PRÓLOGO
Tras más de veinticinco años dedicándome profesionalmente a la cocina y a la alimentación, estoy convencido de la importancia que tiene la nutrición en la vida diaria. Somos, en esencia, lo que comemos. Y nuestra salud depende de ello.
Podría parecer que la cocina de vanguardia tiene poco que ver con esto, pero nada más lejos de la realidad. Si algo he aprendido en mi trayectoria profesional (¡y personal!) es que aunar gastronomía y salud es posible, pero, claro, para eso hay que saber algunas cosas: qué alimentos escoger y cómo tratarlos, cocinarlos y prepararlos. El resto es disfrutar.
Sin embargo, la salud va más allá de la alimentación. Como chef responsable y ejecutivo, a la hora de organizar un equipo de trabajo, soy testigo diariamente de que las personas que más se cuidan son las que rinden mejor consigo mismas y con el equipo, y también las que consiguen mejores resultados. Hacer ejercicio, priorizar el descanso y pasar tiempo de calidad con los demás, lejos de ser una pérdida de tiempo, tiene un retorno positivo clarísimo en uno mismo.
Y ahí radica un problema fundamental al que nos enfrentamos como sociedad: no sabemos cómo cuidarnos. En este mundo de hartazgo de información, de redes sociales inundadas de consejos, tenemos claro que debemos «llevar un buen estilo de vida», pero las directrices paradójicamente opuestas que recibimos al respecto no hacen más que aumentar nuestras dudas. ¿Hay una dieta mejor? ¿Tengo que ayunar para estar sano? ¿Caminar es bueno o no? ¿Todo ejercicio vale?...
La cuestión es muy relevante porque afecta a nuestra vida, y la solución es compleja porque posiblemente requiera abordar estamentos que van desde la educación hasta la sanidad. Por fortuna, de vez en cuando aparecen personas que nos ponen las cosas un poco más fáciles.
Hace unos cuantos años que conozco a José, y siempre me ha transmitido esa ilusión por enseñar y divulgar lo que considera que es salud integral, salud de verdad. Es una persona tenaz. No hay más que ver cómo luchó a capa y espada hasta el final en un programa de cocina, algo muy alejado de su profesión, por hacerse oír y que su mensaje llegara lo más lejos posible. Y es que creo que de verdad disfruta enseñando.
El hecho de dedicarse a la cardiología otorga un valor extraordinario a su mensaje, pues lidia a diario con los efectos de los hábitos poco saludables. Y, no contento con tratar a los enfermos de corazón, dedica su tiempo libre a intentar que los demás no suframos las nefastas consecuencias de un mal estilo de vida.
José ha escrito un libro maravilloso. Lo que tu corazón espera de ti encierra mucho. Es una manera delicada de describir y transmitir la verdadera razón de las recomendaciones en salud, por qué se produce la enfermedad y, a partir de ahí, cómo debemos alimentarnos, cómo debemos entrenar, cómo debemos sincronizarnos con el planeta y cómo debemos cuidarnos a nosotros y cuidar a los demás.
Y es que Lo que tu corazón espera de ti tiene mucho de eso, de corazón. Sácale jugo, aprende y disfrútalo.
JORDI CRUZ,
chef seis estrellas Michelin
INTRODUCCIÓN
La verdadera salud está en la prevención
Soy médico, cardiólogo especializado en cardiología intervencionista, y llevo prácticamente toda la vida estudiando para ello. Con veintinueve años me doctoré, he publicado bastantes artículos y capítulos de libro en torno a la salud cardiovascular, he cursado varios másteres y tengo otros títulos que no valen para mucho más que para presumir, francamente. En mi día a día, trato a personas que han sufrido un infarto o una enfermedad del corazón y la verdad es que, por más que lo hago, no me acostumbro a ello. Me sigue pareciendo difícil de asimilar que personas que no superan los cuarenta años sufran ya de problemas de tensión o diabetes en el mejor de los casos, o de obstrucciones en las arterias del corazón e infarto en el peor… La Organización Mundial de la Salud nos dice que uno de cada tres de nosotros moriremos por enfermedad cardiovascular, pero lo dramático no es eso. Lo dramático es que nos parezca normal.
