Una familia no tan feliz

Shari Lapena

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Hay muchas casas caras aquí, en Brecken Hill, un enclave cercano a Aylesford, en el valle del Hudson. Situado en el lado este del río Hudson, a unos ciento sesenta kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York, es como los Hamptons, pero algo menos pretencioso. Aquí hay gente de dinero de toda la vida, y también nuevos ricos. Siguiendo por el largo camino privado que hay pasado el bosquete de abedules, ahí se encuentra: la casa Merton, en medio de su enorme extensión de césped, como si fuera un pastel en una bandeja. Se entrevé una piscina a la izquierda. Detrás hay un barranco y los árboles frondosos a ambos lados del terreno garantizan la privacidad. Es una finca de primera.

Todo está muy tranquilo y silencioso. Hay un sol pálido y las nubes se mueven con rapidez. Son las cuatro de la tarde del lunes de Pascua; en cualquier otro lugar los niños están devorando sus conejitos de chocolate y sus huevos de Pascua envueltos en papel de aluminio mientras calculan cuántos les quedan y miran los que sigue habiendo en las cestas de sus hermanos. Pero aquí no hay ningún niño. Ya han crecido y se han ido de casa. No muy lejos, eso sí. Vinieron todos ayer mismo, para la cena del domingo de Pascua.

La casa parece desierta. No hay ningún coche en el camino de entrada. Están ocultos tras las puertas del garaje de cuatro plazas. Hay un Porsche 911 descapotable; a Fred Merton le gusta conducirlo, pero solo en verano, cuando mete sus palos de golf en el maletero. Para el invierno prefiere el Lexus. Su mujer, Sheila, tiene el Mercedes blanco con su blanco interior de cuero. Le gusta ponerse uno de sus muchos pañuelos coloridos de Hermès, repasarse el pintalabios en el espejo retrovisor y salir a encontrarse con sus amigas. Ya no lo va a hacer más.

Con una casa tan grande, con este suelo de brillante y pulido mármol blanco bajo una intricada lámpara de araña de varias alturas en la entrada y flores recién cortadas sobre una consola, cualquiera pensaría que debe de haber personal encargado del mantenimiento. Pero solo hay una asistenta, Irena, que viene dos veces por semana. Trabaja muchísimo, pero lleva tanto tiempo con ellos —más de treinta años— que casi es como de la familia.

Antes de todo esto debía de tener una apariencia perfecta. Un rastro de sangre sube por las escaleras de moqueta clara. A la izquierda, en la encantadora sala de estar, hay una enorme lámpara de porcelana rota sobre la alfombra persa con la tulipa torcida. Un poco más allá, tras la mesita baja de cristal, está Sheila Merton en camisón, completamente inmóvil. Está muerta, con los ojos abiertos y marcas en el cuello. No hay sangre sobre su cuerpo, pero su olor nauseabundo se extiende por todas partes. Algo espantoso ha pasado aquí.

En la gran cocina luminosa que está en la parte de atrás de la casa, el cuerpo de Fred Merton yace despatarrado sobre el suelo en medio de un charco de sangre oscura y viscosa. Las moscas emiten su zumbido silencioso alrededor de su nariz y su boca. Ha sido apuñalado con saña muchísimas veces y tiene un corte en su carnoso cuello.

¿Quién ha podido hacer algo así?

1. Veinticuatro horas antes

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Veinticuatro horas antes

Dan Merton mueve los hombros vestido con una chaqueta azul marino sobre una camisa de vestir azul claro con el botón del cuello sin abrochar y unos elegantes vaqueros oscuros. Se observa con atención en el espejo de cuerpo entero del dormitorio. Detrás de él, se encuentra Lisa, su mujer.

—¿Estás bien?

Él la mira con una débil sonrisa por el espejo.

—Claro. ¿Por qué no iba a estarlo?

Ella se gira. Dan sabe que la perspectiva de la cena de Pascua en casa de sus padres no le entusiasma más que a él. Se da la vuelta y la mira, su preciosa chica de ojos marrones. Llevan casados cuatro años y durante ese tiempo han pasado por dificultades. Pero ella ha permanecido a su lado y él sabe que es afortunado por tenerla. Lisa es su primera experiencia de amor incondicional. Sin contar el de los perros.

Aplaca una punzada de desasosiego. Sus problemas económicos son fuente de estrés y constante tema de conversación. Pero Lisa siempre termina convenciéndole y haciéndole creer que todo saldrá bien, al menos mientras ella esté presente. Es cuando ella no está cuando aparecen las dudas, la abrumadora ansiedad.

Lisa procede de una curtida familia de clase media, lo cual supuso para ella una desventaja desde el principio, pero a él no le importó. Los padres de Dan son unos arrogantes, pero él no, así que ella nunca albergó grandes expectativas. Cuando se conocieron, ni siquiera sabía quién era él, porque no se movían por los mismos círculos.

«Es la única que va a conseguir aguantarle», oyó que decía su hermana menor, Jenna, a Catherine, la mayor, cuando no sabían que él pudiera oírlas.

Quizá fuese verdad. Pero, al menos, su matrimonio había sido un éxito, eso tenían que admitirlo todos. Y su familia no pudo evitar tomarle cariño a Lisa a pesar de sus prejuicios.

—¿Vas a intentar hablar con tu padre? —le pregunta ahora Lisa con expresión de recelo.

Él aparta la mirada mientras cierra la puerta del armario.

—Si surge la oportunidad.

Odia tener que pedirle dinero a su padre. Pero la verdad es que no se le ocurre otra opción.

Catherine Merton, que no adoptó el apellido de su marido, desea cada año que llegue la cena de Pascua en casa de sus padres, así como todas las demás ocasiones en que se reúnen para celebrar alguna fiesta en la fastuosa casa de Brecken Hill. Su madre sacará la vajilla especial y la cubertería de plata y habrá un enorme ramo de flores recién cortadas en la solemne mesa del comedor, lo cual hará que Catherine se sienta elegante y privilegiada. Es la hija mayor y la preferida; todos lo saben. Es a la que mejor le va, la única de quien sus padres se sienten de verdad orgullosos. Es médica (dermatóloga, no cirujana cardiovascular, pero médica al fin y al cabo). Dan ha supuesto una pequeña decepción. Y Jenna... En fin, Jenna es Jenna.

Catherine se pone un pendiente de perla y se pregunta qué sorpresa les tendrá preparada Jenna para hoy. Su hermana menor vive en una pequeña casa de alquiler a las afueras de Aylesford y va a Nueva York con frecuencia para quedarse en casa de sus amigos. Su esti

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