpido un descanso más que merecido —empezó a decir Tonner, momento en el que todos quedaron en silencio.
Se giraron hacia él como si fuese un profesor y ellos sus alumnos. Else tenía gesto calmado e impasible, con la vista fija en Tonner como si no supiese lo que estaba a punto de decir. Pero lo sabía. Dafyd hubiese apostado lo que fuese a que lo sabía.
—Tenemos un problema. Alguien ha pedido al coloquio de financiación que reasigne nuestro trabajo.
Jessyn se puso pálida. Campar se inclinó hacia delante en el asiento, desprovisto ahora del buen humor y el carácter travieso que lo caracterizaban. Nöl fue el único que no cambió de expresión ni de postura, sino que se limitó a asentir como si ya esperase que el universo fuese a decepcionarlo de alguna manera. De hecho, fue el primero en recuperar la compostura y preguntar:
—¿Sabemos por qué razón? ¿Es un castigo por algo que hemos hecho?
Tonner miró a Else, y la atención de todos los presentes pasó a centrarse en ella. Dafyd se preguntó si lo tendrían ensayado o si, en cambio, estaban tan conectados como para que ese tipo de cosas les salieran sin estar preparadas.
—Lo único que sabemos —empezó a explicar Else— es que afirman que nuestro trabajo es demasiado importante como para que dependa solo de nosotros y se lleve a cabo en un único lugar. Los académicos principales se tendrán que mudar a otras madrai y a otros claustros para crear programas paralelos, mientras que uno de los investigadores júnior se quedará aquí para gestionar el trabajo que ya está en marcha.
La risotada de Campar sonó estruendosa y amarga. Demasiado estruendosa, quizá. Dafyd echó un vistazo a su alrededor, pero solo tenía cerca a la chica con el bocadillo, y esta no les estaba haciendo caso.
—¿Que van a dejar al mando a un investigador júnior y nos van a arrebatar la investigación? —preguntó Campar—. Está claro que alguien nos ha dado una buena puñalada por la espalda, pero juro por cualquier dios que queráis que no he sido yo.
—Está claro que ha sido uno de los nuestros —comentó Tonner—, pero tenemos razones para pensar que el plan es obra de alguien relacionado con la academia Dyan.
—¿Qué razones? —preguntó Nöl—. Si se pueden saber.
Else hizo un ademán en dirección a Dafyd, y todo el grupo se giró hacia él.
—Conocí a un hombre en el Edificio Académico —explicó Dafyd—. Llaren Morse. Se dedica a la observación astronómica de campo cercano, pero sabía que iba a ocurrir algo. No dejaba de presumir. Y era de la Dyan. Pilló un poco por sorpresa a una de las administradoras sénior cuando se lo comenté, y se esforzó más de lo normal por no decir nada al respecto.
—Aunque fuese verdad, eso no significa que haya relación con la academia Dyan, en realidad —dijo Nöl—. Ese tal Morse podría haberse enterado por otros medios. Jellit también trabaja con campos cercanos, ¿no es así? Puede que a Jessyn se le haya escapado la información en presencia de su hermano.
Jessyn soltó un resoplido iracundo. Nöl hizo un ademán apaciguador.
—No estoy diciendo que hayas sido tú. De hecho, hasta podría haber sido yo. Conozco a gente de la Dyan.
—Sí, no es más que la mejor hipótesis que tenemos —continuó Tonner—. Si no podemos confirmarla, tendremos que obviarla. He conseguido descubrir a quién tienen pensado enviar a esos tres laboratorios secundarios: a Else, a mí y a Jessyn. Así que no, no creo que haya sido ella. Campar ya tiene una plaza en Burson, pero no se ha incorporado aún para ayudarnos a terminar la primera fase del proyecto, por lo que tampoco veo razón para creer que sea él.
Nöl frunció los labios con gesto de desaprobación, pero no siguió planteando objeciones.
—¿Y qué hay de Irinna? —preguntó Campar—. Estudió el primer semestre en la Dyan. Pero no creo que…
—Tampoco es ella —aseguró Jessyn—. Jamás haría algo así. Y este es su primer equipo. Todos somos investigadores júnior, mientras que ella es poco más que una auxiliar. —Se avergonzó nada más pronunciar las palabras. Luego miró a Dafyd, a Nöl y terminó por apartar la mirada.