Hay algo que debes saber. El sistema sanitario es muy bueno evitando muertes, pero no lo es tanto previniendo la enfermedad. Es decir, si enfermas y llegas al hospital, te valorarán, te someterán a alguna prueba diagnóstica o puede que incluso a alguna intervención quirúrgica, te recetarán pastillas y te darán el alta, volverás a casa. El sistema hará todo esto de forma muy eficaz…, pero no será tan eficaz evitando que vuelvas a precisar su atención.
Aunque la medicina ha avanzado mucho y ha hecho muchas cosas bien, tiene una asignatura pendiente: tomarse en serio la raíz de las enfermedades y entender que el éxito está en la prevención. Ignoro si este será el camino que la medicina tomará a la larga, pero tengo claro que no voy a esperar a comprobarlo. Porque para entonces puede que ya sea demasiado tarde para mí. Y para ti. Y, como médico, creo que mi labor va más allá de la consulta y el quirófano. Por eso, en este libro, me he propuesto explicarte cómo adquirir los hábitos necesarios para prevenir problemas de salud. Y, lo que es más importante, que entiendas por qué es tan fundamental llevar un estilo de vida saludable. Cuando termines de leer este libro, sabrás por qué en la prevención está el secreto de la verdadera salud.
Cuando hablo del sistema sanitario y la importancia de la prevención, hablo basándome en estudios, pero también en mi experiencia. Soy cardiólogo intervencionista, una subespecialidad de la cardiología que se dedica a solucionar los problemas de las arterias y la estructura del corazón. La cardiología intervencionista es uno de los principales avances que ha vivido la medicina en los últimos cincuenta años. Antes, cuando los médicos tenían que solucionar un problema del corazón y las pastillas no eran suficiente, debían operar, ya que era el único modo de eliminar obstrucciones, crear conductos nuevos o abrir los cerrados.
Pero hace unos treinta o cuarenta años apareció esta subespecialidad, que permite solucionar todo esto con un pinchazo en la arteria radial (situada en la muñeca) o en la arteria femoral (en la parte interna del muslo). Allí se introduce un catéter mediante el cual los médicos somos capaces de llegar al corazón y solucionar obstrucciones en las arterias o incluso cambiar una válvula cardiaca… ¡sin necesidad de abrirle el pecho al paciente! En cierto sentido, tocamos el corazón desde fuera. Muchas veces, mientras le realizamos la intervención a un paciente y llega el momento en el que le retiramos el trombo que le está ocasionando un infarto, la persona, consciente, suele exclamar: «Ay, qué alivio». Es algo casi mágico, pues, al no tener que abrir el pecho del paciente como en una operación, permanece consciente durante todo el proceso y la recuperación es muy rápida, de unas cuantas horas. Al día siguiente, está como nuevo, ¡y le hemos tocado el corazón!
A pesar del gran avance que ha supuesto la cardiología intervencionista y de lo realizado que me siento haciendo mi trabajo y ayudando a los demás, desde que comencé a ejercer vi cosas que me preocupaban. Para empezar, muchos pacientes que ya se habían recuperado de un infarto sufrían una o varias recaídas a pesar de seguir a rajatabla las indicaciones que les habían dado al salir del hospital la primera vez. Estaba claro que tomarse las pastillas, salir a andar y llevar una dieta «variada y baja en grasas» no les protegía suficientemente de una recaída. Pero algo que me choca en especial —y que encaja con las estadísticas— es que cada vez es más frecuente tener pacientes jóvenes con infarto y otros problemas de corazón. Personas muy jóvenes llegan a mi consulta con palpitaciones u otros síntomas que pueden provocarles una enfermedad cardiovascular si no cambian su estilo de vida. Pero lo peor de todo, con diferencia, es la actitud de resignación que tienen la mayoría de mis pacientes. Influenciados por el sistema, creen que la enfermedad cardiovascular es una cruz que ha salido de la nada y les ha caído encima. Todos están convencidos de que, aparte de tomarse las pastillas, no pueden hacer demasiado por librarse de la enfermedad.
Fue al ver a mis pacientes cuando entendí la importancia crucial de la prevención. Sí, mi formación como médico había sido interesantísima y me había enseñado a curar enfermedades, pero sentía que no era suficiente. Empecé a pensar que este gran sistema sanitario hacía mucho, pero que obviamente había algo que se le escapaba a la hora de atajar las causas que nos enferman.
