Bat Pat 43 - El retorno del pirata Dientedeoro

Roberto Pavanello

Fragmento

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esayunar en casa de los Silver es una delicia, especialmente los sábados: huevos y panceta, tostadas, miel, mermelada, zumo de naranja, té, café, leche, yogur, cereales... ¿Qué decís? ¿Que nosotros, los murciélagos, no desayunamos? ¿Y menos aún huevos y café? Es verdad, pero ¿qué queréis que os diga? Yo soy como de la familia a todos los efectos, aunque prefiera los mosquitos a la panceta.

El último sábado del mes de marzo, mientras todos se ponían las botas, el pobre Leo sufría como un desesperado. Por prescripción médica, llevaba tres semanas de dieta muy estricta y no se podía acercar a ningún tipo de grasa, azúcar o salsa... ¡a nada de nada!

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—Esto no es una dieta —protestaba—. ¡Es una tortura!

—Vamos, querido, no exageres —lo calmó la señora Silver—. Es por tu bien.

—¿Ah, sí? ¿Quedarme en los huesos es por mi bien?

—Tranquilo, Leo. Para verte los huesos habría que hacerte una radiografía —se burló Rebecca.

El sonido del timbre interrumpió la discusión. Era el cartero y traía una noticia sensacional.

—¡El tío Charlie se casa! —anunció con alegría el señor Silver tras leer la tarjeta—. Estamos todos invitados a la boda.

Nos quedamos sin palabras. El tío Charlie, el hermano de la señora Silver, marinero singular, explorador estrafalario, soltero empedernido... ¿había decidido casarse?

—Debe de haber un error —dijo mamá Silver, nerviosa—. ¿Seguro que lo has leído bien, George?

—Por supuesto, querida. Dice así: «Mister Charles Ferdinand Augustus Vol au Vent Templeton y Miss Yolanda O’Connor se complacen en anunciar su boda. Sería un honor para ellos que los señores Silver aceptaran ser sus testigos».

—¿Yolanda O’Connor? —repitió ella, pensativa—. Nunca he oído ese nombre. Será alguna chica del pueblo que lo ha engatusado.

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—No seas malpensada, Elisabeth. A lo mejor tu hermano ha encontrado su alma gemela.

—¿Alma gemela? Los únicos gemelos que ha tenido ese en su vida son los de la camisa.

Mister Silver se echó a reír y dijo:

—Lo único que sé es que... ¡nos vamos todos de vacaciones a Portwind! ¿Contentos, chicos?

—¡Genial! —gritaron a coro Martin y Rebecca.

Leo no se unió a ellos. Tenía que hacer una pregunta urgente:

—Mami, el día de la boda... ¿podré saltarme la dieta?

—Lo siento, Leo. El médico dijo que nada de excepciones el primer mes.

¡Pobre chico! Me habría gustado encontrar las palabras adecuadas para subirle la moral, pero me distrajo un ruido ultrasónico que, evidentemente, solo oí yo (por algo soy un murciélago). Provenía del desván y enseguida comprendí que... ¡a mí también me había llegado el correo!

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os murciélagos tenemos un servicio muy eficiente de correo aéreo. ¿Os sorprende?

Para ciertos mensajes es necesario que el remitente sepa escribir y el destinatario sepa leer. Algo que solo saben hacer los murciélagos sapiens, como un servidor (aunque quede mal que yo lo diga).

Abrí el sobre con mucha curiosidad y leí lo siguiente:

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¡Lilly! La dulce, valiente y maravillosa Lilly. Es la pequeña murciélaga de la que os hablaba al principio. La conocí en Portwind junto al tío Charlie, un grupo de piratas fantasma y su capitán, el gruñón Dientedeoro. Fue una aventura increíble y la conté en uno de los libros más inspirados que he escrito, lleno de valentía, amor y... ¡pánico! Y ahora ella, justo cuando iba a celebrarse la boda del siglo, me necesitaba otra vez. ¡Qué casualidad más afortunada!

Mientras pensaba en todo esto, alguien llamó a la puerta. Era Rebecca, que me había visto desaparecer de repente y venía a preguntarme si todo iba bien.

—No sabía si ya estarías durmiendo —me dijo.

—No, nada de eso. Mira lo que acabo de recibir —anuncié, y le pasé la carta.

Entre nosotros no había secretos, como debe ser entre amigos de verdad.

—Lilly, tu primer amor. La recuerdo muy bien.

Me puse colorado e intenté cambiar de tema:

—¿Has leído la carta? Me pide ayuda.

—Ya —asintió Rebecca, pensativa—. Esta historia de los peces que mueren es muy rara...

—¿Me ayudarás? —le pedí.

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—Por supuesto. Tú y yo somos un equipo. Y puede que también nos echen una mano esa calamidad de hermanos que tengo... si es que Leo no se muere de hambre antes.

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