—El padre de Rickar es un terrateniente cerca de la Dyan —comentó Else—. Una décima parte de los edificios de la academia le pertenecen. No es concluyente, pero… parece el más probable.
—No quiero que saquemos conclusiones precipitadas —dijo Campar—. Creo que lo más profesional sería ir a por él y sacarle la verdad a golpes. ¿No creéis?
—¿Seguro que lo de los nuevos laboratorios es una mala idea? —preguntó Jessyn. El grupo se quedó en silencio de repente, y ella extendió los brazos—. Entiendo que lo hacen para controlarnos. De verdad. Y que no es bueno para nosotros. Para ninguno. Nos perjudicará individualmente, al menos a corto plazo. Pero ¿y si es bueno para el proyecto? ¿Cuatro laboratorios coordinados? Puede convertirse en algo muy importante. ¿Acaso no queríamos que la investigación afectase a otras disciplinas? ¿No queríamos inspirar otros proyectos? ¿De qué sirve tener éxito si no hacemos algo así?
—Dividir al equipo no se me antoja como un éxito, la verdad —dijo Nöl con tono amable pero cargado de amargura.
El enjambre tiembla y apremia mientras finge que su anfitriona disfruta del bocadillo que se está comiendo, con una miríada de sentidos que bailotea centrada en ese pequeño grupo de personas. La carne que ocupa perteneció en el pasado a una mujer llamada Ameer Kindred, que ahora está muerta sin estarlo. El enjambre es plenamente consciente de la comida que la anfitriona tiene en la boca, consciente de que Ameer disfrutaba en el pasado de su sabor. Relaja parte de su control del rostro de la mujer para que ese placer adecúe sus gestos a lo que se espera de ella. El enjambre, que es y no es al mismo tiempo Ameer Kindred, comprende un poco mejor lo que significa disfrutar de la comida y archiva dicha información para usarla más adelante.
Las órdenes que definen la misión del enjambre son demasiado complejas como para poder representarlas como meras reglas, pero en caso de tener que hacerlo la regla número uno sería permanecer oculto. Cualquier cosa que permita imitar las interacciones humanas en su entorno es vital para el éxito.
El enjambre centra su atención en los objetivos y hace que un millón de pequeñas agujas con forma de antena atraviesen la piel de la anfitriona, nódulos nuevos que se estremecen de ansia con la mera idea de ver, oír y saborear.
Ya conoce a dos de los integrantes del grupo gracias a lo ocurrido. Tonner Freis, el líder y cabecilla. El investigador de mayor rango del planeta en este momento tan crítico y singular. Y la otra, la que está a su lado. Else Yannin, la que le va a zaga en lo que a rango se refiere. El enjambre pasa a centrar su atención en las feromonas y abre nuevos canales en la piel de Ameer Kindred para absorber los más sutiles aromas humanos. Miedo. Rabia. Ansiedad. Lujuria. Pena. Tantas señales químicas que brotan del pequeño cúmulo que conforman sus cuerpos. Ameer sabe lo que significan dichas emociones, ya que sus recuerdos están llenos de muchas de ellas y de todo lo que las causa. Y esa es la razón por la que el enjambre también las conoce, y las matrices de datos que representan su comprensión de la dinámica de grupo de esos individuos se nutren de dicho conocimiento. Ese complejo flujo de información que no deja de aumentar hace que el enjambre sienta algo que Ameer llamaría satisfacción.
Llegan otros dos integrantes del grupo que huelen casi igual, una pareja formada por un varón y una hembra. El enjambre determina que están relacionados a nivel genético. Hermano y hermana. Es lo que cree Ameer, y el enjambre añade dicha información a la matriz de datos.
El enjambre pasa a centrarse en los sonidos. La piel de Ameer Kindred se endurece como la membrana de un tambor bajo la miríada de pelillos de metal que sobresalen para convertir todo su cuerpo en una suerte de oreja con forma de mujer, y el varón de la pareja de hermanos empieza a gritar. «Es la actividad extrasolar