Como soy curioso, comencé a investigar sobre muchos temas de salud que no había tratado en la universidad y que incluso chocaban con mi formación. Leí sobre alimentación, sobre ejercicio, sobre descanso, sobre estrés... Entonces, todo empezó a encajar. Me di cuenta de que había encontrado la pieza que faltaba en la perspectiva sobre la salud que siempre me habían enseñado. Mi formación académica me permitió cotejar todo tipo de noticias con estudios científicos y con nociones médicas básicas. Y comprendí que, a pesar de lo que yo creía (y de lo que el sistema priorizaba), en muchos de estos temas hay tanta investigación y evidencia como en otras áreas de la medicina. Gracias a todo eso tomé conciencia de algo fundamental: hoy día, el principal motivo por el que enfermamos es que nuestro estilo de vida contradice lo que nuestro cuerpo y nuestro corazón esperan de nosotros.
Desde entonces, en cierto modo, pienso que mi trabajo como cardiólogo es arreglar las consecuencias de un mal estilo de vida. Me paso los días abriendo y reparando arterias obstruidas por los malos hábitos de mis pacientes, unos malos hábitos que no existirían si la cardiología y la medicina en general consistiera más en prevenir que en tratar. Si hubiera mucho más conocimiento, educación y conciencia, pero tanto dentro como fuera del sistema sanitario. Por un lado, todos debemos entender que la salud se trabaja, que la salud se gana día a día. Por otro, los médicos en particular debemos aprender el potencial que tiene la prevención.
Me propuse intentar mejorar esto, así que empecé a dar charlas para el personal sanitario del hospital en el que trabajaba en ese momento, pero tuvieron escasa aceptación. Incluso llegué a proponerle a la directiva de la sociedad española de una especialidad muy importante que para su congreso nacional contaran con una mesa redonda dedicada al ejercicio físico y otra dedicada a la nutrición, pero mi propuesta fue desestimada. Me di cuenta enseguida de que la lenta maquinaria del sistema sanitario tardaría mucho tiempo en aceptar que, para combatir las enfermedades cardiovasculares, es necesario un cambio integral en el estilo de vida, y no solo poner parches en forma de operaciones y pastillas. No podía quedarme de brazos cruzados. En lugar de eso, decidí actuar.
En diciembre de 2019, abrí un centro de rehabilitación y fortalecimiento cardiovascular que se encuentra en Ciudad Real. Allí tratamos a pacientes que han sufrido enfermedades cardiovasculares o que tienen alto riesgo de sufrirlas y nos dedicamos a reeducarlos en cuanto a su alimentación y sus hábitos de ejercicio físico, y a afrontar la enfermedad desde un punto de vista psicológico y médico. Les enseñamos a vivir con salud, a huir de comportamientos que contribuirán a hacerles enfermar. La rehabilitación cardiaca solo llega a entre el 3 y el 5 por ciento de los pacientes que la necesitan y, en mi opinión, no suele ser óptima. Por eso quise crear un centro donde profesionales muy sensibilizados nos esforzamos para trabajar con excelencia y nos centramos en que los pacientes hagan entrenamiento de fuerza y de mayor intensidad, que son más eficientes para la recuperación completa del cuerpo y del corazón que andar e ir en bici.
Creo que debería haber muchos más centros así por todo el mundo —lugares donde se hiciera entrenamiento combinado de fuerza y de mayor intensidad—, pero por desgracia son casi inexistentes. Por ello, en la actualidad estoy a punto de abrir otro centro en mi ciudad, Murcia. En realidad, en España los recursos al alcance de los pacientes con enfermedades cardiovasculares son poquísimos. A la mayoría de los pacientes, junto con sus recetas de tratamiento, se les da el alta con unas recomendaciones muy básicas que poco ayudan a la hora de prevenir recaídas. Estoy convencido de que si las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte es en parte porque el sistema sanitario no prioriza la reeducación de los pacientes.
Por eso, y porque estoy seguro de que el conocimiento puede salvar vidas, decidí contárselo al mundo. En 2020 abrí mi cuenta de Instagram @doctorabellan para divulgar sobre salud desde esta perspectiva más integral. Allí comparto contenido para concienciar y enseñar por qué la alimentación, el ejercicio físico y, en general, los hábitos son la clave para tener una vida sana, activa y larga. Me hace muy feliz que las redes sociales me permitan ayudar a la gente a prevenir y a mantener a raya la enfermedad crónica (hago divulgación sobre la enfermedad del corazón, pero también sobre el cáncer o las enfermedades mentales, entre otras). Pero no solo eso: las redes me permiten seguir difundiendo la idea de lo que es para mí la verdadera salud.
Tradicionalmente se ha definido la salud como la ausencia de enfermedad, pero esta definición es insuficiente. Entre tener una afección clínica (es decir, que dé síntomas) y vivir en plenas capacidades físicas, mentales y sociales, hay mucha distancia y, sobre todo, varios grados. Es decir, es posible que no sufras ninguna enfermedad pero que tampoco tengas un buen estado de salud. Por eso, desde hace unos años se suele definir la salud como un estado de bienestar físico, mental y social pleno. Esta definición me parece más acertada que la primera, pero creo que aún hay que ir más allá. No debe definirse la salud como un estado de bienestar, sino como un estado de armonía plena física, mental, social y también de conexión ambiental (porque vivimos conectados al medio ambiente) y espiritual, sean cuales sean tus creencias (o incluso si no las tienes). Para mí la salud es un estado de bienestar y armonía plena física, mental, social, ambiental y espiritual en el cual nuestro cuerpo, nuestra manera de pensar y nuestras relaciones sociales funcionan de manera óptima y no solo no nos enferman, sino que se engranan tan bien que perpetúan un estado de funcionamiento óptimo o de bienestar total.
Llegar a este estado de salud es más simple de lo que parece, aunque requiere un esfuerzo: debes adecuar tus hábitos y tu estilo de vida a lo que tu cuerpo y tu corazón esperan de ti. En la actualidad, vivimos en contra de nuestra biología: vamos en coche a todas partes, comemos supuestos alimentos creados en laboratorios, nos aislamos en lugar de vivir en comunidad, vemos series hasta las tantas antes de ir a dormir… y todo esto molesta tan profundamente a tu corazón y al resto de tus órganos que se rebelan contra ello. Es así como surgen muchas enfermedades, no solo las cardiovasculares.
En las siguientes páginas veremos punto por punto cuáles son los pilares con los que tendrás el corazón en plena forma y, en general, una salud de hierro. Porque con este libro me gustaría que aprendas cómo es un buen estilo de vida capaz de conseguir que estés el mayor tiempo posible no solo sin sufrir ninguna enfermedad, sino gozando de un estado de salud óptimo. Para empezar, entenderás, entre otras cuestiones, lo que tu cuerpo necesita para que estés sano, por qué nuestra desadaptación al ambiente causa enfermedades, qué hacen exactamente las pastillas y qué significa en verdad tener ciertas enfermedades o condiciones. A partir de aquí descubrirás los pilares que te ayudarán a vivir según lo que tu corazón y tus genes esperan de ti, y que tienen que ver con la alimentación, el movimiento, el descanso, la ausencia de estrés crónico y la conexión con tu planeta y las personas que te rodean. Aprenderás a integrar las claves de cada una de estas esferas de tu salud según lo que es más natural y está en mayor armonía con tu genética, que es tu esencia. Verás que es algo que puedes hacer por ti mismo.
Si cada día veo a pacientes con problemas en las arterias y el corazón es porque no conocen las bases de su salud, y no comprenden que de sus actos depende la probabilidad que tienen de enfermar. Y si no se han cuidado es porque no saben qué significa cuidarse o tener un buen estilo de vida. Falta demasiada educación en salud, y este libro es un intento para que entiendas de una vez por todas qué es cuidarte. El sistema sanitario no lo va a hacer por ti. Como decía al principio de esta introducción, el aparato sanitario está montado para tratar, y el sistema tardará demasiado tiempo en virar hacia la prevención. No sabes si este cambio llegará demasiado tarde para ti. Toma el control de la situación. Si aprendes a prevenir, no tendrán que curarte. Además, te sentirás mejor que nunca. ¿Empezamos?
Entiende
cómo
funcionas
Durante los años que he trabajado como cardiólogo he conocido a miles de pacientes. A lo largo de este libro hablaré de algunos de ellos y quizá, si llegan a leerme, se reconocerán en estas páginas. Me gustaría empezar con Roldán, ya que es un fiel reflejo de lo que ocurre a diario, de lo que mata a una de cada tres personas en el mundo. Tal vez creas que te queda lejos, pero Roldán representa a la sociedad de la que formas parte y puede estar más cerca de ti de lo que piensas.
Roldán es un hombre de cuarenta y cinco años que lleva una vida relativamente normal. Trabaja como fontanero, sale a caminar con su mujer los fines de semana y come de todo. No es un gran bebedor, pero le gusta tomarse su cerveza o su copita de vino con la comida todos los días, y los fines de semana hace alguna excepción más. Ha fumado mucho durante años, pero ahora sabe que el tabaco no es bueno y ha conseguido reducir sus cigarrillos diarios a dos o tres.
Un sábado por la noche, mientras está cenando con sus amigos en un restaurante, Roldán nota una molestia en el pecho. Es una sensación totalmente nueva para él, pero prefiere no decir nada. «Esta mañana me ha dado un tirón», piensa, tratando de no preocuparse. Por la mañana ha hecho algo de ejercicio y está convencido de que el dolor tiene un origen muscular. Pero varias horas después, a la una o a las dos de la mañana, el dolor persiste y Roldán no puede dormir, así que despierta a su mujer y deciden ir al hospital.
En el hospital la cosa va rápido. Sospechan que tiene un infarto, así que le hacen un cateterismo urgente y le implantan un stent en una arteria coronaria, las arterias del corazón (un stent es un muelle diminuto que sirve para abrir los vasos sanguíneos cuando están cerrados). Tras la intervención, Roldán se queda hospitalizado en planta un par de días, después de los cuales se va a casa con un montón de medicación que tomar y con las instrucciones de no fumar, seguir una dieta mediterránea y salir a andar. Ha tenido mucha suerte: en el hospital le han salvado la vida y casi no ha tenido secuelas. De hecho, en las siguientes revisiones comenta que se toma la medicación a rajatabla, que ha dejado de fumar, que sale a caminar una hora cada día y que se encuentra muy bien. Roldán ha escarmentado y está dispuesto a seguir las recomendaciones de los médicos para no volver a poner en riesgo su salud.
Pero, al cabo de un par de años, Roldán va a buscar a su nieto al colegio y vuelve a notar aquella molestia tan característica en el pecho. Por suerte, esta vez ya sabe de qué se trata y se dirige enseguida al hospital, donde le confirman que ha vuelto a sufrir un infarto. Le encuentran una obstrucción en la otra arteria coronaria, y en este caso le tienen que poner dos stents más. «Qué mala suerte», piensa Roldán. No entiende cómo es posible que haya vuelto a sufrir un infarto… con lo bien que tenía el colesterol gracias a la medicación, con lo constante que es para tomarse las pastillas y sin haber vuelvo a probar un cigarrillo. «Qué mala suerte», le dicen los médicos, y añaden que lo estaba haciendo todo bien y que debe seguir cuidándose tal como acostumbraba desde el primer infarto.
Cuando, tres años después, el dolor en el pecho le sorprende de nuevo y termina en el hospital por tercera vez, es muy difícil seguir creyendo que lo que le ocurre se debe simple y llanamente a la mala suerte. En lugar de esto, le queda claro que sufre una enfermedad del corazón y que el temido dolor puede contraatacar en cualquier momento. Ahora, Roldán vive con miedo, se considera una persona débil y sufre con el temor de que le sobrevenga una desgracia de un momento a otro y no vuelva a ver a los suyos.
La historia de Roldán no es anecdótica. Todos los cardiólogos conocemos a muchos pacientes así. Es verdad que la mayoría de los reincidentes no suelen hacer las cosas bien, pero esta historia puede considerarse, por desgracia, frecuente. Roldán cree que le ha tocado una cruz y que debe resignarse a soportar su peso, pero en realidad puede hacer mucho por su salud. Y es que las indicaciones que le han dado no son las más eficaces para prevenir una recaída. A Roldán no se le ha educado de la mejor manera en la prevención del infarto. En todos mis pacientes se da una mezcla de varios factores que les impiden prevenir eficazmente la enfermedad y evitar las recaídas. Una mala alimentación, así como la falta de ejercicio, un descanso deficiente, el estrés o el aislamiento social y sus consecuencias pueden estar causando y alargando la enfermedad cardiovascular, y, si estos factores no se modifican, las recaídas pueden producirse con mucha más frecuencia.
Por eso es importante que entiendas cómo funciona tu cuerpo, ya que la prevención es la medicina más eficaz. Y por eso en esta primera parte del libro te hablaré sobre ti y sobre tu cuerpo. Comprenderás qué necesita tu corazón y cómo funcionas por dentro. También descubrirás lo que realmente significa, por ejemplo, tener un poco de barriga o pasar demasiado tiempo en el sofá, entre otros muchos aspectos a los que a menudo no prestamos la atención que merecen. Tras estas primeras páginas, entenderás que hay algunas recomendaciones que son fundamentales, y no caprichos. Habrás empezado a mirarte como te mira tu corazón.
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CONOCE TU CUERPO
Genética versus realidad:
las tristes consecuencias de nuestra desadaptación al ambiente
Tus genes y tú
Eres la expresión de tus genes. Tú, tu corazón y todo tu cuerpo lo sois. Durante millones de años, la vida se ha abierto camino en la Tierra y ha encontrado en el código genético la clave para perpetuarse. Los genes son, en cierto sentido, el lenguaje de la vida. Así, el material genético, que se almacena en forma de ADN, es una cadena de información que está en el núcleo de todas las células de todos los seres vivos de nuestro planeta, desde el insecto más diminuto hasta la ballena más colosal, pasando por las flores, los árboles, las bacterias, las aves y, por supuesto, el ser humano. El ADN determina nuestra forma, nuestro color, si tenemos manos, alas cubiertas de plumas o escamas… Es un elemento minúsculo de nuestras células que se encarga de transmitir toda la información que necesitamos para funcionar como seres vivos. Parece mentira que este lenguaje, que es el más importante de todos los que existen, se componga solo de cuatro «bases nitrogenadas» —guanina, citosina, adenina y timina—, representadas por cuatro letras: G-C-A-T.
Todos los seres vivos comparten estas cuatro letras, pero a pesar de eso no hay dos seres humanos iguales (a excepción de los gemelos, claro). Esta es la belleza de la genética: todos estamos hechos con el mismo lenguaje, pero a la vez somos únicos (y quien no lo es, a cambio, tuvo la suerte de tener compañía mientras crecía en la barriga de su madre). La cuestión es que cada persona tiene una combinación única de ADN, que es un código creado gracias a la sabiduría, la experiencia y la delicada mano escultora de la vida. Por eso, eres la expresión de tus genes. Eso te convierte en el guardián o la guardiana de un tesoro irrepetible que solo tú contienes y que te permite crecer, desarrollarte, relacionarte y reproducirte. Además, el ADN también es el encargado de protegerte y de brindarte salud para cuidar de los tuyos incluso cuando te haces mayor.
Ahora bien, ser el resultado de un código genético que lleva millones de años desarrollándose en la Tierra va unido a una serie de condiciones. Son las «leyes de la vida». Estas reglas son inherentes al hecho de que seas el resultado del ADN. Y, si quieres vivir bien, debes conocerlas y respetarlas:
LAS LEYES DE LA VIDA SEGÚN EL ADN
1. El código genético se adapta, se especializa y mejora. Cada ser vivo es un ensayo llevado a cabo por el ADN para perpetuarse y ser mejor, y por ese motivo el ADN de una persona es distinto al de sus progenitores y sus descendientes. Todos los seres vivos del planeta hemos evolucionado desde el mismo eslabón común. Toda la biodiversidad conocida es fruto de la especialización del material genético. Pero, si bien las especies son ejemplos de esta especialización, también dentro de una especie el código genético evoluciona, se especializa y mejora; se adapta. Seguramente te suene que hay mucha gente que es intolerante a la lactos